Observaba tras el cristal los tiernos
cachorros que brincaban junto a su comederos y bebederos. Todos
parecían tener los ojos llenos de una magia que bien conocía. Hacía
años que no tenía un perro a mi lado, pero tampoco pretendía
usurpar su recuerdo con un cachorro adquirido en una tienda. Él vino
a mí, como un maravilloso regalo del destino, dándome cierta paz y
fortuna en una aventura terrible. Duró ocho largos años a mi lado,
aunque era ligeramente mestizo no me importó, porque sus ojos
bondadosos me hablaban más que cualquier pedigree.
Tenía las manos en los bolsillos y una
mirada lacónica hacia los pequeños cachorros que a duras penas
recordaban a su madre, el cálido abrazo del amor materno y su época
de lactante. Movían sus colas y ladraban intentando llamar la
atención de unos brazos acogedores. Muchos serían abandonados antes
del verano, pues su tamaño y quehaceres serían demasiado
complicados para sus dueños, y otros, un puñado más, recorrerían
las calles en pleno agosto esperando un cuenco de agua limpia donde
saciar su sed. Los menos, los realmente afortunados, no serían fruto
de un capricho momentáneo. Unos morirían atropellados, otros serían
anestesiados en perreras y algunos vivirían en protectoras hasta
encontrar una casa repleta de amor.
No quiero parecer cruel, pero hay
demasiado insensato y caprichoso que cree que un animal es un
peluche. Sus hijos desean tener animales, pero no la responsabilidad
de cuidarlos. Aunque a veces son peores los propios adultos. He visto
demasiada tragedia. Por eso siempre opino que la peor raza animal
somos nosotros, los humanos. Yo sigo siendo humano, aunque soy
inmortal. Mis colmillos no me hacen diferente. Tampoco mi
alimentación me hace mejor o peor. Estoy en otra escala evolutiva,
pero no dejo de ser parte de una tribu de insensatos.
—Disculpe—dijo una joven—. ¿Desea
algún animal de la tienda?—preguntó desde la entrada de la
pequeña tienda.
—No, sólo miraba los
cachorros—expliqué acomodándome las gafas de sol tintadas de un
violeta cercano al rosado. Acomodé mi bufanda del mismo color y subí
mejor mi gabán de cuero. Deseaba un animal, pero no lo conseguiría
de ese modo.
—Son hermosos, ¿verdad? Hay
descuento.
—En otra época se hacía algo
similar que con estos perros, ¿sabe?—dije con media sonrisa
mirando a los cachorros—. Se seleccionaba la mejor raza, o los
mejores rasgos, se exponían y se mostraban para que otros pudiesen
ver su valía. Se adquirían como quien adquiere un mueble y se
llevaban a casa para explotarlos en granjas.
—No es similar—dijo algo nerviosa,
como si todo eso le hubiese molestado—. No maltratamos a los
animales, ni se comercian para esos fines.
—Cuando no servían se ejecutaban,
tiraban a la calle o cambiaban por otros—me giré a mirarla y
sonreí amargamente—. ¿No se matan a los galgos cuando no sirven?
¿No se tiran a la calle cuando un perro no cumple las expectativas?
¿No se cambia por uno más joven?—mis preguntas lograron que su
mente se llenase de recuerdos poco agradables. Ella misma sabía como
algunos de esos pequeños terminarían en cunetas atropellados,
muertos de hambre o ateridos de frío. Alguno no llegaría ni a los
dos años de edad. Además, también visualizó a un galgo colgado de
una encina pataleando, deseando librarse de la soga que tiene al
cuello. La bondad humana escasea cuando se creen superiores, pero
sólo son miserables—. Esto es igual que lo que hacían con los
esclavos negros, sólo que para ustedes sólo son perros—dije
alzando una ceja— ¿no es así?— Pregunte—. Si quiero un animal
lo conseguiré en la calle, como sucedió hace años, fruto de un
encontronazo. Tengo demasiado respeto hacia seres tan nobles, pues
también intento respetarme a mí mismo. Espero que tenga una buena
navidad y un próspero año.
Esa noche caminé durante algunas
horas. Me perdí por la ciudad. Las luces de las tiendas eran de
colores muy llamativos, como sus decorados escaparates. Todo parecía
dispuesto para seguir consumiendo hasta explotar o gastar los ahorros
de todo un año. Acabé sentado en un portal observando el cielo,
intentando encontrar alguna estrella pese a la contaminación
lumínica, y entonces apareció un pobre animal malherido. Estaba
aterido de frío. No pude hacer más que abrazarlo en sus últimos
momentos.
Puede que sea un cretino, un
irresponsable y un imbécil que a veces no ve lo complicado que puede
ser algún capricho. Si bien, tengo demasiado respeto hacia seres
cuya nobleza y bondad está por encima de la nuestra.
Lestat de Lioncourt
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