Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 20 de diciembre de 2016

We Wish You A Merry Christmas - Parte 1




Habían caído ya las primeras nieves. Los campos de vid estaban cubiertos y la humedad condensaba el aliento alrededor de la boca. En París, las luces navideñas acaparaban la atención sin olvidar que estábamos en “guerra”. El clima de intranquilidad era obvio, pero yo me había refugiado hacía algunas horas en mi castillo. Me sentía como los clásicos vampiros del cine de Hollywood y las viejas leyendas de Transilvania. Sólo faltaba que me acomodara cerca del fuego arropado por mi capa y con una virgen sobre mis piernas. Si bien, el estridente sonido de una guitarra eléctrica desbordaba los gruesos muros mientras algunas de las grandes bandas del rock hacían sucumbir la calma, agitando mi alma y recordándome quien era yo.

Me senté cómodamente en el sillón, tal y como había imaginado, pero mis prendas eran bastante distintas a las imaginadas. Mis botas eran las de un muchacho, los pantalones de cuero se pegaban bastante a mis piernas y tenía una correa de metal pesado que cruzaba parte de mi cintura. La chaqueta que llevaba también era de cuero, llena de correas y cierres de metal. Tenía en los brazos unas puntiagudas piezas metálicas que no pinchaban, pero daban cierto aspecto amenazador. Mi cabello estaba revuelto y algo pegado sobre mi frente debido al sudor.

—Lestat—dijo entrando en la habitación sin siquiera llamar, cosa que no era propia en él—. ¡Lestat!

Tenía los ojos llenos de amargura y parecía querer romper a llorar. Me incorporé rápidamente, fui hasta él y lo tomé entre mis brazos. Pude sentir entonces como se derrumbaba, igual que un edificio en una demolición controlada. Su llanto fue amargo y sincero. Sus manos se aferraron rápidamente a las solapas de mi chaqueta y comenzó a manchar con sus lágrimas mi cuello, mis prendas y también su flamante suéter color oliva así como su camisa blanca. Parecía una virgen doliente, de esas figuras que se colocan en los altares.

—Louis, ¿qué demonios ocurre?—pregunté, pero no tuve respuesta.

Sólo hipaba y respiraba fuertemente. El llanto cada vez iba a peor. Sentía una angustia terrible pues no sabía siquiera lo que acontecía. Era como si viese el mundo desplomarse sobre ambos sin comprender cuál fue el desencadenante de ese horror. Acabé por tomar su rostro entre mis manos, abarcando así esos hermosos rasgos, para ver su boca de labios temblorosos jadear estremecido.

—Dime, ¿qué ocurre?—intentaba mantener las formas, pero la calma se iba perdiendo—. ¡Qué ocurre!

—He tenido un sueño... que... —susurró agarrado a mí con sus hermosas manos, las cuales se bajaron del cuello de mi chaqueta hasta mi cintura—. Ella estaba en la nieve, en la nieve...

—¿Ella?—pregunté.

—Su cuerpo estaba sobre la nieve, con aquel hermoso vestido celeste que tú le encargaste a una modista parisina. Sus hermosos cabellos estaban esparcidos sobre ese terrón blanco y frío. ¡Sus ojos! ¡Dios mío! Parecían ser los de una muñeca, pues tenían el aspecto de ser de vidrio—su voz era casi un susurro, pero podía entender todo lo que balbuceaba con horror.

No dudé en abrazarlo con fuerza mientras lo llevaba hasta cerca de la chimenea. Allí, frente a las llamas, nos sentamos en la alfombra y quedamos aferrados el uno con el otro. El fuego consumía la leña entretanto tomaba el atizador y movía algunos trozos de madera. Me preguntaba el motivo por el cual las pesadillas se amontonaban en su alma, pero luego recordé que era Navidad, la época en la cual los niños se alborotan y él había estado en la ciudad.

—Louis, ¿viste a niños hoy jugar en la nieve?—pregunté mientras él aún permanecía aferrado a mí, escuchando mi corazón para calmarse.

