¡Qué cosas! ¿No? Las discusiones familiares...
Lestat de Lioncourt
—¡Por qué eres tan terco!—gritó
exaltado. Louis no podía creer ni por asomo que Viktor estuviese
siquiera planteándose la idea de marcharse tras los pasos de su
padre. Si bien, había llegado el momento de ver con sus propios ojos
cuan parecidos eran ambos. Lo miró unos segundos y suspiró—. Ah,
olvida lo que he dicho—masculló.
Eran idénticos. Tenía ante él una
copia exacta. No podía luchar contra la genética. Posiblemente
tenía en su ADN algo que se activaba ante el peligro y cualquier
circunstancia peligrosa, el cual les movía hacia este como si fuese
una sirena y ellos los marineros.
—Creo que es importante que lo
haga—aseguró.
—Lo importante lo tienes en tu
apartamento aguardando que regreses—dijo dejando el libro que tenía
en sus manos. Estaba leyendo “El Hobbit” justo en la parte donde
se encontraban en el bosque de los Trolls. Pero dejó a un lado todo.
La lectura ya le resultaba desagradable por las emociones de angustia
y preocupación que estaban surgiendo en él como llamaradas.
Ya no quería releer tan asombroso
relato, sólo deseaba agarrar de los hombros al muchacho y agitarlo
como si fuese una maldita maraca. Quería que reorganizar en su
cabeza lo importante, lo principal, lo necesario y no lo estúpido
que era, al parecer, lo único que tenía en la sesera.
—Debo ir con mi padre—musitó casi
sin voz.
No daba crédito a lo que oía. Su
padre siempre le hacía lo mismo. Juraba no volver a meterse en
asuntos que fuesen demasiado terribles o grotescos, así como
estúpidos y peligrosos. Pero lo hacía. Terminaba haciéndolo. Las
promesas las rompía y las reglas has destrozaba. Estaba poniendo en
peligro todo. Y para colmo su hijo, Viktor, al cual apreciaba como si
también fuese suyo... ¡Decía que quería irse con él! Pobre
diablo. Estaba harto.
—¿Y Rose? ¿Has pensado que demonios
quiere ella?—preguntó colocando las manos en las caderas, a modo
de jarra.
—Oh...
—¡Oh!—exclamó dejando los ojos en
blanco—. Viktor, ¿te has dado cuenta que estás siendo
egoísta?—preguntó.
Tenía sus ojos verdaceos como
esmeraldas puestos en el joven. Allí plantado con esos pantalones
elegantes, esa camisa sacada del armario de su padre, pues era blanca
de chorreras con encantadores encajes en los puños, y unas botas
semejantes a las que le había comprado a él hacía unos meses,
cuando le juró que se quedaría a su lado, sintió que lo estaba
viendo de nuevo. Era Lestat con unas proporciones que diferían en
unos centímetros y en una espalda algo más robusta, pero nada más.
Estaba ante un perfecto clon. Quiso echarse a sus brazos y llorar
amargamente. No sabía dónde demonios estaba y qué se encontraba
haciendo, pero su hijo parecía querer alcanzarlo y convertirse, pese
a todo, en su sombra.
—Es probable—dijo al fin entrando
en razón, pues había fruncido el ceño como si intentase comprender
qué demonios estaba haciendo.
—Es probable...—repitió a punto de
echarse a reír por lo absurdo que era todo. Viktor era más
reflexivo, pero últimamente se estaba convirtiendo en un nuevo
Lestat.
David Talbot ya lo había asegurado.
Ese muchacho iba a ser una bomba de relojería.
—Louis, sólo quería pasar tiempo
con mi padre—confesó colocando sus manos sobre el torso.
No era sólo pasar tiempo con él, sino
ser como él. Viktor quería emularlo como si fuese un gran héroe.
Sabía cuanto lo amaba Rose, como lo miraba y la forma en la cual
hablaba de él como cualquier jovencita habla de su padre. Él quería
que ella lo mirase de esa misma forma. Era algo inmaduro, pero ¿qué
se le puede pedir a un muchacho que apenas rozaba los dieciocho años?
Nada. Si la sesera de Lestat a veces estaba hueca, ¿cómo no lo iba
a estar su hijo?
—Tu padre se va a exponer
estúpidamente a un peligro como siempre—dijo pinzándose el hueso
de la nariz con los dedos, dándose un masaje e intentando seguir
hablando sin acercarse a él para propinarle un bofetón, similar a
lo que a veces hacía cuando Lestat le sacaba por completo de las
casillas—. Es imbécil, inoportuno y terco—comentó cruzándose
de brazos entorno a su cadera, para alzar la mirada y contemplarlo—.
Si no vas a esta aventura decepcionante, pues no creo que encuentre
nada bajo los océanos y mares, irás a otras—dijo acercándose a
él para poner sus manos sobre el rostro del muchacho. Delineó sus
rasgos y deseó que fuese Lestat. Quería besarlo como se besan las
estampillas de los santos. Él era su Dios, su demonio, y, por lo
tanto, su todo—. Si bien, tu prometida está aguardando en tu
apartamento que vayas y la rodees con tus brazos. ¿Qué es más
importante?—susurró apoyando su frente en el torso del joven.
Deseaba llorar.
—Yo...—balbuceó abarcándolo con
los brazos. Se había percatado del dolor de Louis, de su castigo por
amar a su padre.
—Olvídalo tienes los mismos genes
que ese idiota y que Gabrielle—dijo entre sollozos—. Amáis
contradecir a la razón y al buen juicio.
Temía por la seguridad del joven, el
dolor que se implantaría en el corazón de Rose y que florecería
como rosas con importantes espinas.
—Amo a Rose, la amo—dijo con el
pulso acelerado, pues era pensar en ella y volverse auténticamente
loco—. Ella lo es todo para mí. Sólo quería conocer bien a mi
padre.
—Ah... cariño...
—Pero tienes razón—dijo—. Ella
no se merece sufrir estúpidamente por mis insensateces.
—Correcto—alzó el rostro y besó
su mentón de forma cariñosa. No quería sufrir más. No se merecía
estar sufriendo ahora por los hijos de Lestat. Ya sufría demasiado
por el recuerdo de Claudia.
Rose se había convertido para él en
una hija y Viktor también lo era. Sólo quería verlos felices
bailando frente a él. No deseaba que esa hermosa pareja se
dividiera.
—Por eso si voy también la
arrastraré conmigo—sentenció.
Louis de inmediato se apartó unos
pasos de él y le ofreció algo más que una caricia: le propinó un
bofetón. Si Gabrielle hubiese estado ahí seguramente hubiese hecho
lo mismo. Viktor se llevó rápidamente la mano derecha a su mejilla,
la cual ardía de forma importante.
—Demonios... ¡Vais a acabar
conmigo!—gritó deseando tirarle toda la biblioteca encima.
¿Y qué podía hacer? Él es igual
Lestat. Yo lo sé. Sé cuan parecido son ambos. ¿Y quién soy yo?
Amel. Sé todo. Sé sus pensamientos y sus necesidades. Por eso amo a
Viktor tanto como a su padre. Ambos son el tipo de vampiro que yo
amo. No por irresponsables, sino porque buscan más allá de sus
narices.
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