Algunos, por desgracia, sois así.
Lestat de Lioncourt
Todas las emisoras del mundo emitían
cálidos y alegres villancicos hablando de paz, amor, esperanza y
bondad. Las guerras no importaban. El dolor no importaba. La
celebración proseguía como si lo único importante fuese en esos
momentos la exaltación de la falsedad, la hipocresía y el cinismo.
Los niños, en su infinita inocencia, creían firmemente en esas
palabras que eran puro escaparate de una celebración que se creía
cristiana, pero donde también celebraban otras religiones y
creencias más antiguas. Muchos de ellos ansiaban tener regalos bajo
su árbol, otros a los pies de su cama o en su casa cuando regresaran
del viaje por algún país cálido o nevado. El consumismo los había
confundido.
Por mi parte estaba sentado frente al
ordenador portátil. Eran más de las tres de la mañana. Había una
humeante taza de café cerca, la cual calentaba mis manos y me hacía
sentirme reconfortado aunque no pudiese dar un trago. Intentaba por
todos los medios acceder a mi página de compras favorita, pero era
imposible. Requería adquirir un nuevo equipo de sonido para ofrecer
mayor calidad a través de las hondas.
Había echado a Armand de la
habitación, el cual revoloteaba como una mosca. Parecía muy
interesado en todo lo que hacía, sobre todo desde que logré, junto
al resto, acabar con la crisis vampírica más acentuada y larga de
la historia. Presioné el hueso de mi nariz y cerré los ojos
intentándome decir que debía estar mal, muy mal, para desear que él
volviese y se sentase a mi lado. A veces sus preguntas, muy similares
unas a las otras, me volvían loco.
En mi radio no había puesto ni un
villancico. No había canciones navideñas. No obstante Antoine y
Sybelle insistían de vez en cuando. Alguna melodía, alegre y con
cascabeles como si fueran el reino de Santa, lograron hacer sonar.
—¿Cómo está mi grinch
favorito?—preguntó Lestat abriendo de la nada la puerta. Esta se
pegó ligeramente a su marco, quedando plegada y titubeante, para
luego aceptar que se apoyara en el marco de esta y me mirara con una
sonrisa divertida.
—Oh, vamos. No crees en Dios, ¿cómo
osas celebrarla?—dije enfurruñado.
—Porque puedo reunirme con todos bajo
una excusa, porque hay una tradición hermosa llamada Yule que reunía
a toda la familia y se les recordaba que se les amaba. Por eso.
Porque han ocurrido y ocurren muchas miserias para centrarnos en eso,
ya que podemos ser miserablemente felices una vez al año—comentó
alejándose de la entrada para caminar hasta mi mesa.
—No lo había visto así...—murmuré
encogido en mi silla.
—Deja lo que estabas haciendo y ven a
la reunión—me exigió.
Era el líder, todos lo habíamos
votado como tal, y por eso obedecí. Una vez en el gran salón del
piso inferior observé como todos parecían compartir sonrisa, pero
no eran falsas. Armand correteaba tras Daniel y este se jactaba de su
rapidez. Ni siquiera estaban usando sus poderes, pues creo que
estaban recordando viejas historias. Todos ellos. Incluso Gabrielle,
que estaba algo más apartada, observaba todo con una tímida
sonrisa. Realmente yo era el grinch y no Benji.
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