—Sí—murmuró.

—¿Te quedaste agotado por el frío cuando llegaste al castillo? Posiblemente llegaste y no me encontraste, decidiste irte a nuestra habitación y encendiste la chimenea. Allí, en nuestra cama, tuviste ese sueño tan terrible—decía mientras acariciaba sus largos y sedosos cabellos negros—, pues viste a los niños jugar y aún extrañas esa parte de ti. Y, cuando digo parte de ti, hablo de Claudia, nuestra paternidad y años dorados.

Ella fue el nexo que nos unió, la verdad que nos transformó en una familia. Recordaba los ojos llenos de ilusión cuando le ofrecí sus primeras muñecas en los sucesivos “cumpleaños”, los hermosos y caros vestidos parisinos en fechas tan importantes como las que vivíamos, la forma en la cual la alzaba mientras recitaba poesía y Louis simplemente observaba minuciosamente ese hecho, los meses en los cuales le impuse un tutor para que aprendiera música y tocara el piano, y del mismo modo que la abrazábamos entre ambos cuando parecía cansada. La vida se volvió trágica para nosotros, los breves momentos de felicidad se convirtieron en pequeñas chispas lejanas como estrellas, y el dolor se convirtió en una amargura constante.

—Rose no la disfruté. Tenía tanto miedo que viese en mí un monstruo...—admitó— que jamás pude...

—Jamás pudiste acudir a verla a solas, pero ella se sentía feliz cuando llegabas con tus rosas tras una de sus actuaciones en el colegio. Aún recuerdo sus últimas obras como si fuera hoy mismo...—dije recordando a nuestra pequeña rosa eterna convertida en una minúscula niña, con el cabello recogido realzando su largo cuello, mientras se movía por el escenario bailando con un encantador vestido en la popular obra “El Cascanueces”.

Rose siempre fue una niña despierta, llena de vida, que poseía unas inquietudes y una imaginación dignas de un genio. Su pequeño cuerpo era un recipiente hermoso y con el paso de los años dio frutos. Era una joven hermosa, radiante, de mirada curiosa e inocente. Jamás he visto unos ojos más hermosos que ese par de océanos azules, salvo las gemas verdes que posee Louis. Su cabello azabache, cayendo sobre su piel pálida, le dan un toque de muchachita de cuento. Creo que no hay mujer en este mundo más hermosa que mi dulce Rose. Una chica comprometida con sus estudios y no con distracciones infructuosas, pero también rebelde y llena de un amor demasiado terrible a la poesía. Podría decirse que era la mezcla exacta de pasiones que Louis y yo poseíamos.

—Es una lástima—dijo apartándose un poco de mí, ya algo más calmado—. Tampoco disfrutamos de Víctor—se secaba las lágrimas mientras decía eso. Era un gesto casi infantil hacerlo con la manga de su suéter, pero ya estaba echado a perder debido a las gotas que habían caído de su rostro a la prenda.

—¿Acaso te hubiese gustado disfrutar de mi hijo?—pregunté asombrado.

—Es tu hijo, es parte de ti, así que sería parte de mí—se giró por completo hacia mí, subiéndose sobre mis piernas y arrancándome el hierro de la mano, para colocarla sobre su estrecha cintura, y entonces me besó con ternura en los labios—. Sigues siendo mi Dios y mi Satanás. Sigues siendo principio y fin. Sigues siendo la vida y la muerte conociéndose al fin eternamente, con una sonrisa en los labios y un guiño descarado. Puede que parezcas a veces desconsiderado, despistado o simplemente te olvides por completo de mí. Persigues quimeras, corres por este mundo aunando sueños y esperanzas, para luego regresar—sus dedos se habían puesto sobre mi rostro y jugaban como pequeñas patas de araña sobre mis rasgos—. Eres el Príncipe de los Vampiros, el más caprichoso y valiente de todos ellos.


—Regreso porque sé que estás ahí aguardándome como Penélope a Ulises—respondí hundiendo mi rostro en su cuello.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt