Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 27 de marzo de 2017

Comprensión

Más comprensión para el mocoso eterno, por favor.

Lestat de Lioncourt 


Muchos, por no decir la mayoría, no toman en serio mi dolor. Es como si todo lo que cargara a mis espaldas, incluyendo aquello que incluso desconozco, me aplastara mientras el resto aplaude la tremebunda obra donde Atlas, tras no poder soportar más el peso del mundo, cae aplastado por este y queda convertido en algo más que un cadáver hediondo que jamás será llorado. Así me siento, así me veo.

A mi memoria viene ocasionalmente la nieve amontonándose fuera de aquella casa minúscula, en la cual se podía oler a leña todo el día y también el sudor de mis hermanos junto a los pocos víveres que mi madre cocinaba, y mis ojos se pierden en algún punto inexistente de los frescos que exigí que colocaran en las diversas habitaciones de mi mansión. Me pierdo para encontrarme, para hallar la esencia de ese muchacho lleno de mentiras que le hacían mantenerse vivo. Creía en Dios y en la absolución de mi alma, de todos mis pecados y dolores. Así como quería creer que mi don con las pinturas, ese que hace tiempo dejó de ser para mí algo beneficioso, me liberaría de las ataduras que este mundo me imponía.

Mi padre era alcohólico y jamás estaba en casa. Prefería disparar a alguna pieza de caza mayor, traer la comida como todo líder de una manada de pequeñas fieras pelirrojas, y marcharse a la taberna a brindar por él, su hombría y la pobre desgraciada que simplemente asentía. Mi madre, aunque bondadosa y paciente, era esclava de su trabajo como lavandera y como “buena esposa” no se quejaba de sus huesos adoloridos, de llevar siempre en el vientre un nuevo hijo y de ser demasiado joven para parecer una anciana. Mis hermanos, todos eran mucho más pequeños que yo, apenas se daban cuenta de lo miserable que era el mundo. La tragedia la llevaba pegada a mi alma y sentía ciertas pesadillas hacia mi futuro en el claustro, como monje, sirviendo a Dios y ofreciendo mi espíritu a una muerte futura.

La melancolía de mi mirada se transformaba en fiereza. Me convertía en una alimaña. Siempre al ataque. Por eso sobreviví todos esos meses en el barco tras ser secuestrado y arrancado de una vida ya programada, como la que muchos tienen hoy en día aunque no se percaten. Por eso y por mucho más. Pero en sus brazos me volví manso y creí que había encontrado protección. Y cuando digo en sus brazos hablo de Marius, pero todo fue un espejismo. Un Dios que no valía nada. Alguien que me despreció al no ser lo que esperaba.

¿Y ahora? Han pasado siglos. He vivido demasiado. Incluso he discutido con mi propia sombra y he intentado el suicidio sin conseguir demasiado éxito. Sin embargo, ese violín que suena cada noche, que de alguna horrible forma me recuerda al enloquecido de Nicolas, está sosegando mi alma y domesticando cada una de mis acciones. No importa si no son demasiadas las palabras que le ofrezco. No importa si Benjamín me ignora y sólo me señala como un indigno sucesor del amo, nuestro creador, porque no comprende mis vivencias ya que él y yo somos distintos pese a lo iguales. Ya no me dolerá que Sybelle prefiera el piano a conversar conmigo o que Louis no cese de suspirar por Lestat esperando su regreso. Su figura algo desgarbada, aunque llena de belleza, sus ojos salvajes y esperanzados, las partituras nuevas que crea para mí y esa risa fácil que posee logra calmarme cada noche. Sin embargo, amaría que alguien se diese cuenta de mi dolor y me dijese: te comprendo. Alguien más que él o mi propio reflejo. Alguien más.


Supongo que algún día, aunque sólo espero que ese día sea pronto.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt