Todo el mundo tiene ahora contacto por
medio de las grandes redes sociales, donde se hace más vida que en
las cafeterías más coquetas o en los bancos de los parques más
perfumados ahora que llega al fin la primavera. Se contactan a veces
únicamente por gustos afines, curiosidad o porque luchan por la
misma causa. Personas que sin conocerse, sin haberse visto jamás
cara a cara, unen sus caminos y hacen fuertes vínculos. Habrá
terribles mentirosos, no digo que no, pero también se alcanza un
nivel de empatía terrible cuando ocurren desgracias insólitas en
diversos países. La ayuda llega rápido y el apoyo es unánime.
Ni la radio, ni la televisión o la
prensa escrita fue tan rápida para unir voces y proclamar de algún
modo la sensación, el miedo o la angustia en diversos momentos de la
vida. Benjamín sabía que la radio era importante, pero no cualquier
radio. Decidió que fuese por Internet. Las radios en este medio
siguen ganando adeptos y buscando, de alguna que otra forma, música
gratuita y de su agrado. Además, todavía hay programas donde se
cuentan miserias, aventuras extrañas, sucesos que no suelen salir en
los periódicos y apoyo moral en situaciones complicadas.
Para mí es difícil. He usado la
máquina de escribir desde su invención y creí que era una
auténtica revolución. Yo, un pueblerino, que apenas supe leer y
escribir cuando me transformaron en lo que soy, en el oscuro e
insaciable, fue el principio de una era. La imprenta, la máquina de
escribir, el telégrafo, la radio, el fax y otros medios me dejaron
atónito. Sobre todo Internet. Los ordenadores ya me parecían una
auténtica locura, pero aún más que una simple carta de papel, de
esas que a veces tardaban meses en llegar a su destino, se podían
enviar en un soporte digital en apenas segundos... ¡Fue increíble!
Hay vampiros que se adaptaron rápido
porque era constante y muy habitual verlos cartearse con su
descendencia. Si bien, para mi desgracia, yo había dejado atrás
cualquier rastro de mi sangre o genética y la única que la poseía
era mi madre. Todos conocen ya a mi madre. Ella viene y va. Es un
espíritu libre. Ni siquiera utiliza el teléfono que es algo muy
práctico. Algo que incluso llamó poderosamente la atención a
Armand. Él fue quien más se sorprendió de un objeto tan útil al
que no dio uso hasta entrado los ochenta.
Quisiera decir que el teléfono móvil
me resulta muy útil, pero sería mentira. Igual que el correo
electrónico. Quizá soy un soñador y busco la referencia al
contacto humano. Me horroriza las cadenas de supermercado que ya no
tienen cajeros, sino máquinas que van marcando el precio de tu
compra. Sí, les doy uso. Uso los supermercados como cualquier
mortal. ¿Acaso no puedo usar champú u otros productos cualquiera?
Paseo por sus iluminados pasillos donde mi cabello parece más
extraño y veo a todos con la cabeza agachada en el móvil. No
interactúan unos con otros. Ni siquiera se dan cuenta que sus
carritos chocan. Los niños también parecen absortos en la
tecnología.
No creo que esté mal el auge
tecnológico pero todo queda obsoleto prácticamente desde que sale
de la tienda. Os han vuelto tan consumistas, tan poco comunicativos
con vuestro alrededor y habéis ofrecido datos a cambio de nada.
Tener amigos en la otra punta del mundo es divertido, pero no podemos
olvidar a los que están cerca. Hablar con parientes de diversos
países es algo alucinante, sobre todo cuando tienen que marcharse
porque la situación económica lo exige, si bien no debemos olvidar
besar a nuestros parientes más cercanos, aquellos que se sientan a
nuestro lado en el sofá.
Hoy contemplo a mi hijo y a Rose
tomados de la mano, jugando con sus dedos, mientras admiran las
estrellas en este paraje perdido en Francia. Auvernia sigue siendo un
pueblo casi sin luces y por eso el cielo puede mostrarse tan agreste.
Me pregunto cuántos jóvenes por jugar a aplicaciones móviles, que
ya no para conservar con buenos amigos o familiares, se pierden cosas
así.
Amo la tecnología, la veo como una
gran aliada y una puerta interesante; pero también la miro con
suspicacia de un hombre de otra época.
Lestat de Lioncourt
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