Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 30 de mayo de 2017

En presencia de Satanás

Bueno... yo no digo nada.

Lestat de Lioncourt

—¿Por qué me has ordenado llamar?—pregunté con solemnidad en mi voz.

Hacía algún tiempo que no descendía al corazón de los infiernos. Las reuniones entre demonios y caídos eran frecuentes, pero mis visitas eran esporádicas. Disfrutaba más de mi propia revolución. No quería seguir las reglas o designios de otro dios. Suficiente tenía con Padre como para soportar a la serpiente enroscándose en mi cuerpo, susurrándome cerca del oído ciertas tentaciones y logrando que al fin me rindiera a sus caprichos una vez más.

—Yo no he ordenado nada—respondió tras una ligera risotada.

Estaba sentado en su trono. Era un trono monstruoso debido a los numerosos cráneos y alas cercenadas que lo conformaban. Allí había ángeles y demonios que él mismo había decapitado debido a sublevaciones y guerras más allá de los límites del cielo. Su cuerpo era delicado y tentador, poseía un rostro similar al de un querubín y la mirada de una mujer fatal. Ante mí tenía el capricho perfecto entre hombre y mujer. Su piel era lechosa, el lunar cercano a sus labios carnosos era demasiado excitante, y su pectoral estaba bien formado así como sus piernas. Apenas llevaba algo de ropa cubriendo sus partes. Era sólo una ilusión, pues la criatura que estaba tras ese seductor envoltorio era más oscura e incluso mil veces más atractiva a pesar de sus cachos y largas uñas retorcidas.

—Samael...—murmuré cansado.

Sabía que estaba intentando coquetear conmigo desde su trono. Me hallaba en la mitad de aquel salón mientras la guardia me observaba a mis costados. La luz de las numerosas antorchas y velas incidía sobre nosotros con cierto sobrecogimiento. Había oscuridad, pero no era total y se podía ver claramente a nuestro alrededor gracias a esas luces naturales. Él odiaba la electricidad, lo extremadamente moderno y las multitudes vacías. No era como todos creían. Sí era destructor, seductor y abusivo pero también era un espíritu poco comprendido y que buscaba cierta armonía con la naturaleza. Odiaba al hombre por imbécil, por adorar a un cretino, pero no así a los animales y su medio.

—Sólo hice una sugerencia, Lucifer—dijo en tono divertido levantándose del asiento para caminar hacia mí.

Sus caderas eran algo amplias, como las de una fémina, pero su forma de andar era muy tosca. Cada pisada que daba parecía patear almas. De hecho, estábamos en el lugar idóneo donde se torturaban.

—Memnoch, por favor—respondí.

—Necesitaba verte—confesó echando sus delicados brazos sobre mis hombros.

Diferíamos en estatura. Yo alcanzaba casi dos metros y él apenas llegaba al metro sesenta. Había menguado de tamaño desde la última vez únicamente porque sabía que de ese modo era más tentador, pues parecía un adolescente o una fémina. Sabía como tentar a los hombres, sobre todo a los más pueriles y decadentes.

—¿Por qué?—pregunté.

—Extrañaba discutir contigo y burlarme de mi hermano.

Mentía. Podía ver en sus ojos el reflejo de la lujuria. Sus lengua viperina y bífida me podía decir lo que quisiera, pero su alma vibraba como lo hacía un violín entre los dedos de un músico diestro. Tenía ante mí a la criatura más peligrosa sobre el mundo conocido.

—Tengo una misión que cumplir en la Tierra.

Poseía varias. La principal era encontrar diez almas puras, las cuales aún desconocía cuales debían ser sus características. Las otras eran secundarias, pero también eran importantes a su modo. No obstante, él siempre me llamaba para desequilibrarme y provocar la furia de mi padre. Yo era libre. Nunca había tomado participación de bando alguno. Sólo quería sentir mis alas surcar los aires sin que nadie pudiese encarcelarme en sus creencias, motivaciones y guerras.

De inmediato, y sin pudor alguno, se arrodilló ante mí bajando mi cremallera. Allí mismo sacó mi miembro sin que yo pudiese impedírselo. Era incapaz de huir de sus atrevidas acciones. Siempre caía. Supongo que estaba enamorado de él de algún extraño modo. Sus ojos brillaron como piedras oscuras y yo jadeé al sentir su lengua acariciar mi prepucio, sus dientes tirando de este y finalmente sus labios apartándolo para hacer de las suyas con mi glande.

Mis manos se posaron en su cabeza y mis caderas comenzaron a moverse. Frente a todos los presentes estábamos teniendo sexo. Sus soldados más leales, algunos hijos nuestros, nos observaban sin pudor alguno como si aquello fuese habitual y hasta necesario.

Pronto su boca abarcó toda mi virilidad y su aliento golpeó mi vientre. Mis pantalones tajados habían caído al suelo y mi camiseta acabó desechada a un lado. Mi imponente figura estaba retorciéndose de placer ante sus actos pueriles. Si bien, no fue todo.

Él se apartó incorporándose y tirando suavemente de mi brazo derecho con ambas manos, logrando que me moviera torpe debido a tener los pantalones por los tobillos, para llevarme hasta el trono y hacer que me sentara. Me convirtió en Rey del Infierno por su gracia divina, del mismo modo que él volví a ser la única criatura que lograba dominarme a su modo.

Sus glúteos, aún enfundados en aquel pequeño trapo que ocultaban sus vergüenzas, rozaron mi endurecido miembro y sus manos, convertidas en garras, arañaron mis pectorales. Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Estaba intentando recuperar mi mente, pero no podía. Cuando menos lo esperé estaba penetrándose y gimiendo mi nombre. Por mi parte, hice lo mismo.

Cada cabalgada era un gemido, como el tañido de una campana. Cada gemido era una oración blasfema. Mi líquido preseminal pronto manchó sus entrañas y eso hizo que el ritmo aumentara. Él empezó a recitar mi nombre, así como las oscuras profecías que nos vinculaban. Por mi parte hice aparecer mis alas, aún de un color blanco cegador, y cuando estas se alzaron en su máximo esplendor derramé mi semilla muy dentro de su cuerpo.


—Y Dios no puede castigarte, pues soy tentación. Dios jamás caerá sobre ti, pues aún lo amas y te ama. Dios es tu padre y un padre demasiado benevolente con un hijo pueril, lascivo, sensual, poderoso...

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt