¡Traigan el lodo! Digo... Marius y Pandora peleando.
Lestat de Lioncourt
Hacía días que me hallaba fuera por
diversos motivos. Mis asuntos eran importantes. Siempre tenía que
conocer de primera mano las noticias acerca de las incursiones de la
malvada y depravada Secta de la Serpiente, la cual incluso nos habían
atacado cuando nos hallábamos cómodamente en el calor del hogar.
Por otro lado, adquirí pinturas necesarias para poder dispersar mi
mente y mejorar mis pinturas. A veces necesitaba pintar para distraer
el dolor, la impaciencia, el orgullo herido y la chispa de odio que
crecía a veces entre Lydia y yo.
—Nunca te esfuerzas por
entenderme—dijo dramáticamente al borde de las lágrimas nada más
verme entrar junto a uno de los esclavos.
Él transportaba parte de los útiles
que había adquirido, por mi parte llevaba un pequeño paquete de
tela donde había envuelto los pinceles más caros que había logrado
hallar.
—Lydia, me esfuerzo cada día por
soportarte—respondí con una sonrisa amable, aunque realmente
estaba siendo un impertinente. Bien podía haberla llevado conmigo,
pero no quería que Padre y Madre sufrieran algún percance en mi
ausencia.
—¡Marius, mejor guarda esa lengua en
tu boca si no vas a ser capaz de controlarla!—exclamó furibunda.
—¡Puedo dominar mejor mi lengua que
tú tu histeria!
En Roma, como en cualquier parte del
mundo, la mujer era propiedad del marido. A ella le habían enseñado
algo bien distinto. Su padre tenía la culpa. La había educado como
a un hombre y eso significaba que se creía un igual, no un ser
inferior. Ahora comprendo que estoy equivocado, pero en aquella época
todo era muy distinto. El amor masculino era el puro, la mujer era
sólo para tener hijos y una posición en la sociedad.
Actualmente, en algunas partes del
mundo, todavía la mujer es una propiedad del hombre y se considera
un objeto que te da prestigio social. A mi parecer es lo único malo
que tenía la Roma Antigua y que debió aprender de los egipcios, los
cuales dotaban a la mujer de muchas libertades y de un poder de
autonomía digno de respetar.
Sin embargo, eso no quita que Lydia, o
Pandora como hace llamarse, no sea un tanto histérica y
avasalladora. No siempre se puede tener la razón y no voy a darle la
razón a ninguna hembra con tal de parecer un hombre mejor. Si creo
que está equivocada se lo diré. Pero a ella y a cualquiera.
—¡Mi padre tenía razón!—dijo
rompiendo a llorar antes de agarrar un jarrón y arrojarlo con
violencia.
—¡Ojalá estuviese vivo para que te
regresaras con él!—respondí.
Aquello hizo que me mirara con rabia y
odio. Durante tres días estuvo apartada de mí, negándome la
palabra y esforzándose por ignorarme. Era como si no estuviese. Por
mi parte le pagué con la misma moneda. Si ella era terca, yo lo era
más.
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