Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 22 de diciembre de 2016

Santa Claus is coming

Admito que me ha emocionado saber esto.

Lestat de Lioncourt 


—¿En qué estás pensando?—preguntó.

El tren tomaba la curva en ese momento en una de las calles más pobladas. La maqueta era de Londres, cuando la época industrial estaba en su mayor apogeo, y me había llevado días terminarla. La nieve acumulada sobre los viejos tejados le daban un aspecto mágico, casi navideño.

—Dímelo tú—respondí colocando la última figura, un Santa Claus.

Quise echarme a llorar como cualquier huérfano, pero me mantuve con la vista puesta en los raíles de aquella pequeña máquina que imitaba a una locomotora de hierro antigua. Incluso hacía su pequeño ruido al marchar sobre las vías.

—Daniel, no has venido aquí para...

Mi ojos violáceos no le permitieron continuar. Tenía la vista puesta en aquel hombre que parecía un coloso a mi lado, debido a lo anchos que eran sus hombros. No parecía un ciudadano romano, por mucho que se sintiese hijo del imperio, sino un celta de ojos sabios y rostro marcado por la tragedia. Podía leer en la nula expresividad de sus labios un dolor que no dejaba marchar.

—Armand no puede cuidarme, ¿verdad?—dije regresando la vista a mi pequeña obra—. Se ha rendido.

—He pedido que me deje cuidarte, pues sé que ambos poseen una riña demasiado intensa—iba explicando—. Es algo que no vais a poder limar con facilidad.

—Ah...—suspiré y luego dije con voz alzada—. ¡Y pensar que creí que ser un vampiro sería vivir para siempre sin problemas!

Me detuve en miad de la calle. La nieve se acumulaba. Tenía las manos heladas, así que las metí en mis bolsillos. Él, casi de inmediato, se aferró a mi brazo. Había estado recordando en silencio la vivencia de hacía más de diez años. Quise echarme a llorar, pero me contuve. Sus ojos almendrados estaban puestos en mí como un niño curioso y yo no pude hacer nada más que sacar mis manos, colocarlas sobre sus mejillas encendidas y desear besarlo. Pero no lo hice.

—¿Estás bien?—preguntó.

—Sí, sí... —balbuceé, antes de apartarme y seguir caminando.

—Hacía mucho tiempo que no estábamos juntos, uno al lado del otro—dijo apurando sus pasos para volver a agarrarme del brazo. Tenía el cabello pelirrojo oculto bajo un ridículo sombrero rojo con renos en color blanco. Realmente parecía un niño.

—¿Por qué me abandonaste junto a Marius?—pregunté al fin al culpable de todo.

—Creí que era la única forma de mantenerte con vida—respondió sin titubeos, por lo cual supe que era verdad—. Recuerdo como enloqueció Nicolas y lo mal que me porté. Inicié un desastre.

—¿Y ahora?—pregunté deteniéndome frente a un enorme y hermoso escaparate de juguetes, el cual se iluminaba con cierta potencia—. ¿Por qué has aceptado caminar conmigo?

—Porque todo lo que ha ocurrido me ha hecho desear estar aquí, junto a ti, aunque sea unos minutos—contestó con una sonrisa alegre y franca. Era la primera vez que lo veía ser feliz a mi lado, la primera vez que parecía no tener peso en sus bolsillos.

—¿Es un regalo de navidad adelantado?—dije frunciendo el ceño.

—Sí, lo es.


Entonces me tomó de los hombros, logrando que me inclinara, y me besó con la terneza que tienen los labios de un muchachito. Allí, bajo una pequeña nevada en las calles neoyorquinas, él me ofreció el mayor premio de todos: su cariño.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt