Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 21 de diciembre de 2016

X-Mas Parte 2

Las reacciones de Louis siempre incrementaban el fuego demoledor que sentía en mi interior, la pasión era incontrolable y mis instintos más primarios surgían como una marabunta de hormigas, las cuales cosquilleaban en mi vientre y subían hasta mi pecho. Mis manos se colaron bajo el suéter y levantaron la camisa perfectamente introducida en sus pantalones oscuros de vestir. El gimió cuando mis dientes atravesaron la fina y sensible piel de su cuello, hundiéndose como dos poderosas agujas, mientras succionaba suavemente un poco de su sangre.

Él se recostó sobre la florida alfombra, dejando que sus cabellos negros ocultasen el hermoso trazado que esta poseía, y sus ojos, los mismos siempre me cautivan, brillaron con un fulgor cargado de deseo. Rápidamente sus manos se colocaron en mis hombros tirando de mí hacia él. Quería que lo besara, sus labios estaban preparados y yo no dudé en hacerlo.

Mis labios presionaron sobre los suyos y mi lengua, herida por un corte profundo, la introduje en su boca ofreciéndole mi sangre mezclada con la suya. La pasión se desbordó. Sus piernas se abrieron y rodearon mis caderas, logró así que me excitara de tal forma que acabara rozándome. Nos movíamos como las olas de un mar agitado. Nuestras bocas parecían querer aferrarse más una con la otra, pero de vez en vez se separaban y quedábamos como dos peces buscando aire lejos del mar. Sus mejillas se arrobaron con un rubor muy intenso y sus ojos se cerraron mientras enterraba sus uñas en el cuero de mi chaqueta.

—Hazlo—dijo.

Me incorporé a duras penas, quedando de rodillas frente a él, para buscar en el forro interior de mi chaqueta un líquido cristalino y sin olor. Ese líquido era testosterona, similar a los inyectables pero en una fórmula mejorada, que no dudé en ingerir provocando que todo mi cuerpo reaccionara de forma más que evidente.

Él se lanzó sobre mi bragueta mientras terminaba el tubo y le ofrecía uno. Bebió con mayor avidez entre tanto bajaba la cremallera del cierre. Después, sin más, bajo mi pantalón de un tirón fuerte y comenzó a lamer mi bajo vientre, hasta llegar a la base de mi miembro, porque yo no llevaba ropa interior. Sus mágicos labios se abrieron como un pequeño túnel directo a un infierno cálido, estrecho y húmedo. Apretó con dulzura el glande y bajó hasta el final de aquel cuerpo endurecido por sus actos y los míos. Dos impúdicos demonios convertidos en dos seres de ascenso a lo más parecido al cielo y conversar con Dios, pues eso era el placer del sexo cargado de amor e historias imposibles.

Sus ojos se clavaron en los míos como dos dagas de hermosa empuñadura. Mis manos no tardaron en acariciar sus cabellos, ondulados y espesos, para finalmente apretar su cráneo y pegar de ese modo sus labios a la base, rozando así mis testículos y haciéndole resoplar sobre el vello que coronaba mi miembro. Mis caderas se movieron bruscas en un par de estocadas y luego lo tiré, como quien tira un hierro candente que ha estado entre sus manos desnudas, para empezar a desvestir su coqueta silueta.

Nada más tenerlo allí desnudo recordé todas las emociones que sentía cuando era sólo un adolescente. Mi sexo, humedecido y erguido en su máximo esplendor, se veía imponente y desesperado. Él se giró recostando pegando su pecho por completo al suelo, alzando sus caderas de este y dejando sus rodillas clavadas al mismo. Su rostro quedó girado hacia la izquierda, pero esos ojos me perseguían.

No lo dudé. Penetré de una vez. Un grito terrible rebotó entre los gruesos muros de aquella habitación. El movimiento empezó fiero y acabó fiero. Cada movimiento de mi cadera destruía las paredes de su estrecho vergel. Su sexo, también duro, se movía como el péndulo del reloj que marcaba la una de la madrugada. Tenía los labios abiertos, tan rojos como las cerezas.

—Ámame sólo a mí—. Su voz estaba entrecortada y sus manos se aferraban como podían a la alfombra, la cual empezó a quedar destruida porque sus uñas las arañaban como si fuera un gato salvaje.

Antes que todo acabase tan rápido, pues todavía no lograba controlar esa subida tan frenética de placer, salí sentándome de espaldas al fuego. Sin perder el tiempo tiré de él y lo subí a mis caderas, logrando penetrarlo de una vez. Sus largas piernas, de muslos cálidos, se aferraron a mí enroscándose como una serpiente y comenzó a moverse. Mi boca no quedó quieta porque mordisqueaba sus pezones, sus clavículas y cuello. Y la lengua, la cual parecía bífida como la de un demonio desesperado, lamía bajo su mandíbula y buscaba el lóbulo de cada uno de sus orejas. Él gemía y farfullaba en nuestro idioma natal, el francés, todas las locuras que deseaba acometer conmigo.

Finalmente llegamos. Primero lo hizo él apretándome duramente mi hombría, convirtiéndome en preso de sus deseos, incitándome a llegar. Después me aferré con fuerza a su cintura. Mis brazos lo rodeaban firmemente mientras caíamos sobre la alfombra, otra puñetera vez, y él serpenteaba aunque su simiente manchaba ambos vientres. El mío, como no, rellenó su interior aunque seguí moviéndome provocando que parte saliese manchando parte de sus glúteos y también el destruido objeto de decoración que me había regalado Gregory. Sí, la alfombra había sido un regalo bastante caro y llamativo... La misma alfombra que estaba sucia y maltrecha.

—Lestat...—susurró jadeoso—. Dime que me amas, aunque sea mentira.

—Nunca te mentiría, Louis. Te amo, te amo demasiado...—respondí con el rostro empapado en sudor, como el resto de mi cuerpo y el suyo, y con mis rizos rubios pegados a él.

Salí lentamente de su entrada, pero me quedé recostado sobre su figura. Aplastaba cada músculo, hueso y trozo de su ser. Mi boca se pegaba a sus mejillas, besándolo con ternura. Él era todo. Siempre ha sido todo. Jamás dejará de ser todo.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt