Viktor es mi hijo, pero ella también.
Lestat de Lioncourt
Desperté de golpe. No sabía dónde
estaba. En esos momentos había olvidado incluso las últimas semanas
de mi vida. Me encontré asustado y acorralado. Realmente el sueño
me había sumido en un caos desafortunado lleno de un sabor amargo y
algo ácido. Me llevé las manos al rostro intentando calmar mi
respiración. Siempre había tenido miedo a los lugares demasiado
cerrados y soñar con ser enterrado vivo me provocó un terrible
impacto.
Supongo que no fue buena idea releer en
los últimos días los libros donde mi padre era el protagonista
principal de demasiadas aventuras llenas de infortunios, cargas
pesadas, problemas de toda índole y victorias. Porque aunque caigas,
y te rompas en mil pedazos, siempre tienes la opción de
reconstruirte creando un nuevo ser siendo a la vez el mismo. La vida
nos moldea, pero también nosotros permitimos hasta dónde y cómo.
Miré a mi alrededor intentando
recordar dónde estaba, pero al verla a ella lo supe. Había estado
esperando algo así durante años. Creo que siempre me sentí solo e
incomprendido. Mi madre decidió abandonar la mortalidad cuando tenía
apenas unos años, convirtiéndose así en un vampiro. Todos a mi
alrededor tenían batas de científicos y doctores, pero en realidad
eran seres dotados de una mente privilegiada, conocimientos que iban
más allá de lo ofrecido a la sociedad y con unos poderes
increíbles. Todos eran hermosos, jóvenes eternos, y poseían una
fuerza magnífica. Por el contrario yo era un niño débil aunque con
la salud de hierro.
Ella se había convertido en mi
sustento en un mundo lleno de misterio. Una sonrisa simple, unas
palabras llenas de amor, unos sentimientos complicados y una verdad
difícil de asimilar. Eso era Rose. Demasiado hermosa, pero a la vez
demasiado bondadosa. Sin embargo, había superado grandes conflictos
éticos y una relación espantosa. Se convirtió en una mujer fuerte
y yo la tenía a mi lado rendida a mis caprichos. Por un momento me
sentí culpable, pero de inmediato emborroné todo con un sentimiento
indescriptible.
No sabía cómo iba a ser la reacción
de mi padre al vernos y saber que ambos estábamos unidos. Ella había
sido criada, educada y amada por el hombre que me dio tan fantástica
genética. Yo, sin embargo, había crecido al margen de su interés
porque desconocía la verdad. Mi crianza fue distinta, pues lo hice
entre tubos de ensayos y vampiros ensimismados en los datos de un
enorme ordenador. Y la educación había sido esmerada, como la suya,
pero lejos de los más prestigiosos colegios. Aún así era un
universitario, como ella. Ambos teníamos unos conocimientos
fantásticos para construir una familia maravillosa, pero habíamos
asumido el riesgo de ir a Nueva York a encontrarnos con el hombre más
importante en nuestras vidas: Lestat de Lioncourt, su padre adoptivo
y mi padre biológico.
Justo en el momento en el cual decidí
intentar dormir, pese al nerviosismo de todo lo que estaba por venir
y de la propia pesadilla, ella se despertó. Pude sentir sus manos
acariciando mi rostro, sus labios rozando los míos y el deseo insano
de fundirnos de nuevo el uno en el otro. Me recosté en la cama y
permití que me llenase de besos, caricias y palabras de amor. Por mi
parte hice lo mismo. Necesitábamos algo más que sexo, necesitábamos
corrompernos en un amor idílico que muchos tacharían de absurdo y
extremadamente romántico para comprender que hubiese pasado en tan
escasos días.
Esa mañana fue terrible y hermosa a la
vez, al igual que la vida. Nos estábamos jugando la supervivencia y
al final mi padre venció saliendo reforzado, igual que un héroe
griego. No entiendo como alguien puede odiarlo o despreciarlo, pero
supongo que todo héroe tiene que tener alguien que lo aborrezca. Si
bien, siempre le estaré agradecido el haber salvado a Rose. Él
salvó mi alma y el alma de una mujer dulce, sensible, inteligente,
tenaz y firme en sus creencias.
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