Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 25 de junio de 2017

Experimento 236

Armand y sus experimentos locos... ¡Yo también deseo que los haga, pero lejos de mi lado!

Lestat de Lioncourt

Me hallaba sentado en uno de los cafés más concurridos de la quinta avenida, una de las arterias principales de Manhattan, cuando vi pasar a un muchacho extremadamente atractivo. En cierto momento se giró y clavó sus ojos miel en mí. Fue sólo un segundo. Su mirada tenía tal fuerza y tanto dolor que sentí que me atravesaba. Quedé paralizado con la taza de café entre mis manos y la mente llena de dudas. Pude haber leído sus pensamientos, pero no hizo falta.

Era espigado, no muy alto, y cualquiera diría que algo desgarbado porque caminaba apurado. Llevaba una camisa negra, sin corbata y con un cuello clásico, y unos jeans negros algo holgados y rectos. No me fijé en sus zapatillas, pero juraba que eran de esos zapatos que parecen deportivas. Su piel tenía un ligero toque dorado debido a la exposición del sol. Poseía una boca carnosa, algo grande, y me recordó mucho a la de Lestat. Su cabello era ondulado, revuelto, y rozaba sus hombros. Llevaba entre sus manos un teléfono móvil. No pude verlas bien, pero juraría que eran grandes y de dedos delgados.

Digamos que me enamoró su estilo, su dinamismo al caminar y el dolor que llevaba arrastrando quizá varios años. Me vi reflejado en esa mirada. Esos ojos eran muy similares a los míos. Por eso salí de la cafetería soltando algunos dólares sobre la mesa, acomodé mi chaqueta vaquera y salí con pasos rápidos tras él.

Seguí sus pasos durante varios minutos. De vez en cuando me ocultaba para que no se percatase de mi proximidad. No quería beber de su sangre, ni codiciaba su presencia a mi lado, sólo quería averiguar y hacerlo sin revolver sus pensamientos. Aunque acabé haciéndolo.

Cuando se detuvo en una parada de autobús, apoyado en la marquesina, con la mirada enfocada en la pequeña pantalla del móvil me armé de valor. Me introduje en su mente y comencé a revisar su vida como si fueran los archivos de un ordenador. Lo que hallé no pude creerlo. Me trastornó demasiado, pero comprendí por completo su dolor. No podía entenderlo del todo porque yo no vivía su vida, ni su situación, pero sí podía entrever la asfixia que suponía esta sociedad para él.

Era un hombre de esos que rondan las calles más céntricas, pero que le ahogan las personas cuando se vuelven inquisitivas. Digo que era un hombre porque fallé al echarle edad. Aparentaba unos veinte años como mucho, pero ya rebasaba los treinta. Tras su perfecto afeitado, su sonrisa amable al hablar o dar indicaciones a los turistas, había un alma que a veces se sentía derrotada. Sin embargo, se sentía reforzado con cada paso dado. En su teléfono móvil tenía puesta una canción de Bon Jovi y eso me recordó nuevamente a Lestat. Sin embargo, pasó rápido a David Bowie y luego a Queen.

El dolor provenía hacia la sociedad que le había tocado vivir y que le imponía un sexo, un género y una sexualidad. Él era un hombre transexual. Él nació hombre, no mujer como muchos afirman para referirse a sus pasos por este mundo. Nació tal y como muchos lo conocen, pero con unas carencias hormonales y una impronta equívoca al nacer. Su género era masculino, pero de vez en cuando le gustaba romper los roles establecidos para su sexo porque le parecían opresores. Además, sabía que podía y debía hacerlo. Un hombre con conciencia, con libertad, con deseos de luchar y gritar a viva voz que estaba oprimido aunque le tacharan de victimista. Su sexualidad, por mucho que cueste asumirla, no era la de un hombre heterosexual que admira y ama a las mujeres sentimental y sexualmente. Él las admiraba, las adoraba, las amaba y las codiciaba a su lado porque eran sus hermanas, sus amigas, sus primas, su madre, sus conocidas, sus ejemplos y seres que podían hacerle sentir extremadamente cómodo en su día a día por las conversaciones que tenían. Pero no era heterosexual. Él era gay. Y ese era otro problema. Se añadía el problema que muchos homosexuales le señalaban como un intruso, como una mujer por tener unos genitales distintos a los convencionales en un hombre. Del mismo modo que muchas lesbianas y algunas feministas le increpaban creyéndose superiores a él y le acusaban de haber mutilado su cuerpo. Pero no era así. Él sólo era libre. Sólo luchaba por ser libre para poder ser feliz. Para él la libertad era felicidad. Porque cuando uno es libre de ser, de amar y de expresarse puede ser feliz. Sólo así.

