Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 13 de septiembre de 2016

Melodía de lluvia

Todos sabemos que el instrumento, junto con alguna joya, apareció tras un falso muro en la vieja habitación de Julien... ¿pero hemos escuchado alguna vez la versión de su fantasma? No.

Lestat de Lioncourt


Llovía vorazmente como si jamás hubiese caído una gota. El cielo se había cubierto de una densa oscuridad. El murmullo de los árboles agitando sus ramas, de los carruajes pasando por la avenida y la vida, toda la vida de esa ciudad, se convirtió en un susurro grotesco de rezos y cánticos. Estaba en mi cama y observé la lluvia. Me pregunté si estaba a punto de morir o ya había muerto. Si bien, lo supe cuando él apareció lloroso, con el pelo negro y rizado tan revuelto como el mío, con esos ojos azules tan llamativos y un rostro familiar. Él era yo, yo era él. Era como mirarse a un espejo.

—Está muerto—anunció.

—Bien, bien—respondí.

—Estás mojándote ahí fuera—susurró de improviso.

Entonces me di cuenta que la ventana estaba ligeramente abierta y mi cuerpo estaba doblado hacia fuera, con los brazos colgando hacia el suelo y el pijama empapado. Él no era el hombre anciano en el que me había transformado con el paso del tiempo, sino el joven apuesto y diligente lleno de sueños que yo había sido. Me pregunté cuántos sueños dejé atrás por adularlo, por convencerlo, por escucharlo, por no molestarlo y por miedo. Por el miedo que todos sentimos en nuestros pechos agitándose, como una palmera en mitad de un huracán. Deseé volarme la tapa de los sesos, pero yo ya estaba muerto. ¡Cuán cruel la ironía! ¿Era esa la desesperación de los muertos? ¿De aquellos que acaban de morir?

Me pregunté cómo acabaría aquel libro, el que estaba en mi mesilla desde hacía casi una semana, y si algún personaje moría trágicamente al final de este. Los buenos libros son los que poseen las cosas fundamentales de la vida, y la más fundamental es la muerte. Suspiré acomodándome en la cama, como si realmente estuviese sobre ella, cerré los ojos arropándome porque tenía frío, y entonces escuché el griterío de mi familia. El llanto de Stella me sobresaltó, pero entonces no pude moverme. Cuando el control sobre mí mismo regresó ya habían pasado décadas, ella estaba muerta y mi victrola estaba sobre mi vieja mesa haciendo sonar mi disco favorito.

—¿Y dices que pertenecía a Julien Mayfair?—preguntó un hombre de unos cuarenta años, tez ligeramente bronceada por trabajar duro bajo el sol, con una voz muy viril, unos ojos intensamente azules y un porte similar al de mi padre. Creí estar viendo la fotografía que mi madre, incluso en sus peores momentos, observaba quizá preguntándose cómo no pudo amarlo como él lo hizo.

—Sí, Michael—suspiró una anciana tocando ligeramente el borde de aquella joya—. Aún puedo verlo moviéndose de un lado a otro bailando esa música.

—Abuela Evy, ¿es cierto que Julien murió aquí?—dijo una adolescente de ojos verdes intensos, tan hermosos como las esmeraldas, y un cabello de fuego típico de una bruja poderosa. Tenía la nariz salpicada de graciosas pecas y poseía la figura de Stella, Evelyn y todas las mujeres, todas las chicas jóvenes, de la familia que yo amaba, adoraba y cuidaba de ese maldito desgraciado de Lasher.

Mi corazón dio un vuelco. Había llamado abuela a esa anciana, pero sobre todo la había llamado “Evy”. Mi Evelyn estaba consumida, olía a muerte y naftalina. Sus ojos, llenos de vida en otro tiempo, parecían apagados y estaban llenos de arrugas. ¿Dónde estaban sus hermosas y largas pestañas? ¿Qué había pasado con su sedoso cabello? Ahora parecía áspero y era blanco como la nieve.

—Has hecho un buen trabajo aquí—dijo ella suspirando largamente—. Lamento mucho lo de tu mujer.

—Rowan volverá, volverá—respondió con esperanza, pero también con dolor.

—Tío Mich, ¿si no vuelve puedo cuidarte yo?—preguntó la pelirroja.

—Tú siempre podrás cuidarme, Mona.


¡Mis descendientes! ¡Supe que eran mis descendientes! No necesitaba pruebas genéticas. Verlos a ellos era ver a todos los brujos y brujas de la familia. ¡Dios santo! Creo que me volví loco en ese momento y di gracias a desvanecerme justo antes que la joven, esa muchachita de llamativos cabellos cobrizos, se diese la vuelta para verme a mí: un fantasma lloroso.   

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt