Sigo sin creerme que "él" sea Lucifer.
Lestat de Lioncourt
Debido a la contaminación lumínica
habitual, aumentada por la típica de las fechas, era imposible ver
las estrellas. Los edificios parecían grandes monumentos al ego de
sus propios arquitectos. Las empresas aún tenían los despachos
iluminados, pese a ser ya algo tarde. Era el día que se celebraba la
Noche Buena, una fecha especial en el calendario de todo creyente y
también de aquellos que desean reunirse con la familia. Las avenidas
estaban colapsadas por el tráfico urbano, vehículos y peatones
habían asaltado las tiendas, comercios y distintas empresas de
servicio. El consumismo era tal que me provocaba cierto mareo. El
estrés se elevaba más allá de las pequeñas nubes acumuladas
próximas a las chimeneas de la industria pesada de las afueras.
Cerca de un cajero de un banco
cualquiera, apoyado contra la pared empapelada con cartelería
habitual de estas fechas, me hallaba observando el ir y venir de
mujeres, hombres y niños. Las risas y las miradas furtivas, llenas
de una ilusión extraña por el ruido del papel de regalo y el
brindis de la cena, me desconcertaba. La última vez que había
descendido era todo menos ruidoso y plástico.
Una pequeña niña se detuvo en mitad
de la gran masa, su madre estaba hurgando en su enorme bolso, y ella
me miró. Sus enormes ojos azules me hablaron de una bondad y una
ilusión que pocos sostenían ya. Dio dos pasos hacia el frente y me
sonrió. Para mí fue como ver a un querubín intentando llamar la
atención sin necesidad. Devolví de inmediato la sonrisa sin
pensarlo siquiera.
—Mira mamá, un ángel—dijo
regresando a su lado, tirando insistentemente de ella, por el borde
del chaquetón oscuro que vestía.
—¡Sólo es un vagabundo!—espetó
sin molestarse demasiado.
—¡Pero tiene alas!—insistió.
—¡María, no tiene alas! ¡Sólo
mugre y sabrá Dios si alguna enfermedad!—dijo tomándola en brazos
para apresurarse, caminando con un repiqueteo por entre los grupos de
jóvenes cargados de bolsas de regalos, adultos deseos de llegar a
casa y tomar algo caliente, compañeros de trabajo algo ebrios o con
posibilidades de estarlo en breve... Esa mujer parecía odiar todo lo
que fuese la pobreza, pero luego regalaba ropa usada a la iglesia una
vez al año para limpiar su conciencia.
—Un ángel...—dije llevándome a
los labios el cigarrillo que había empezado a fumar nada más llegar
a mi puesto habitual.
—Bueno, eso eres—insistió una
voz—. ¿Y mis diez almas?
—Ah... estoy de vacaciones—contesté
frunciendo el ceño—. ¿Qué deseas? ¿Acaso no llegó mi tarjeta
de felicitación por tu cumpleaños? Ah, espera... Naciste en Agosto
y aún no la eché al buzón—dije riendo bajo mientras mantenía el
filtro cerca de mis labios.
—Ah, deja de burlarte. Los seres
humanos festejan mi nacimiento.
—Bueno, técnicamente el de tu
hijo—dije encogiéndome de hombros—. Mi hermano el poderoso
Jesús...
—¿Eso ha sido una burla?—la voz se
escuchó esta vez algo molesta, por lo decir arritada.
—Dios Padre, todopoderoso,
misericordioso y lleno de virtudes se está molestando con su hijo
Lucifer... otra vez—murmuré tirando la colilla al suelo, para
luego pisotearla y quedarme allí mirando las luces tintineando.
—¿Por qué no regresas al
cielo?—preguntó.
—Porque no admito mi derrota, ya que
aún tengo planes—respondí apartándome de aquella esquina para
desaparecer a la vista de todos. Fue sencillo, pues todos siempre
intentan apartar la mirada de los mendigos y sin techo que se
arremolinan en las calles.
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