Hubiese dado cualquier cosa por conocerla.
Lestat de Lioncourt
Supongo que debería decir algo al
respecto de mis acciones, pues tienen aún consecuencias en la vida
de más de una decena de personas. Hay quienes creen que sus mentiras
no dañan y por eso cometen los peores actos. Yo jamás he mentido,
salvo si llamamos mentir a ocultar mi naturaleza de vampiro. Sin
embargo, he influido en vidas difíciles y otras demasiado sencillas.
Nací en un mundo que ya no existe. De
hecho, creo que sólo quedan puras historias de su grandeza y miles
de ruinas repartidas por todo el mundo. Me siento con orgullo a veces
de decir que conocí poetas que ya han caído en el olvido. Aún los
recito cuando tallo mis camafeos. Sí, creo camafeos. Me gano la vida
ofreciendo al mundo joyas únicas. También distraigo mi mente y
calmo mi mal carácter. No obstante, durante años fui un engendro
dispuesto a sobrevivir en la arena del circo romano. Era un
gladiador. Después fui la puta más codiciada. Me vendieron para que
me encargara de aquellos que quisieran los servicios de un ser con
ambos sexos.
He dicho que soy un vampiro y todos
habrán pensado que soy un monstruo, pero lo fui desde que nací. Al
menos lo fui para la gran mayoría, estúpida y ciega, que no dudó
en dañarme y usarme como si fuese sólo un objeto. Mi madre me
rechazó igual que me rechazó el mundo. El día que mi madre me
concibió la naturaleza me jugó la peor de las bromas. No soy ni
hombre ni mujer si hablamos de mis genitales. Algo horrible para la
mayoría de puertas afuera, porque en las distintas alcobas hacía la
delicia de hombres de toda condición.
Una noche apareció uno distinto. Su
piel era muy oscura, pero tremendamente suave. Tenía los ojos más
intensos que jamás había logrado contemplar, y también eran negros
como su piel. El cabello era rizado y muy espeso. Me abrazó como si
fuera alguien que merece la pena, me besó la frente y las mejillas,
y permitió que llorara como jamás lo había hecho. Después me
adquirió y me dejó libre, pero yo quería seguirlo. Era mi dios. No
existía otro dios que no fuese él.
La vida es un semillero de tiranos que
desean el sufrimiento ajeno porque sus vidas están vacías. He visto
a lo largo de la historia como se han alzado cientos de veces el
pueblo aplastando a los dictadores, como al final todos se revelan y
luchan por lo que es justo. También he visto la estupidez humana y
no he podido salvar a los que una vez me humillaron, porque yo no soy
un ser vengativo. Traté de salvar a las personas que convivían
conmigo en Pompeya. Sí, nací y crecí entre sus calles repletas de
belleza. Pese a sus ofensas los perdoné, pues yo no era como ellos.
Aún sufro la pérdida de cientos de niños inocentes. Por eso no
comprendo a la sociedad actual que sigue generando guerras,
aumentando desastres naturales por el negligente uso de los recursos,
y no acepten que existen personas distintas a ellos. Es horrible.
Todos somos monstruos desde nuestro
nacimiento. Unos lo son por sus acciones y otros lo somos sólo por
ser diferentes. Esa diferencia me hizo fuerte. Estoy aquí viviendo
en un futuro que cada vez es más caótico y tienen los mismos tabúes
que antaño. Tengo que aceptar los lloros de un idiota llamado
Tarquin Blackwood, el cual fue criado entre algodones por el dinero
cedido a Manfred y cubierto de amor por sus abuelos, los trabajadores
de la finca y todo aquel que le ha conocido. Incluso ha tenido el
amor fantasmal de su hermano hasta hace unos años.
Si alguna vez nos topamos no temáis.
No suelo golpear a todo el mundo salvo que me provoquen. No obstante,
me encantaría patear a cretinos y endiosadas criaturas que suelo
observar en sus noches. Tened cuidado pues yo no doy segundas
oportunidades. Pero no confundamos mis actos con venganza, pues sólo
tiro a los caimanes del pantano, el lugar donde habitualmente
descanso, si se interponen en mi camino. A veces ni siquiera cruzo
una palabra con estos patéticos humanos, pues he llegado a la
conclusión que no debo perder mi tiempo con idiotas.
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