Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 17 de diciembre de 2016

A Christmas Carol

—¿Qué demonios haces?—preguntó desde la puerta.

—He decidido que quiero pasar tiempo de calidad con Rose, pues pronto será Navidad y hoy representa en su escuela “A Christmas Carol” de Dickens—expresé frente al espejo mientras intentaba acomodar la corbata. Jamás se me había dado bien los nudos de esas elegantes sogas.

—¿Vas a ir solo?—dijo entrando al fin.

Posee un porte que yo jamás tendré. Cada paso parece medido y su mirada, tan humana como aviesa, se clava en mí como dos auténticas dagas hechas con diamantes de color verde. Su gentil sonrisa se dulcificó cuando me tomó de los hombros y logró vernos en el espejo. Él vestía un traje verde botella de tres piezas, si contaba con el chaleco a juego, y una camisa blanca pulcra sin corbata. Tal vez porque no le hacía falta. Yo tenía un aspecto salvaje pese a mi uniformidad de hombre de negocios de altos vuelos. Por el contrario yo usaba un azul marino muy oscuro, una camisa similar a la suya y la corbata roja en tono borgoña.

—No sabía si querías asistir—expliqué.

—Tiene doce años y debe ser ya toda una damita, seguro que muchos jóvenes se fijan ya en su belleza.

—Es una niña—repliqué algo molesto. Incluso fruncí el ceño juntando mis cejas.

—Dentro de cuatro años la considerarán un buen partido, pues las mujeres parecen madurar antes. Con dieciséis años todas asisten a fiestas, unas más alocadas que otras, donde bailan con otros jóvenes de su edad y se enamoran estúpidamente del chico cuya sonrisa es más bonita—comentaba girándome hacia él, para deshacer la corbata y comenzar a anudarla.

—Luego maduran de verdad y se dan cuenta que es mejor estar solas—dije con cierto orgullo, aunque no sabía qué tipo de mujer sería Rose. Había intentado por todas mis fuerzas que fuese culta, educada, con bondad en su corazón y una madurez fuera de lo común. No obstante era bastante tímida y quizá muy ilusa en muchos sentidos. Temía que la hirieran cuando llegase su primer amor, aunque en estos momentos sólo representaría por primera vez un bonito cuento navideño.

—Esa es tu madre—me advirtió—. Hay mujeres, que pese a su esmerada educación, deciden por sí mismas seguir a un hombre y ser su apoyo.

—Sinceramente, preferiría que el hombre fuese su complemento y ella fuese el complemento del hombre. Estar de apoyo es muy digno si se desea, pero prefiero que ella aprenda a ser un pilar fundamental de nuestra sociedad—. Hablaba con orgullo y creyendo firmemente en lo que decía.

—Sin condicionamientos de ningún tipo—susurró terminando de acomodar el nudo, para luego tirar suavemente de la corbata, logrando que me inclinara hacia delante. De inmediato rozó sus labios con los míos, mordió con sus blancos dientes el inferior y luego me besó apasionado. Noté como cerraba los ojos bajando los párpados lentamente, para luego soltar la corbata y echar sus brazos a mi cuello. No lo dudé. Reaccioné a tiempo atrapándolo.

Aquella noche asistimos a la obra de teatro en aquel caro y magnífico centro de estudios. Ella parecía vibrar con cada palabra. Era el fantasma de las navidades pasadas y ofrecía al viejo cascarrabias una lección magistral. Los otros niños estuvieron bien, pero no eran mi Rose.


Tal vez he vivido otras navidades con la misma intensidad y belleza, pero no con ese deseo tan ferviente de creer en un Dios bondadoso. Deseaba que la bendijera, que la cuidara cuando yo no estaba, y vigilara sus pasos para que jamás se tropezara con monstruos como éramos nosotros. Era mi pequeña, mi niña, mi dulce ángel... mi Rose.  

Lestat de Lioncourt 

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Lestat de Lioncourt