Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 15 de diciembre de 2016

Nuestro adiós

El adiós es... siempre doloroso.

Lestat de Lioncourt


—Debo dejarte.

Me dijo mirándose al espejo de su tocador. Estaba allí sentada observando su largo cabello negro disperso sobre sus hombros y espalda. Su cepillo de hermosa plata y rubíes se deslizaba sobre esta como si fuese un espeso mar salvaje. Sus ojos profundos subieron hasta mi figura, la cual estaba allí asomada con su hermosa ropa blanco marfil. Mi tono de piel contrastaba con el suyo, tan marmóreo. El traje rojo, ajustado en su cintura y que realzaba su busto, se desparramaba sobre su silla. La escena era idílica, pero sus palabras no eran llenas de amor y bondad.

Ella que era mi amiga, mi amante, mi compañera, mi mujer y mi diosa. Ella que me había dado la vida y la libertad más allá de la opulencia y respeto que me gané sólo por nacer. Ella se iba, se marchaba, y yo me quedaría solo y huérfano.

—¿Irás con Marius?—pregunté por un casual. Sólo quería saber si alguien la acompañaría.

—No—dijo—. Ya no.

—Pandora—suspiré aturdido—, ¿puedo cambiar algo que te parece ofensivo?—dije intentando aferrarme a una posibilidad.

—No puedo soportarte, no puedo soportar esto—contestó girándose para mirarme a la cara directamente. Esos ojos flameaban dolor—. No estoy acostumbrada a todo... todo...

—Mi respeto, apoyo incondicional y amor—dije con semblante serio, pues sabía cuál era el problema. Ella jamás había sido respetada, ni honrada, ni amada de ese modo. No sabía corresponderme y todo le aterraba de sobremanera. Sé que me amaba, pero amaba más a Marius y aún más su libertad—. ¿Te da miedo amar?

—No me obligues a decirte algo hiriente—respondió con los ojos llenos de lágrimas que no sabían si salir o quedarse en sus propios infiernos.

—No, lo lamento—susurré.

—Déjame marchame—. Se incorporó mirándome con esa angustia antes de agachar la mirada un segundo. Todo lo que llevaba puesto lo había elegido yo, con toda mi buena fe y sueños, deseando cumplir caprichos y necesidades. Había bañado en joyas, telas caras, flores, perfumes y libros su vida. La había acompañado allí donde ella deseaba ir.


—Puedes hacerlo, puedes irte—dije acercándome a ella para tomar sus trémulas manos. Las tenía cálidas. Había bebido recientemente en la fiesta, lo sabía. Allí, entre la marabunta de gente sin principios y enjoyados hasta el cabello, había sido partícipe de la muerte y las duras elecciones a las que estábamos implicados como hijos de la oscuridad y la sangre—. En esta fría noche puedes irte, pero quien se marchará soy yo—sentencié—. Quédate en esta hermosa Rusia—murmuré acercando mis labios, algo helados, a su rostro de porcelana—, helada y magnífica en muchos sentidos,—añadí sintiendo como una lágrima caía estropeando su maquillaje— y yo me iré a la India donde puedo refugiarme tras esta profunda pérdida—dije terminando por sellar mis palabras con un beso lleno de amor—. Allí te estaré esperando si en algún momento te cansas de viajar, de vivir aventuras palaciegas—me sentía triste, pero no podía dejar de amarla—, de indagar sobre la historia y el origen de la vida. Allí estaré para ti, venerándote en sueños como a una diosa—mis ojos se clavaron en los suyos antes de dar media vuelta y marcharme hasta mi recámara, donde comencé a empacar mis pocas pertenencias.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt