En la vida ocurren cosas
extraordinarias todo el tiempo, pero no alcanzamos a verlas jamás.
Nos centramos siempre en los grandes acontecimientos que, en muchas
ocasiones, son aburridos o no ocurren como deberían. Las grandes
celebraciones acaparan la atención de cualquiera con su opípara
comida, su estruendosa música y las luces palpitando. Recuerdo
cuando todo era más sencillo, pues la pobreza me rodeaba. No hacía
falta poner hermosa mantelería y elegante cubertería. Sólo se
precisaba asistencia, un plato, unos cubiertos aunque fuesen de
madera y algo de comida. He tomado demasiada sopa con pan imaginando
que es carne, muchas judías y tagarninas, también llamado cardo de
olla, como si fueran un manjar. No era necesario todo esto.
La sencillez era la presente en estos
días, si bien se reunía la familia entorno a la mesa y como siempre
se daba gracias por llevarnos algo a la boca. Puede que yo fuera hijo
de un marqués, pero no teníamos nada. Mi padre había dilapidado la
fortuna mucho antes de perder la visión, las viñas estaban
olvidadas y parecía un desierto más que un campo con una tierra
rica y fértil, el dinero que entraba se malgastaba y yo tenía que
salir a cazar algún conejo, ciervo o jabalí para poder sobrevivir.
Mis hermanos no hacían nada, salvo quejarse y empujarse uno al otro.
Los quería, pero eran torpes y demasiado fieros.
Ahora me siento frente a todos, en un
pequeño rincón de esta ridícula fiesta, y los veo bailar entre
algunos mortales que ellos aman por su vínculo con el pasado o
presente. También observo a los espíritus. Ellos se hacen pasar por
simples humanos. Todos bailan al son de la música de compañeros que
fueron apartados de la vida mortal para proteger sus cualidades
musicales. Hay muchachos que apenas tienen quince años y que están
entonando canciones tan actuales, como también antiguas e incluso
algunas que parecían haberse perdido en el tiempo. Observo a su
creador, el cual está en mitad de la pista de baile riendo a
carcajadas, y me dan ganas de preguntarle cómo es su vida rodeado de
tantas criaturas hermosas, inquietas y con esas voces que parecen
tritones o sirenas.
Louis ha decidido bailar con Pandora,
como en la última fiesta, ella sonríe esperando que Arjun se atreva
a entrar en la pista. Flavius ha decidido que Avicus baile con él,
sin importar ser dos hombres y tener que hacer de mujer permitiendo,
de ese modo, que su amigo y compañero lo guíe. Marius estuvo
bailando también, pero ahora sólo observa a Armand. No pierde
detalle mi maestro de la sonrisa pletórica que tiene ese diablillo
ante la interpretación a piano de “Have yourself a merry little
Christmas” de Michael Bublé en una versión más movida, perfecta
para bailar.
También está Landen sentado, apoyado
en su magnífico bastón con cabeza de cuervo, mirando todo como un
niño mira los regalos bajo el árbol. A su lado está Benedict
sentado en las piernas de Rhoshmade. David, mi buen amigo David,
conversa insistentemente con algunos hombres de Talamasca, invitados
únicamente porque tenemos que aunar fuerzas. Jesse Reeves al fin
ríe, tras la tragedia que acabó con parte de su familia no lo había
hecho. Mi madre está cerca junto a un grupo de mujeres vampiro,
todas ellas conversan sobre la decoración y sobre como me queda el
smoking. No sé si sentirme halagado o asustado.
El resto simplemente baila dejándose
llevar o consume algo de la mesa, ya que no todos somos adoradores de
la sangre o espíritus. Hablando de espíritus, el de mi creador ha
llegado hace unos minutos y se ha sentado a mi lado mirándome con un
amor similar al de un padre. Supongo que nos hemos perdonado y que
ahora debemos gozar estos tiempos venideros.
Sin embargo, gran parte de mi atención
la tiene la pareja que se mueve como si fueran uno. Ella lo observa
con emoción y una sonrisa idílica. Él la toma por el talle como si
fuese la flor más delicada y maravillosa, hace que gire sobre si
misma y la estrecha con sus fornidos brazos. Nunca he visto una
pareja bailar con ese énfasis y amor. Veo profundo respeto. Aunque a
veces desvío la mirada hacia Louis que insiste, como no, que baile
con él aunque no se atreve a decirlo a viva voz, sólo pequeños
gestos. Es increíble cuánto me recuerda Rose en ciertas ocasiones,
no siempre por supuesto, a Louis. Ambos se sonrojan del mismo modo
cuando miran a los ojos perdiéndose en los nuestros, en los ojos de
un Lioncourt.
Lestat de Lioncourt
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