Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 29 de mayo de 2017

Discusiones absurdas

—¿En qué estabas pensando? ¡Espera! ¡Tú no piensas!—gritaba furioso mientras llegábamos al hotel donde nos habíamos instalado.

Habíamos decidido ir a “La Isla Nocturna” que poseía Armand. Era una isla llena de casinos, salas de fiesta, lugares donde descansar de una vieja ajetreada y buena música. Los humanos solían llegar a centenas y nosotros, los hijos de la noche, estábamos hartos de pasearnos frente a ellos mientras desconocían la verdad. Disfrutábamos de aquel lugar como si fuese un auténtico paraíso. Sobre todo los café-teatro.

Justamente veníamos de uno. Habíamos decidido usar ropas algo informales, aunque sin dejar de tener cierto estilo clásico. Unos buenos mocasines italianos, unos tejanos oscuros de vestir, unas camisas de vestir y unas americanas. Mi americana era roja, pues me gusta tanto el color como a Marius. El tono era borgoña y algo apagado, pero destacaba gracias a mi cabello rubio suelto. La suya era verde cacería y contrastaba con sus cabellos negros y la camisa blanca, muy similar a la mía. Decidimos aparecer de ese modo, inmiscuirnos en la vida de los humanos, para terminar discutiendo en mitad de una función únicamente porque decidí lanzarme al escenario y recitar un par de poemas.

Aquellos poemas eran canciones que tenía en mi repertorio aquella fatídica noche. Había dicho que no lo haría más. Si bien, mentí. Eran además canciones muy sugestivas y llenas de pasión. En ellas hablaba de unos ojos mágicos, una piel deliciosa y un cuerpo que me hacía delirar. Obviamente Louis se levantó, me miró como si fuese a arrancarme el corazón y se marchó al hotel. Decidí ir tras él y en ese punto comenzamos a discutir como siempre.

—Sí estaba pensando en algo, ¿sabes?—dije.

—¿Ah, sí? ¡En tu maldito ego!—exclamó furibundo. Sus ojos eran dos volcanes verdes de lava tan caliente que me quemaba sin necesidad de usar sus viejos trucos de quinqué de aceite.

—¡No!—respondí cada vez más indignado, pues no me permitía explicarle nada. Daba por hecho que lo había asumido por puro ego, pero la realidad era tan distinta que incluso me avergonzaba admitirlo abiertamente.

—¡Claro que sí! ¡Eres un maldito imbécil! ¡Sólo sabes ponerte en peligro! ¡No vas a lograr nada salvo provocarme una úlcera!—se tiró contra mí mientras decía aquello. Sus manos arrugaron las solapas de mi americana y me colocó contra una de las paredes posteriores del hotel.

No sé cómo habíamos acabado en un callejón aledaño al lugar donde descansábamos. Un lugar escasamente iluminado con cierto hedor a humedad y desechos. Por ende, no era el mejor sitio para discutir aunque fuese románticamente.

—Somos vampiros. Eso es técnicamente imposible—dije en tono burlesco mientras colocaba mis manos sobre las suyas. Eran manos suaves, de dedos largos y palmas pequeñas. Mis manos eran mucho más monstruosas debido a su tamaño muy superior a las suyas. Aún así me encantaban sus manos y me siguen fascinando.

—¡Deja de contradecirme!—dijo soltándome y dando un par de pasos intentando no escucharme más. No deseaba discutir y yo tampoco quería hacerlo, pero lo estábamos haciendo.

—¡Ni siquiera me has dejado decirte por qué lo hice!—acabé gritando.

—¡Hazlo!—me incitó a decirlo, pero sus ojos rogaban que no lo hiciera si era una estupidez.

—Para llamar tu atención—balbuceé.

—¿Qué?—sus cejas se alzaron y luego se unieron al fruncirse el ceño. Su boca, carnosa y seductora, se torció. Sabía que estaba a punto de pegarme puñetazo.

—Hice todo eso para llamar tu atención. Los pavos reales usan su plumaje para llamar la atención de su pareja. Los cangrejos también bailan danzas exóticas. Hay muchos ca...—iba diciendo hasta que se acercó, me tomó de la chaqueta una vez más y me besó. Al apartarse lo hizo con furia, igual que el beso. Me quedé aturdido mirándolo unos segundos sin saber qué hacer o decir.

—Eres imbécil. ¡No vuelvas a hacerlo!—exclamó contrariado.

—¿De verdad?—pregunté en tono burlón.

—Ha sido... una estupidez—contestó dándome la espalda para salir de aquel siniestro lugar en busca de la luz cálida de una farola adyacente, muy cercana a la fachada del hotel.

—Admite que ha sido romántico—dije encogiéndome de hombros antes de brincar hacia la farola, engancharme a ella y empezar a dar vueltas. Me gustaba “bailar”, si se puede llamar de ese modo a lo que hacía, con ese mobiliario urbano.


—¡He dicho que ha sido una estupidez!—replicó gesticulando bastante mientras apuraba sus pasos hacia el hall.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt