Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La verdad

David quería contar como fue... nada más.
Lestat de Lioncourt 

—¿Qué deseas?—preguntó mirándome con aquellos ojos azules y fríos. Era imponente.

Nos habíamos visto en una ocasión breve y funesta. Lestat cayó en un desgraciado estado lleno de silencio. Él decía haber sido perseguido por el diablo, o al menos así se presentó ese ser, y se echó en una capilla que le fue regalada por la hija de un hombre que él mismo había asesinado.

—Soy David Talbot—respondí.

—Sé quien eres—dijo apoyado en el marco de la puerta. Aquella imponente puerta gruesa y tallada a mano. Fuera la nieve cubría todo. Tenía los pies mojados, el gabán pesaba bastante y quería entrar para calentar mis manos.

—¿Podría pasar?—una nueva pregunta salió de mis labios. Él deslizó sus ojos por toda mi silueta y se calvó en mis ojos.

—¿Qué deseas?—formuló de nuevo abriendo bien la puerta.

Al fondo pude ver unos frescos maravillosos, el suelo de madera y una inmensa escalera con las barandas de elegante madera tallada, muy similar a la puerta. El pasamanos era ancho y sobre él había una figura que reconocí. Pude ver la mano blanca y angelical de Armand, así como sus largos cabellos ondulados caídos hacia un lado. Me moví tan sólo un paso y lo vi. Allí estaba. Aquel querubín perfecto nos observaba en silencio como un gato agazapado.

—Marius, quiero conocer su historia—confesé.

No sabía bien cuánta distancia había recorrido desde Nueva Orleans hasta aquel lugar recóndito y gélido. La nieve seguía cayendo acumulándose sobre mis hombros.

—¿Mi historia?—un brillo se generó en sus ojos apartándose un poco de la puerta, invitándome a entrar.

—Su verdad.


Así fue como logré que me contara su historia, la historia de su vida. Es posible que algunos puntos estuvieran errados o algo confusos, pero no le culpo. A veces queremos aparentar ser más bondadosos de lo que somos.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt