Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 19 de diciembre de 2016

O Christmas Tree

Mael podría ser salvaje, pero también era alguien que sabía consolar. Yo también creo que sigue vivo, aunque sea en nuestros corazones. ¿Adónde estará? 

Lestat de Lioncourt

—¿Alguna vez te has sentido solo?—interrumpió el silencio que ambos habíamos formulado.

Ella tenía sus manos, de largos dedos finos de color marmóreo, sobre mi larga cabellera rubia pajiza. Trenzaba pequeños mechones, casi insignificantes, como si fueran espigas de trigo. Hacía aquello con parsimonia mientras el fuego caldeaba la habitación. Era una casa situada en una montaña, excavada en la roca, y sin luz eléctrica. Llevaba viviendo allí algunos años cuando yo la conocí.

Fue extraño. Paseaba por el bosque acariciando las cortezas de los árboles, como ella acariciaba mis cabellos en ese momento, preguntándome adónde fue toda mi cultura y si mi familia me recordó incluso después de la muerte. Un raro presentimiento caló hondo en mi pecho y noté como otro inmortal me observaba. Me giré y no vi nada, pero pronto salió de entre los matorrales una hermosa mujer como si fuese un animalillo salvaje. Por su cabellera pensé que era la representación de un zorro astuto y vivaz, pero al ver sus ojos sentí un escalofrío. No tenía ojos. Carecía de globos oculares, pues sus cuencas estaban vacías.

Después supe que Akasha había hecho tal atrocidad y ella conseguía ojos de hombres y animales, para así poder ver el mundo que la rodeaba. Aún así era diestra correteando por el bosque y olfateando el mundo igual que un sabueso. Era una mujer ligada a la naturaleza, vinculada como una hija y una madre. La admiré desde el primer momento en el cual la vi con ese manto rojizo lleno de minúsculas ramitas y diminutas hojas. Sus manos olían a musgo y su vestido a arcilla.

La noche era oscura como la pesadumbre de un viejo solitario, pero la luna se alzaba entre las hermosas y frondosas copas de los árboles. Las estrellas brillaban con fuerza. Hacía frío, pronto nevaría. Era prácticamente invierno y el infierno blanco se acercaba.

—¿Solo?—dije abriendo los ojos para ver el fuego, y luego girarme hacia ella.

Había estado ensoñando con nuestro primer encuentro, hacía más de diez años. Un encuentro fortuito que me había hecho vibrar y aún hoy, tras tantos años, lo sigue haciendo.

—Sí, como si necesitaras estar al lado de otro, aunque no hubiese conversación o esta tuviese largos espacios de silencio—explicó.

Esa noche aún no había robado un par de orbes para su cara de hermosos rasgos. Tenía las mejillas marcadas y algo sonrosadas, pese a que no se había alimentado correctamente. Vestía uno de sus largas túnicas verdes con un pequeño cinturón. Sus pies estaban cubiertos de trapos viejos, no tenía zapatos. Era una ermitaña que enviaba cartas cada semana a sus descendientes, la cual pronto se volvería adicta al mundo moderno y a la tecnología. Eso sería cuando tuvo que aparecer con mayor frecuencia para proteger a Jesse.

—No.

—Quizás...—murmuró acomodando sus manos sobre mis hombros—. Olvídalo.

—Tal vez sientes esa profunda necesidad de compañía porque tu hermana no está—dije directo—. Buscas en otros la compañía adecuada, alguien que entienda tus gestos y caricias. Necesitas que aprecien tu silencio y tus palabras—susurré girándome suavemente hacia ella. Vi en su expresión pena y necesidad. Estaba a punto de echarse a llorar, pero permaneció entera.

Había numerosas cartas de navidad sobre la mesa. Ella tenía alquilado un número postal donde todos enviaban sus cartas, tarjetas, postales y diversa documentación. Ella leía con pasión cada nota. Incluso era capaz de cantar las buenas noticias. No conocí jamás a una mujer más bondosa y entregada a su familia, aunque estos eran descendientes lejanos de su hija. Creo que lo hacía por ella. Por esa niña que no pudo sostener en sus brazos más de unas semanas. La misma criatura que nació de un acto ruin, pero que unió las vidas y almas de dos seres profundamente apasionados.

Sí, conocía a Khayman. Él venía de vez en cuando con sus trajes caros o prendas de cuero. Sus calzados llegaban destrozados por la caminata, pese a que podía volar como las aves o los murciélagos. Se acercaba a ella, besaba sus mejillas y le contaba lo que había descubierto de la familia. Esa Gran Familia Humana que tanto amaba. Después se iba, encomendándome a mí su compañía.

—Sí, quizá—contestó con una sonrisa bondadosa, para seguir trenzando algunos mechones más—. No obstante, creo que es porque sé que ella está ahí fuera... y...

—Y sufre, como tú—murmuré en tono quedo—. Sufres porque quieres encontrarla.

—Y tú, Mael, ¿por qué sufres?—preguntó echando sus brazos sobre mis hombros, para luego besar mi mejilla. Esperaba una pronta respuesta.

—Yo ya no sufro—mentí para que ella no notase mi dolor, pero creo que se hundía en la brea que era mi alma—. Hace tiempo que dejé de hacerlo.

—Es mentira, ¿sabes que conozco y comprendo todos tus gestos?—me dijo.

—Ah... mujer...—dije riéndome porque me había agarrado con una mentira en mis labios— ¿Cómo eres tan observadora?—pregunté girando mi rostro de nuevo hacia el fuego—. Digamos que sufro porque aún intento llenar el vacío que quedó tras la muerte de mi cultura, mi religión y mi compañía junto a Avicus. He ido llenando mis bolsillos de experiencias, de hermosas conversaciones contigo, pero...

—Falta—intervino.

—Sí, pero admito que es grato estar frente al fuego junto a ti. Es una época relevante para los celtas, aunque ahora se convirtió en el nacimiento del Dios cristiano entre los humanos. No quiero pasar estas fechas solo—me abracé mejor las piernas y suspiré. Me sentía perdido entre ese mar de gente insolente que eran las ciudades. Cuando bajaba por la colina y me perdía por los pueblos, los centros urbanos y finalmente entraba en tiendas o avenidas muy pobladas sentía pánico. La gente ya no amaba, no sentía, no deseaba de corazón... Todo era muy plástico y barato.

—Ya está, terminé—dijo agarrando el espejo que había sobre sus faldas, para dármelo y permitirme observar su obra.

—¡Ah! ¡Parezco un elfo de cuento de hadas!—me eché a reír a carcajadas apreciando ese trabajo. Incluso había colocado pequeñas ramitas y trozos de su cabello rojizo como ataduras. Parecía un elfo guerrero al cual le faltaba el arco y las flechas.

—A mí me pareces un hombre muy bondadoso—susurró cerca de mi oreja derecha, provocando que me sonrojara.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt