Marius y su estupidez... ¿por qué no va a por él y ya?
Lestat de Lioncourt
En ocasiones intento decirme a mí
mismo que hice todo lo posible para hacerte feliz, para no herirte y
protegerte incluso de mí mismo. No obstante, sé que me engaño. Me
miento para poder soportar sobre mis hombros todos los pecados
cometidos en tu contra, en mi contra y en contra de todo lo que
vivimos. Me enseñaste que el amor era algo importante, vivo y
natural; pero creo que llegaste demasiado tarde para que yo pudiese
verlo tan necesario e intrínseco en todos tus actos.
Te recuerdo con el rostro sucio bañado
en una expresión de horror y ruego, con hebras revueltas e
indomables de tu cabello cobrizo sobre la frente y las manos
colocadas sobre las mías. Quedaste de rodillas absorto en el hombre
que aparentaba ser, en el dios romano que siempre creí ser debido a
mi egoísmo y ego, mientras murmurabas en una lengua que ni tú
recordabas ya. Llorabas profusamente como si los cielos más turbios
en un día de tormenta. ¿Cómo no iba a amarte? ¿Cómo no iba a
desear proteger aquel frágil mundo que se retorcía entre suspiros,
llantos y temores?
Regresé a Venecia contigo entre mis
brazos, te saqué tus hediondas prendas que sólo eran harapos y los
arrojé a tus pies. Decidí bañarte yo mismo, como si fueras las
manos de Pilatos frente a tu adorado Cristo, y besé tu frente igual
que si lo hiciera con tu lastimada alma. La tortura había acabado, o
eso creíamos. Me entregué a ti por completo y tú a mí. Pero soy
un monstruo, soy un ser que habita en el arte y en el engaño. Me
convertí en Hades, aunque creí ser Eros. Tú no eras mi Psique,
sino una Perséfone masculina de hermosos ojos castaños que aún me
persiguen en mis pesadillas. Porque son pesadillas, querubín mío,
ya que no puedo ni debo soñar contigo.
Dejé que nos separaran, permití que
otros te codiciaran, y acabé llorando tu destino. Debí ir a
buscarte, pero la cobardía pudo más que mis deseos más profundos y
acabé de rodillas llorando ante los cuadros que pintaba en tu
nombre. Mi querido querubín, mi tentación, mi Amadeo...
Siempre he pensado que para mí lo eras
todo, pero que debía alejarte de mis manos frías y crueles. Te
pintaba como si fueras un ángel tentador, pero en realidad eras un
efebo que libraba miles de batallas contra mis perjuicios y lo oscuro
que yacía más allá de mi corazón. Intenté tener el coraje
suficiente para perseguirte, igual que un niño a las estrellas
fugaces, pero fallé. Te fallé, me fallé, fallé al amor y a todo
lo que tú eres. Fallé tanto y tan duro que terminé hundiéndome
sin percatarme. Fui estúpido y esa estupidez arde aún sobre mi
piel. No supe protegerte y ahora pretendes hacerme sentir que no
precisas mi asistencia, mis brazos, mis besos, mis susurros, mis
poemas, mi aliento y todo lo que soy. ¿Y qué soy? Un pobre artista
que se alimenta de recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario