La recuerdo allí parada llorando. No
me importó que la situación fuese peliaguda para observar su
belleza morena, sus ojos verdes y salvajes, sus hermosas manos
temblorosas igual que sus labios y toda esa figura, de curvas
perfectas, arrojándose al infierno más atroz por la culpabilidad.
David estaba a su lado. Él también era un perfecto maniquí de
bodas. Vestía elegante, pero su mirada era la de un hombre sin
esperanzas. Su postura delataba miedo y horror, igual que la de ella.
Ambos lloraban como niños que acababan de destrozar el jarrón
favorito de su madre. Y Louis... Louis sólo era un amasijo retorcido
de piel quemada, huesos retorcidos y ropa destrozada.
Quise llorar hasta que el cielo se
abriese y cayesen todos los ángeles a mis pies. Deseé que el
demonio apareciese y lo salvase a cambio de mi alma. Rogué
ingenuamente porque mi sangre no modificara ni una molécula de su
cuerpo y alma, pero no es así. De nuevo, como hacía tanto tiempo,
me abrí la muñeca y le di a beber. Podía funcionar, como también
podía morir.
Y entonces, como por arte de magia,
Louis se aferró a la vida. Se agarró a mi brazo y pegó su boca
sediento. Al parecer se arrepintió. Quizás escuchó el llanto
amargo de su criatura, era posible que hubiese caído a los pies de
la locura por unos instantes y hubiese recuperado después, gracias
al dolor y el silencio entre llantos, la razón y el buen juicio.
No logré ver al fantasma de Claudia.
Ni siquiera escuché el golpeteo de sus botitas de charol. No
obstante, quedé alerta porque sabía que la situación era delicada
y monstruosa. Los ojos verdes de Louis aparecieron como de un
infierno negro, al igual que las noches largas y amargas tras una
discusión que parecía ser el final de todo lo que teníamos.
Tomé entre mis brazos su figura
esbelta, bien construida, y besé sus mejillas adoloridas. Después
lo llevé dentro. Tumbamos a Louis para que descansara y ponernos en
orden. Merrick no dejaba de preguntar si al fin se había salvado,
igual que una niña que se aferra a un sueño para poder dejar de
llorar. David la consolaba, intentaba quitar hierro al asunto y le
aseguraba que yo todo lo podía. ¿Todo lo puedo? ¿Todo puedo? No lo
creo. Sólo soy un hombre, aunque posea colmillos y poderes, que
quería salvar lo único que le ha dado un mínimo de paz y
felicidad.
El Jardín Salvaje FB
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