Lestat de Lioncourt
Como la mayoría de los niños siempre
soñaba grandes regalos en Navidad. Esperaba que bajo mi árbol se
llenase mágicamente de regalos que yo había pedido. Me portaba bien
cada día, hacía mis deberes y atendía como se pedía. Era un chico
listo y bondadoso. No solía contestar inapropiadamente ni poseía la
rebeldía que poco a poco, como si fueran genes dormidos, ha
despertado. Si bien, había un regalo que jamás llegaba. Aguardaba
con cierta ilusión cada año, hasta cumplir los ocho, que él
apareciera. Cuando hablo de “él” no es Santa Claus, como muchos
imaginan, sino mi padre.
Muchos niños piden a Santa que sus
padres regresen. Niños que desconocen que la magia navideña no
pueden resucitar hombres buenos y decentes, ni recuperar a
alcohólicos y miserables. El mío no era ni lo uno ni lo otro. Él
era un buen hombre, o mejor dicho, fue un buen muchacho. Mi padre
desapareció de este mundo como humano hace varios siglos, pero no
como vampiro. El muchacho impertinente, locuaz, hábil y con una
oratoria propia de un diablo surgió de Auvernia y se convirtió en
un actor envidiable, el cual terminó en manos de un monstruo que le
hizo tal y como es. Mi padre lo conoce el mundo como Lestat de
Lioncourt, hijo del Marqués de Lioncourt y el menor de siete
hermanos.
Hay jóvenes que han crecido
intelectualmente con sus historias. Niños que han descubierto sus
andanzas mucho antes de la edad recomendada para hacerlo. Hombres y
mujeres con una edad elevada que lo recuerdan perfectamente, pues ya
eran adultos cuando él se interpuso en sus vidas. Sin duda alguna,
Lestat es uno de los vampiros más conocidos e impertienentes que se
conocen. También es el más fuerte y el líder que se precisaba,
pues no tiene miedo a equivocarse y no le importa luchar contra sí
mismo.
Hace apenas unos años que tengo
contacto a diario con él. No importa cuál sea el medio, pero él
sabe de mí y yo de él. Jamás pensó que sus juegos en el
laboratorio, teniendo ciertas experiencias carnales con una
científica humana, daría un heredero tan similar a él como
distinto. Soy algo más alto, un poco más fornido, y creo que menos
alocado. Ahora también soy un vampiro, pero fue porque él aceptó
la propuesta y buscó el idóneo. Pandora me dio una nueva vida,
igual que el vampiro científico y médico Faared hace años a mi
madre, así como pretendió que mi pareja, e hija adoptiva suya, Rose
lo fuese de Marius. No pudo ser. Ella se negó a beber de él, pero
ahora somos inmortales.
Mi regalo este año para él es una
caja con viejas fotografías mías de cuando era pequeño. He
acompañado esta con las cartas a Santa Claus que mi madre
conservaba. También, como es normal, he añadido algo menos
sentimental. He adquirido una chaqueta de cuero, similar a las que
tanto le gusta, y he pedido que en la espalda tuviese inscrito su
nombre. Es un rebelde, pero es un rebelde con estilo. Él me ha
correspondido con su presencia, sus abrazos, unas cuantas locas
aventuras y su nuevo libro buscando la Atlántida. ¿Se puede pedir
más? No lo creo. Tenerlo a él lo es todo para mí. ¿No es eso la
navidad?
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