Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de abril de 2017

El Judas de tu vida

Marius debería entender que tiene que pedir disculpas sinceras si quiere que Armand regrese...

Lestat de Lioncourt 


Estaba ahí de nuevo frente a mí como en tiempos pasados. Me observaba con esos ojos agrestes de animal herido. Sentía que me provocaba con cada segundo de silencio que nos regalábamos. Podía escuchar perfectamente su respiración, sus latidos y también el sonido de sus prendas siendo acariciadas por su larga cabellera pelirroja. Sin decir nada, ni siquiera un mísero “hola”, comenzó a desnudarse. Había entrado en mi estudio de pintura, cerrado la puerta y caminado hasta el centro de esta. Allí bajo la luz de las lámparas eléctricas, las cuales usaba ahora para recrear el día en mitad de la noche, lo tenía para mí como si fuese un regalo de un dios amable y misericordioso.

Lejos, al otro lado de la calle, el sonido de una banda musical acompañando a una de esas esculturas religiosas, las cuales llenan de devoción y dinero por igual, transitaba mientras aplaudían el esfuerzo de los costaleros. Pero en aquella finca, enorme y ruinosa, estábamos los dos ocultándonos del mundo. Una vieja casa vencida por el paso del tiempo, la cual estaba apuntalada, en una ciudad pequeña y casi olvidada por el mundo se venían abajo todos mis pensamientos.

Sólo tenía algo en mi mente y era él. Un él puro, casi celestial, que me motivaba a querer palparlo. Con cada prenda desprendida de su figura veía una virtud nueva. Mi cuerpo entero tembló y mis manos dejó la paleta de pinturas a un lado, así como el pincel, entretanto me acercaba a sus carnes siempre jóvenes e indecentes.

—Has venido a tentarme como el supuesto demonio a ese Mesías tuyo—dije tomándolo del rostro.

—He venido a casa de Dios como el cordero que vuelve al rebaño—murmuró arrodillándose frente a mí colocando sus manos, pequeñas y suaves, en forma de rezo. Parecía implorar amor, pero en realidad buscaba ese pozo de profunda lujuria que siempre llevaba conmigo.

Justo cuando fui a incorporarlo me topé con la dura y miserable realidad. Él no estaba allí y sólo acariciaba los recuerdos del pasado. Ni su voz, ni sus ojos y tampoco su aroma. El único perfume que entraba en esa habitación cargada de polvo y miseria era el del incienso de la procesión cercana, esa donde alababan a Dios como él me alabó un día, y del azahar de los innumerables naranjos plantados en las dos orillas de la calzada. Cerré los ojos sintiéndome miserable y me giré hacia el cuadro, entonces lo contemplé como miré a mi querubín en mis estúpidas fantasías, y me percaté que su rostro mostraba el dolor y la injusticia que hicieron raíz en su corazón.


—No fui tu Dios, no fui tu Mesías. Yo fui tu Judas, Amadeo.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt