Felicidad... qué fácil suena ese título y qué difícil debió ser para Julien escribir esto.
Lestat de Lioncourt
Nos hicieron creer que el amor era cosa
de locos y que la felicidad era demasiado breve, frágil y difícil
de alcanzar. Nos llenaron el alma de objetos inútiles, frases
grandilocuentes e insensibles momentos de consumismo descerebrado.
Caminamos por los infiernos de esta ciudad bebiendo de cada botella
pensando que el alcohol lograría cicatrizar nuestras almas, así
como ayuda a cicatrizar las heridas. Nos evadíamos en las miradas
que provocábamos y nos reíamos de nuestro patético destino. La
muerte estaba siempre presente rezando oraciones. Nos conformamos con
un momento, pero este se alargó en el tiempo y nos dimos cuenta que
nos habían mentido.
No es tan difícil ser feliz, del mismo
modo que el amor no es pura locura. El amor a veces es lo único que
hace falta para unir dos almas que zozobran en un mar injusto, lleno
de pecados que son llorados por ángeles egoístas y de miradas
impías. Mírate ahora, lee mis líneas y suspira una vez más.
¿Recuerdas el tono de mi voz cuando te pedía disculpas? Apenas lo
hice en un par de ocasiones, pero fue porque realmente las merecías.
¿Vienen a tu mente las palabras de amor que te regalé la primera
vez? Por supuesto, así como las últimas y las más cotidianas.
Cierra los ojos, recupera el aroma de mi colonia y sonríe una vez
más. ¿Eres dichoso ahora? Tal vez no en estos momentos, pues el
duelo es reciente. Sin embargo, estoy ahí. No sé como explicarte
las cosas que nunca pude, pero sólo créeme. Estoy ahí, estoy aquí.
Todo lo que nos hicieron creer es
basura. Los grandes miedos que ambos vivimos debieron ser dilapidados
al grito de libertad. Sin embargo, la sociedad nos llenaba de miedos.
Pero no debíamos temer, pues nada teníamos que perder y sí mucho
que ganar. Debimos romper los preceptos sociales y decirles a todos
que su cultura del odio, de la normalidad y la honra, eran fruto de
un Dios egoísta y una religión pueril de sádicos engreídos.
Dios dijo que nos amásemos y lo
hicimos. Dios dijo que debíamos perdonarnos y lo hicimos. Dios dijo
tantas cosas, Richard. Si bien, ¿merecemos ser llamados hijos de
Dios? Mejor te lo planteo de otro modo... ¿Crees que merece Dios ser
nuestro creador, padre todopoderoso y guía? No. No lo merece. No
merece este amor tan puro, pues es más puro que el batir de alas de
sus ángeles. Tal vez nunca fui tan cursi como ahora, pero tal vez me
arriesgo porque no me estás viendo escribiendo estas líneas,
completamente tullido y desesperado porque se que me muero.
Hoy has venido tan hermoso y encantador
como siempre. Has sonreído como si el día no estuviese nublado. Te
has sentado a mi lado, has tomado mis manos y te has engañado a ti
mismo. Sabes que físicamente nunca te he sido fiel, pero mi alma te
ha pertenecido desde la primera vez que nos vimos. Sin embargo, has
negado incluso eso. Has enterrado en el jardín todo lo que no
querías de mí para quedarte con lo puro, con lo bueno, con lo
necesario, con lo que tú y yo teníamos.
¿Cuántos años? Creo que son más de
diez. Eras apenas un niño y ahora puedes considerarte todo un joven
apuesto, con dotes empresariales y un sueño demasiado honesto entre
tus manos. Y yo me he convertido en un anciano al borde de la muerte.
El gran Julien Mayfair se apaga y su verdadero amor no podrá llorar
en su funeral como una de tantas viudas. ¿Lo crees justo? Yo no. No
lo veo justo, cariño.
Aún así esta carta está escrita con
los pocos alientos y fuerzas que tengo. Tal vez me marche mañana,
pasado mañana o dentro de tres días. Sin embargo, mi fin está
cerca. Sólo quería tener agallas para decir todo lo que no te dije.
Ahora simplemente se libre y feliz. Por favor, hazlo por todos esos
llantos que te hice pagar por mi estupidez.
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