Happy New Year
Por parte de todo el equipo de EL JARDÍN SALVAJE y, en concreto, por parte de Armand y Marius.
Lestat de Lioncourt
En ocasiones, sin pretenderlo ni
desearlo, regreso momentáneamente a mis orígenes. Unos orígenes
que no son en Kiev, sino junto a las aguas estancadas de los canales
venecianos y el mercado de frutas de algunas plazas. Recuerdo
vivamente el sol colándose por las ventanas, el movimiento suave de
las cortinas de telas primorosas y vaporosas, el murmullo de las
góndolas golpeando en el embarcadero y las risas de los diversos
discípulos de mi maestro.
La oscuridad que habita en mi alma se
destruye convirtiéndose en pura luz. Una luz que me hiere más que
cualquier fuego u objeto filoso, tan cortante como aquella vieja
hacha con la cual amenacé la vida de quien más amaba, porque no hay
nada peor que saberse criatura desterrada de un mundo tan maravilloso
como aquel. Los únicos días que merecieron la pena se consumieron
demasiado rápido como la cera de una vela pequeña y de una
llamarada demasiado intensa.
Vienen a mi mente mis anillos enjoyados
con hermosos sellos de oro, las ropas de seda cubriendo mis piernas
delgadas y mi cintura estrecha. Se aviva la llama de mis cabellos
convirtiéndose en un símbolo de pasión infinita y derramada
únicamente sobre su lecho. Contemplo los hermosos y exquisitos
bordados de su cama hasta ensimismarme, como si fueran reales y aún
pudiese jugar con ellos.
Todo eso ocurre frente a mí, como si
fuese una hermosa película proyectada en uno de esos viejos cines
italianos, y no puedo hacer nada por detenerlo. Únicamente puedo
echarme a correr hacia el piso inferior, donde tengo aún mis viejos
poemas amontonados y las cintas que solía grabar. Tomo estas entre
mis manos, las contemplo rogando que no existan y esté en esa dulce
duermevela antes que él llegue, como un príncipe azul, arrancándome
el aliento y cualquier mal pensamiento. Pero no. Quedo allí de pie
leyendo esas poesías llenas de dolor y termino llorando como un
niño, igual que un niño. ¿Acaso no soy eso pese a todo? Un niño
eterno, caprichoso y astuto que no deja de ser débil ante el pecado
de la carne.
Hoy debería ser un día distinto, pues
acepté en mi vida un cambio drástico. He aprendido a amar. Primero
me he aceptado a mí mismo, cosa que no ha sido fácil con el paso de
los siglos y las distintas diquisitudes que he vivido, y después he
abierto de par en par mi corazón a alguien que me cambiara por
completo la tristeza por felicidad. Jamás creí que encontraría en
brazos de un músico la paz soñada. Antoine ha sido todo estos
últimos meses y he comprendido que no puedo estar sin él.
En pocas horas comenzará un nuevo año.
La casa está completamente silenciosa. Benjamín se ha encerrado en
una de las bibliotecas para grabar un mensaje que está
transmitiendo, Sybelle ha decidido salir a pasear sola junto a sus
propios demonios, y Antoine está sentado frente al piano aguardando
que acepte nuevamente su compañía. Supuestamente íbamos a pasar
los últimos momentos rodeados de humanos que brindan por un nuevo
año. Íbamos a ver las campanadas en directo. Había aceptado. No
obstante esos momentos tan idílicos, tan llenos de perfumes y
polvos, me desmoronan.
Para colmo él ha telefoneado. Me ha
llamado al teléfono móvil que llevo conmigo desde hace algún
tiempo. Cuando vi su número de teléfono palpitar en la pantalla
quise apagar el teléfono y arrojarlo por la ventana. No obstante
descolgué y tuve la conversación más absurda de las últimas
décadas. Absurdo porque no sé como puede ser tan cínico.
—¿Armand?—preguntó—. ¿Eres tú?
—Es mi teléfono, ¿cómo no iba a
ser yo?—respondí con un tono neutro.
—He viajado a Nueva York. Quería
verte—dijo.
—Ah, bien. Podemos vernos mañana—dije
reclinado en la silla de mi escritorio.
—Hoy—exigió—. Deseo estar
contigo bajo los fuegos artificiales del nuevo año—comentó con un
tono de voz meloso, similar al que utiliza siempre para embaucar a
otros. Yo conozco bien sus palabras, gestos y la emotividad que suele
ofrecer.
—Tengo planes—respondí a punto de
colgar.
—No mejores que este—aseguró.
—Tengo planes.
Colgué y apagué el aparato, lo arrojé
al suelo y lo pisé con fuerza. No quería escuchar más mentiras. Me
enfurecía que hubiese tomado la determinación de llamarme tras todo
lo que había hecho. Me negó el poder ofrecerle a Benjamín una vida
cómoda y una juventud próspera. Obligó a Sybelle a no poder dar
grandes conciertos en salas multitudinarias, retomando así su gran
pasión y oficio. Su cobardía le impidió pedirme disculpas frente a
frente y transformó a mis queridos humanos en monstruos similares a
mí, en seres eternos y gloriosos. La misma cobardía que le obligó
a no buscarme y liberarme de la Secta de la Serpiente, a no amar a
Bianca que dio todo por él y a no escuchar a Pandora. Esa misma
cobardía y escasa empatía arrojó a Lestat lejos de su vida. Su
amor el fruto más amargo que he probado.
Ahora me encuentro en una habitación
llena de recuerdos de otras épocas. De fondo se empiezan a escuchar
los fuegos artificiales. He incumplido mi promesa con el único ser
que me ha demostrado profundo respeto. En estos momentos no sé cómo
acudir a él. Detesto a Marius y me detesto a mí mismo por no poder
enfrentarme del todo a sus viejos trucos.
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