Tras "El ladrón de cuerpos" decidí hacer algo por él y para mí.
Lestat de Lioncourt
Me encontraba de pie frente a él. Me
miraba con esos ojos cargados de lágrimas. Tenía un diluvio en la
mirada y el causante era yo. Podía sentir esa tormenta querer
descargar sobre mi pecho y contra mi alma. Observé su rostro en su
conjunto. Tenía una mueca de desesperanza y angustia terrible. Sé
que para él lo soy todo, del mismo modo que él lo es para mí. Yo
lo sé. En aquel momento también lo sabía, pero soy demasiado
impertinente y brusco para explicar la compleja trama de
sentimientos, emociones y pensamientos que se tejen en mi cabeza
noche tras noche, aventura tras aventura y año tras año. Tenerlo
frente a mí, encarando una vez más su angustia, me hizo comprender
lo débiles y torpes que podemos ser todos. Sobre todo cuando uno
está cegado por ambiciones que sólo cuando se marchan, como si
fueran nubarrones que han secuestrado el sol y el cielo azul
veraniego, podemos ver y comprender que fuimos estúpidos.
—Creí que te perdía—dijo con la
voz quebrada.
Estábamos a solas al fin en aquella
casa que parecía más una pocilga que un hogar. El suelo estaba
destrozado, el papel de la pintura tan lleno de humedad y desgarrado
que provocaba una sensación de abandono terrible, había lugares
quemados y otros que parecían ser una escombrera. Olía a polvo,
humedad, basura y recuerdos. Sobre todo olía a recuerdos. Su
habitación no estaba lejos de aquel pasillo y la pintura, esa algo
infantil y cargada de referencias a famosos cuentos, todavía estaba
visible.
—Creí que desaparecerías como ella.
Te convertirías en cenizas y humo—añadió.
—No tendrás tanta suerte—repliqué
riéndome a viva voz.
—¡El que arriesga su suerte y la mía
eres tú!—dijo alterado.
Acabó llorando y yo me acerqué a él.
No dudé en tomarlo entre mis brazos. Sus sentimientos eran puros y
desesperados. Comprendía bien lo que sentía porque era lo mismo que
yo vivía. Se agitaba de pies a cabeza. Mis manos acariciaron sus
cabellos apartándolos de su rostro, dejándolo así al descubierto,
para finalmente besar sus mejillas y su frente. Era un ser
excepcional. Realmente lloré cuando lo creé, tal y como dijo
Armand. ¿Quién no podría llorar ante semejante criatura?
—Te amo—susurré—. Sé que he
cometido muchos errores. No merece la pena pedir disculpas por mis
malas acciones, del mismo modo que no exijo que tú lo hagas. Sólo
quiero abrazarte.
—Sólo discutimos—musitó ocultando
su rostro en mi torso—. Sólo servimos para eso...
—Discutimos porque nos preocupamos
tanto el uno por el otro que nos inmiscuimos en asuntos poco
honestos, incorrectos y para nada agradables o satisfactorios.
Queremos ser el héroe el uno del otro—besé su frente tras decir
esas palabras, como si fuese un niño y yo el ángel rebelde que
guarda su alma.
—¿Para qué me has traído
aquí?—preguntó.
—Es el lugar donde fuimos felices una
vez y donde lo seremos de nuevo—respondí tomándolo del rostro
para perderme en sus mares verdes, desapacibles y cargados de una
tormenta que aún desbordaba. Sus mejillas estaban encendidas y
además manchadas de pequeñas lágrimas sanguinolentas. Era hermoso.
Parecía el retrato de una virgen doliente.
—Las cosas maravillosas no pueden
repetirse ni obligarse a reproducirse—susurró con una sonrisa
amarga.
—No, no espero que sea igual. Sólo
deseo recuperar este lugar para poder iniciar de nuevo una vida a tu
lado. Te dije que procuraría darte todo lo que deseas y sé que amas
esta casa, este patio, estas vistas y esta ciudad. Sé que la amas,
como la amé yo, aunque ella posiblemente nos odie profundamente a
ambos.
Aquellas palabras lograron que él
volviese a estar entero, aunque parecía como si estuviese ensoñando.
Sus manos se aferraron a mis muñecas con delicadeza, dejando unas
simples caricias, para después deslizar sus labios sobre los míos y
dejar un beso muy íntimo. Las mismas palabras que yo pensé una y
otra vez para mí mismo. Debíamos volver atrás para tomar impulso
hacia el hoy. Tener en cuenta esos recuerdos para no cometer los
mismos errores. Pero siempre esperando algo más, algo nuevo, algo
mejor...
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