Manfred desvela cosas...
Lestat de Lioncourt
Durante
demasiado tiempo guardé un secreto que muchos desconocían y que
jamás creerían. Era el secreto de un condenado a muerte mucho antes
que esta siquiera recordara que tenían una cita. Sus inicios
comenzaron mucho antes de ser “El loco”, el juerguista, el viudo
o el padre y amantísimo esposo. Fue cuando tan sólo tenía veinte
años y ocurrió improvisadamente.
Mi
verdadero nombre pocos lo conocen y pretendo que quede en el
anonimato. Si me llamo Manfred es porque mi vida es como la de aquel
sugestivo poema de Lord Byron, el cual inició su andanza con la
quejumbrosa frase de Shakespeare "Hay
más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu
filosofía". ¡Cuánta verdad! El personaje
del dichoso
poema, de versos tan demoledores, es un ostentoso noble que vivía en
los Alpes de Berna. Un hombre como cualquier otro, pero que vive
torturado por una misteriosa culpa, que tiene que ver con la
defunción de su amada Astarte. Algo similar a lo ocurrido con mi
hermosa Virginia Lee, una mujer que lo simbolizó todo. El personaje
hace uso del dominio de un lenguaje florido y lanza hechizos para
invocar siete espíritus, con los cuales busca supuestamente el
olvido. Cada espíritu gobierna los diversos componentes del mundo
corporal, aunque son incapaces de controlar lo que ocurrió en
tiempos pasados y por ello no pueden hacer nada por el desafortunado
noble. En lo único que difiero es que él decide suicidarse, pero yo
decidí vivir eternamente para purgar mis culpas y para no olvidarla.
No puedo olvidar ese rostro dulce pese a la fortaleza que poseía su
espíritu, la verdad de sus filosas palabras y lo orgullosa que era
su mirada. Ella era algo más que un rostro hermoso en un cuerpo
diminuto junto al mío.
Sinceramente,
¿alguien cree que los Blackwood no tenemos nada que ver con los
Mayfair? Podía ver fantasmas. Conocía bien quién era ese “Hombre”
del que todo el mundo hablaba. El mismo que susurraba en los oídos
de mi amigo las cartas que llevaban sus oponentes. Me divertía
viendo como ese pobre idiota bailaba moviendo los brazos como si
fueran ramas y brincaba al ritmo de la música que hacían los negros
en las tabernas. Era mi amigo, pero también éramos familia. Él no
lo sabía, nadie lo ha sabido hasta ahora. Mi apellido fue borrado
del mapa al ser un bastardo, igual que el bisabuelo de Michael Curry.
Lo único que tenía era miseria en mis bolsillos.
Pero
dejen que cuente mi historia. Dejen que desvele porqué cambié mi
nombre, puse un rimbombante apellido y me afinqué en Nueva Orleans
siendo italiano. Quizá no puedan creerme, pero a veces uno huye
demasiado tiempo y olvida sus raíces. Yo olvidé mi acento. Dejé
Italia porque un vampiro me pidió que fuese su ayuda, su mano
derecha, y construyera un lugar para su descanso vacacional. Según
decía quería estar aislado de todo y todos durante algunos meses,
pero no siempre. Las pantanosas tierras de Nueva Orleans, en el
“nuevo continente”, parecían las propicias. Rodeado de caimanes
nadie lo buscaría, tampoco iría a indagar a un lugar inhóspito y
poco agradable debido a los insectos. Construí lo que quería y a
cambio tuve dinero suficiente para construir mi mansión, tener mi
granja y sacar adelante un matrimonio feliz.
Me
codeé años con Julien Mayfair. Sé que él sabía mis orígenes
pero no hablábamos de ello. Ni siquiera hablábamos de su querido y
bobalicón fantasma. Sólo nos sentábamos vestidos elegantemente en
los cafés conversando sobre la bolsa o nos íbamos a tomar whisky
escocés en las tabernas del muelle. Yo acepté su sexualidad sin
importarme nada. A mí sus gustos en la cama me traían sin cuidado,
pues lo que me agradaba era su risa fresca y la forma inteligente en
la cual manejaba a todo el mundo. Esa elegancia de chico rico, bien
educado, y sabedor de gran belleza no la tenía yo. Era mucho más
tosco, con espaldas grandes algo peludas, y ojos de huevo comparado
con esos cabellos rizados que ensalzaban un rostro atractivo, cuyos
ojos eran zafiros azules.
Tarquin
hace tiempo que encontró el lugar de descanso de Petronia, como se
llama ese maldito canalla que tengo por padre inmortal y amigo, y
supo parte de esta historia gracias al fantasma de Julien. Ojalá se
me apareciera. Extraño la forma amable en la que me trataba, casi
como si hablara con un niño. Por supuesto que no soy más
inteligente que él, eso lo sé, pero demonios no me importaba que lo
dejase en claro. Disfrutaba de un trato bondadoso, sin maldad alguna,
y de vivencias que aún conservo como si fueran oro puro.
Que
no me juzgue nadie, por favor. Yo sólo quería ser feliz en tiempos
difíciles.
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