Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 16 de diciembre de 2016

Jingle Bells

Empezamos con memorias cortas navideñas... esta vez Daniel... Idiota...

Lestat de Lioncourt 



La música navideña se colaba por la minúscula radio que había adquirido él mismo. La habitación estaba decorada de forma patosa y negligente, llena de artilugios de tiendas económicas y de otras algo más lujosas. Conté entorno a veinte Santa Claus agitando sus brazos o moviendo su enorme trasero a ritmo de “Jingle Bells” y el árbol también contaba con algunos en miniatura. Observé a mi alrededor y pude lograr apreciar algunas mesas de dulces, pero también varias botellas de ponche y de whisky. Me incorporé casi de inmediato. Pero tropecé con una pila de cajas envueltas en papel de regalo bastante chillón de un tamaño similar al de un niño pequeño. Allí estaban, a los pies de mi cama, esperando quizá que los abriese una semana antes de su fecha.

—¡Dani! ¡Feliz Navidad!—gritó saltando a la cama como un niño pequeño. Su expresión era la de un ángel glorioso de Dios, un pequeño y travieso querubín, que disfrutaba animosamente de las fechas. Me sentí aturdido y terminé recostado de nuevo con él encima tocando mi frente—. ¿Te has enfermado?—preguntó—. Los mortales de este tiempo sois muy frágiles.

—Aléjate de mí, por favor—dije empujándolo lejos de mi cuerpo débil y agotado. Ni siquiera había logrado dormir unas cuantas horas y al despertar había una fábrica de porquería navideña a mi alrededor, brillando y sonando como si fuera el hombre más feliz del mundo. Yo no lo era. Jamás lo fui.

Había perdido a mis padres, estaba solo en este jodido mundo, y las navidades como la cena de Acción de Gracias o la Pascua me parecían patéticas. Odiaba esas celebraciones y detestaba su jersey con ese patético reno de nariz roja sonriente. Él me miró confuso, para luego romper a llorar en silencio. Creo que toda su alegría y deseo de celebrar algo conmigo se fue por el sumidero. Estaba tan emocionado con la tecnología y la convivencia había caído en el consumismo más cruel, en el deseo más barato de comprar felicidad y escuchar villancicos. Caí en la cuenta entonces que él no sólo había perdido a su familia, sino que estaba auténticamente solo y yo lo era todo.

—Lo lamento—. Sonó sincero, pero creo que no fue suficiente. A decir verdad, creo que las palabras de disculpa siempre son vacías y carentes de sentido. Si quieres a alguien te detienes y no lanzas una palabra que puede hacer demasiado daño, que marca para siempre—. Armand, podemos hacer como que no he dicho nada. Nos levantamos, abrimos esos regalos antes de tiempo y ceno contigo mientras me cuentas tu aventura nocturna o me recitas algo.

—No. Déjalo—susurró—. Todo esto es ridículo—añadió quitándose el jersey para arrojarlo al suelo.

Su pequeño torso quedó a la vista junto a su vientre suave, delicado y de tono lechoso. Todo su cuerpo era una provocación y yo caía en ella. Terminé atrapándolo con ambas manos, agarrándolo con fuerza de los brazos por debajo del hombro, y lo arrojé a la cama comenzando a lamer sus lágrimas. Eran lágrimas de sangre lo que empezaron a correr por sus mejillas, las mismas que tenían un sabor mejor que el whisky más caro. Él no se movió, sólo jadeó girando su rostro hacia donde estaba el árbol y dejó su mirada perdida en las luces. Por mi parte mordí su cuello, pellizqué sus pezones con mis dientes, y lamí su pelvis.


No tenía escrúpulos. Después de tratarlo como lo hice bajé sus pantalones, saqué sus patéticas zapatillas de elfo y lo dejé desnudo para poder contemplarlo, acariciarlo, mancillarlo con mis labios y mi lengua. Disfrutaba de aquel acto pueril a un muchachito eterno que se abría ante mí con la única intención de conseguir afecto. Susurraba disculpas en inglés y ruso, que sólo lo había aprendido por curiosidad. No obstante, como he dicho, el daño estaba hecho y era plenamente consciente.  

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Lestat de Lioncourt