Es cierto que su cuerpo atraía a infames como este... también es cierto que eso causaba estupor en ella.
Lestat de Lioncourt
Querido diario:
Louis sigue insistiendo en que
desarrolle mis sentimientos y me exprese por escrito, ya que parezco
demasiado hermética a sus ojos. No sé qué libro de psicología
barata habrá adquirido en alguna de las ignominiosas tiendas de
libros a las cuales se acerca cada noche. Son libros manoseados hasta
la saciedad, con olor a podredumbre, aunque en ocasiones se hallan
joyas sofisticadas y ejemplares magníficos cuyas cubiertas están
algo ajadas por el tiempo. Sea como sea, me siento observada por un
sujeto incapaz de aceptar que no soy una pequeña dama, sino una
mujer completa. Además, soy una asesina y no una frágil muñeca.
Ayer mismo salí del edificio sin que
nadie pudiese detenerme. Correteé por las calles con esos malditos
botines de charol. Mi vestido era el de una niña, pero mis ojos los
de una mujer y la sed la de un monstruo. Deseaba una víctima que
pudiese conquistar aún teniendo ese aspecto tan empalagoso.
Crucé un jardín cercano escasamente
iluminado y me quedé parada cerca de una de las hermosas farolas de
la avenida central que daba a nuestra cálida vivienda, la cual se
hallaba con todas las luces encendidas. Lestat se hallaba tocando el
piano y Louis había decidido huir a la biblioteca. Por mi parte era
divertido no tener que soportarlos y arriesgarme por completo a ser
yo misma.
Un hombre se acercó a mí. Por sus
vestimentas, y el olor a caballo impregnado estas, deduje que era el
cochero de un carruaje cercano. Su enorme y gentil sonrisa
contrastaba con su enloquecida mente, la cual parecía fascinarle la
terneza de mi rostro y la diminuta cintura que se intensificaba
gracias al lazo que la rodeaba. Mi aspecto era el de una niña de
apenas seis años, aunque tal vez jamás los alcancé del todo, con
unos ojos intensos y una boca pequeña bastante sugestiva. Realmente
parecía hecha de porcelana y ese maldito pervertido terminó
sosteniéndome entre sus brazos.
—¿Te has perdido? Yo te llevará a
tu casa—decía.
Podía sentir sus manos acariciando mi
espalda como si fuese las patas peludas de una araña. Mi rostro se
hundió en su cuello mientras él se complacía recreándose con una
tórrida escena bastante nauseabunda, pero que a mí lejos de
inquietarme me emocionó. Algo en mí se quebró. Deseaba ser deseada
por otros hombres, incluso por mujeres, aunque con un cuerpo adulto.
Necesitaba senos, cintura, caderas y labiales que embellecieran más
mi pérfida sonrisa.
En cierto momento el hombre comenzó a
marearse, tropezó con una de las farolas y cayó desplomado conmigo
en brazos. Después sólo se escucharon mis botines correteando
libremente. Mis mejillas estaban encendidas y me sentía más
poderosa que nunca, pero a la vez frustrada.
Tal vez soy una mujer completa, pero la sociedad me obliga a verme como una niña. Incluso mis padres lo hacen. No saben lo terrible que es sentirme como me siento, sin poder expresarme y sin ser yo misma. Ojalá algún día todo esto cambie.
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