—¿Por qué eres tan terco?—preguntó
con rabia mi hermano mayor. Era el mayor de los tres que habíamos
sobrevivido a la muerte. Muchos morían a los pocos días de nacer,
otros por enfermedades infeccionas pulmonares o simplemente morían
sin explicación alguna.
Mi hermano mayor era rubio, robusto, de
ojos azules y un ceño siempre fruncido. El malhumor era su emblema y
sus palabras siempre eran cruentas. Me sentía tan pequeño que
intentaba huir de su presencia. Siempre fui un estorbo para él.
—¡Déjame, Augustin!—grité
intentando librarme de su agarre—. ¡Déjame!
¿Cuántos años nos llevábamos? Creo
que era unos siete. Había sido uno de los partos más terribles que
tuvo madre y sin duda era el más alto de los tres, el más robusto,
el más infeliz y quien me golpeaba con más saña. Parecía saber
que madre me prefería por encima de él y de todos.
—¡Irás a padre y tendrás que darle
muchas explicaciones!—respondió furibundo.
Me había atrapado subido a uno de los
muros del castillo. Quería huir de nuevo. Deseaba ir más allá del
pueblo, pues quería saber qué había más allá de las colinas que
ocultaban al sol en su atardecer. Ansiaba encontrarme con la belleza
de otras tierras y escuchar otro tipo de pensamientos, idiomas,
verdades...
—¡Y tú a madre!—dije frunciendo
el ceño tanto como él.
Nos parecíamos mucho, pero yo por
aquel entonces tenía ocho años y era ya demasiado rebelde. Poco o
nada podían hacer conmigo. Desde que había regresado del convento
me había convertido en un diablo.
—¡Lestat!—gritó justo cuando le
propiné una patada en la espinilla y logré escapar.
Corría mucho más rápido que él,
pues por mucho que fuese ágil con las armas siempre había sido
torpe corriendo. Me escabullí camino abajo y finalmente me agazapé
tras un arbusto. Nicolas no estaba lejos. Era demasiado extraño,
demasiado remilgado, demasiado niño bonito como para que yo siquiera
le consintiera hablarme más de dos palabras. Pero lo vi. Estaba
trepado a uno de los árboles intentando alcanzar un pequeño nido.
—¡Lestat!—me llamaba mi hermano,
él me vio y no dijo nada. Simplemente lo dejó pasar corriendo como
el patoso rufián que era.
Recuerdo todo esto porque tengo frente
a mí a la viva imagen de mi hermano. Víktor es muy parecido a mí,
pero hay diferencias. Digamos que es tan robusto como mi hermano,
pero tiene mi carácter heredado de su abuela junto con esos hermosos
ojos azules cargados de una chispa propia.
Lestat de Lioncourt
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