Hablar con Marius es hablar con una pared...
Lestat de Lioncourt
—¿Podemos hablar?—pregunté desde
la puerta.
Había abandonado la biblioteca, mi
lugar de esparcimiento y crecimiento personal, donde ejercitaba mi
mente con libros de matemáticas, ciencias, literatura o historia.
Aprendía de cada autor, rebatía sus ideas, dejaba atrás la
religión que me impusieron mis padres y todo lo que la sociedad
había creado a mi alrededor. Tenía mis bolsillos vacíos de piedras
baratas y empezaba a tener joyas. Llené mi alma de vivencias
intensas únicamente por amor.
—Siempre hay tiempo para una
conversación—respondió bajando el pincel. Se encontraba pintando
un pequeño lienzo, quizá para ofrecérselo a Armand. Era un niño
Jesús recostado en un pesebre muy simple, pero extremadamente
hermoso por los detalles.
Me aproximé a él observando con
minuciosidad la obra, pero de inmediato hablé. Me había concedido
su atención y cedido su palabra. Tenía que aprovechar el momento.
—De acuerdo, entonces hablemos de mi
regalo—dije abrazando con fuerza el libro que aún no había
soltado. Llevaba conmigo un borrador simple de las memorias de
Armand. David Talbot me regaló el libro, como si de un caramelo se
tratase, sólo porque insistí que quería ver cómo me reflejaban en
las líneas de aquella historia que también era parte de la mía.
—¿Quieres hablar de algo tan
banal?—dijo tras una ligera risotada.
—Deseo hacerlo porque mi petición no
lo es—expliqué mirándole a los ojos. Él enserió su rostro, dejó
sus bártulos de pintor sobre una mesita aledaña y se giró por
completo hacia mí. Parecía una enorme estatua de un bárbaro, como
él llamaba a los celtas, con algunos rasgos romanos y una túnica
borgoña que cubría hasta sus pies, los cuales estaban cubiertos
como los de Jesús de Nazaret. Tenía unas sandalias simples de cuero
y sus dedos blancos, algo robustos, tenían un aspecto amenazador.
Cualquiera podía sentirse David contra Goliat.
—Oh, ¿y qué deseas?—preguntó
ensimismado con mi belleza infantil, la cual Armand había calificado
de celestial o querubín de iglesia barroca.
—Deseo que dejes de hacer daño a
Dybbuk—dije tras arrugar suavemente la nariz. Estaba molesto, pero
a la vez esperanzado.
—¿Cómo?—murmuró atónito.
—No puedo permitir que siga
lamentándose y sintiéndose tan vacío. Dice que no sabe amar, que
jamás comprendió el amor, pero es porque ama demasiado y se deja
influir por estos sentimientos.
Rápidamente alzó las manos hacia el
frente, con los brazos ligeramente retraídos hacia él, ofreciéndome
una imagen de “alto el fuego” bastante cómica. Yo sólo era un
recién nacido en las sombras, un niño que había sido arrancado del
frío del invierno. Contemplé en sus ojos sorpresa y dolor, también
algo de indignación.
—He aprendido a amar gracias a él,
se lo dije—dijo con cierta vehemencia, aunque su tono seguía
siendo suave. No era el tono, sino la forma en la cual lo dijo.
—No has aprendido—dije negando con
mi pequeña cabeza cargada de rizos oscuros—. No lo has hecho. Él
sigue sufriendo. No te has disculpado.
—Lo hice a mi manera—confesó.
—Tus maneras no son las justas ni
adecuadas.
Mi tono mostró en ese momento
indignación. No podía soportar aquello. Era una burla a lo que
Dybbuk era.
—A mí me lo parecen—explicó
girándose de nuevo para tomar sus útiles y seguir con su labor.
—Amo, no lo son—me acerqué más y
lo tomé de la túnica, jalando de él con mi mano derecha. Parecía
un niño aferrado a la falda de su madre—. Armand sufre—mis ojos
estaban llenos de lágrimas que no pude contener. Empecé a llorar—.
Deseo como regalo navideño que se reconcilien como es debido.
Necesito ver en su rostro la alegría que jamás ha convivido con sus
labios y mirada. Necesito...
—Faltan doce días para la
celebración de la navidad, algo que no me simpatiza ni me mueve
deseos algunos, pero lo haré si así lo deseas.
Aquella Navidad él ofreció ese cuadro
junto a unas disculpas más sinceras, pero poco útiles. Armand ya
estaba tan dañado que jamás pudo perdonar tanto sufrimiento. Y es
que cuando rompes algo, cuando dañas algo, cuando haces que estas
personas se sumerjan en dolor, no puedes solucionarlo con unas
simples y miserables palabras de un discurso bien aprendido de
antemano.
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