Entonces vi los nubarrones en su vida, los insultos en un bar homosexual más allá del café donde lo había visto cruzar sus ojos con los míos. De inmediato me marché de aquella parada y corrí a toda velocidad. Usé mi velocidad vampírica para no ser visto, para ser sólo un soplo de aire, y poder llegar a sus acosadores. Eran homosexuales. Gente que seguía burlándose de los transexuales siendo estos los principales iniciadores del movimiento del “Orgullo”.

Sentí asco y vergüenza por mi sexualidad, por mi sexo, por la verdad que siempre tenía entre mis manos... Ni siquiera yo, adorador de Dios, he creído que este los condenara y rechazara. Nunca vi bien que la iglesia impusiera esa norma moral y quizá por eso seguí adorando a Satanás, pues es una criatura mucho más libre en ese sentido.

Me senté allí hasta que se marcharon y los seguí. A dos de ellos los maté rápido bebiendo de su sangre, pero al tercero, al que realmente inició las críticas e insultos, lo llevé a mi laboratorio. Sigo usando la experimentación como pasatiempo. Sobre todo porque me parece algo necesario. Comprendo que no haga falta de mis intervenciones de “Alquimia” teniendo en cuenta que tenemos grandes médicos y científicos auspiciados por Seth, pero no puedo detenerme. Necesito hacerlo. A veces lo uso como castigo.

Puse al individuo, algo corpulento, sobre la mesa de operaciones de la habitación subterránea. En mi bunker tengo de todo. No importa si son materiales quirúrgicos o meramente electrodomésticos caseros como microondas, licuadoras o batidoras eléctricas. Decidí colocarle la suficiente morfina para que no sintiese nada. Con cuidado desnudé su cuerpo.

Atraerlo hacia mí, seduciéndolo como la dulce tentación que era, fue fácil. Noquearlo para transportarlo, también. Sin embargo, sería difícil hacer una operación como aquella basándome en bibliografía descargada de internet. Había numerosos libros en PDF que tuve que leer de forma apresurada, pero logré comprenderlo. Pronto usé mis bisturí, así como el diverso material de quirófano del que me nutro habitualmente, para amputarle el pene, así como los testículos. Dejé sólo un orificio para que pudiese orinar.

La operación fue un éxito. Tuve que mantenerlo sedado durante días para que la cicatrización fuese la correcta. También lo alimenté por vías y Benji me ayudó a ocultar las pruebas de mis delitos vinculados a este. No tardaron demasiado en hablar de agresión a homosexuales, de homofobia y de diversos crímenes contra la homosexualidad. Si bien, nada se habló de los insultos, e incluso empujones o golpes, de estos hacia un varón transexual. No lo hicieron. Como siempre todo se quedó callado.

Un mes después, cuando todo parecía correcto, hice que este despertara en plenos usos de sus facultades mentales y me senté frente a él, sobre la encimera de uno de los muebles que tenía allí abajo, y aguardé. Cuando abrió los ojos no sabía dónde estaba, ni quién era yo y apenas recordaba algunos hechos de aquella noche.

—¿No recuerdas lo que decías a un hombre transexual hace unas noches?—pregunté moviendo inocentemente mis piernas.

—Ah, el monstruo ese. Eso no es un hombre, los hombres tienen pene. Esa era una mujer con pelo corto y tetas amputadas—soltó rechazando de plano la transexualidad y denigrando a este hombre una vez más.

—¿Como tú?—pregunté ladeando con inocencia mi cabeza.

—Exacto, que tengan pene y orinen de pie—dijo—. La biología lo dice bien claro.

—Tú ya careces de pene y testículos, amigo—comenté—. Bájate los pantalones si lo deseas y compruébalo.

Efectivamente. Aunque aún estaba bajo los efectos de los analgésicos lo hizo. Se bajó los pantalones y se horrorizó. Decía que él era un hombre, que no podía sucederle lo que estaba viendo. Había quedado absolutamente amputado. Yo sólo le había arrancado el miembro, pues ni siquiera le había hecho una reconstrucción en sus partes. Tenía ante mí a un eunuco.

—¡Qué voy a hacer!—exclamaba.

—Vivir siendo un hombre sin pene, como viven muchos transexuales, o pegarte un tiro. Por cierto, el revólver está en la otra mesa y puedes usarlo—dije tras una enorme carcajada.

—¡Quién eres tú! ¡Maldito demonio!—gritó furioso.

—Precisamente... soy un demonio... soy un vampiro—tras decir aquello me esfumé rápido de la escena, dejándolo a solas con la pistola y su conciencia.


No tardó más de cinco minutos. La detonación se escuchó tras la puerta. Fue rápido. No soportó lo que los transexuales soportan. No podía pensar que sus palabras habían tenido consecuencias. Por mi parte, fue todo un éxito. Logré amputar un miembro sin que la persona perdiera la vida en la intervención o tras esta. El suicidio no lo contemplo como un fracaso para mi ejecución.  

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Lestat de Lioncourt