Iniciamos el recuerdo de "Armand el vampiro"... ¡De lo que uno se pierde cuando cae catatónico!
Lestat de Lioncourt
La primera vez que tuve el honor de
conocer a Armand fue como si viese nuevamente aquel hermoso lienzo.
El cuadro parecía haber cobrado vida, descendido de la fría pared
de Talamasca y decidido caminar por el mundo hasta tropezar conmigo
en mitad de una capilla. Allí, bajo la luz nebulosa de viejas
vidrieras y cirios encendidos, contemplé la belleza indómita de un
muchacho por siempre atrapado en este mundo. La fascinación que
sentí hacia él fue intensa, pero tuve que controlarme de
sobremanera.
Desconozco porqué fui a aquella
iglesia, pero lo vi días antes que Lestat nos presentara
formalmente. Después ocurrió el misterio de Memnoch. Sí, lo llamo
misterio. Aún no he logrado averiguar qué ocurrió exactamente,
aunque él afirma que se presentó como el demonio y todas las
características parecen apuntar a un ser sobrenatural. No obstante,
dudo que sea quien dice ser.
De nuevo, en una capilla olvidada y
polvorienta llena de humedales, lo contemplé. Allí en pie, junto a
los demás, observaba la desgracia de nuestro héroe caído. Aunque
podría decir que Lestat fuese realmente un héroe, pero sí era un
ser decidido a esclarecer las sombras que cubren este mundo. Se alzó
una y otra vez. Mostró la fuerza formidable que tenía para darnos y
explicó lo que sucedió.
—Armand, quiero...
—Ahora no, David—susurró apretando
los puños y también los dientes. Noté que quería gritar. Deseaba
tomarlo de los hombros y agitarlo con violencia. Odiaba verlo de ese
modo, absolutamente perdido en la oscuridad. Lestat tenía una luz
propia que nos amparaba al resto. Él lo sabía y él la necesitaba
como cualquier niño perdido. Pues, eso somos a veces los vampiros.
Se había inmolado hacía unos días y
estaba ahí, de una pieza, llorando las miserias de aquel hombre
condenado a conocer una historia terrible, fuesen ciertas o no.
Marius ya había llegado horas atrás, se encontraba reclinado en las
bancas con sus suaves y grandes manos sobre su rostro. Gabrielle,
como si fuese “La Piedad” de Miguel Ángel, tomó a su hijo
suspirando amargamente e intentando comprender lo que había
sucedido. A nuestro alrededor se fueron aproximando vampiros de toda
índole, viejos amigos y jóvenes conocidos, así como Louis que
lloraba amargamente aferrado a una joven humana llamada Sybelle, la
cual observaba a todos como si fueran ángeles pese a su
monstruosidad.
—Ahora es el momento... debemos
hablar...
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