Marius Romanus... en su pura esencia.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo mi pasión temprana por el
arte. Despertó en mí siendo un niño. Casi no tenía entendimiento,
pero caminaba por las diversas salas de la enorme vivienda familiar.
Contemplaba los frescos con ensimismamiento y también los hermosos
mosaicos del suelo. Ocasionalmente me descalzaba para sentir la
piedra suave pintada bajo mis pies.
Mi padre me observaba con detenimiento
tras los numerosos entrenamientos con espadas. Mi hermano se ejercitaba con fiereza y determinación para ser igual que él.
Por mi parte, yo era demasiado espigado y extraño. Incluso decían
que tenía la mirada agreste de mi madre, la cual no llegué siquiera
a conocer. No tuve esa fortuna. Los astros decidieron que nacería
como un animal campestre que tiene que sobrevivir para poder alcanzar
la mayoría de edad.
Recuerdo que no tuve demasiado cariño,
pero sí apoyo incondicional. Aceptaron que no fuese un guerrero y me
aferrara a la cultura. Aprendí a leer y escribir rápidamente y
devoraba poesía, la cual consolaba un poco mi alma torturada. La
pintura y la poesía, así como la música de las liras, me calmaban.
Mi alma parecía curarse de todas las heridas, las cuales volvían
nada más cantaba el gallo.
Cuando hube cumplido la edad adulta, al
menos la que se determinaba por aquellos tiempos como adulta, conocí
diversas mujeres y también múltiples hombres. Disfruté del placer
del sexo y me dejé llevar en cada encuentro. Pero estaba vacío. Tan
vacío como los vasos cuando los dejaba sobre la mesa, igual que las
jarras de vino que pedía en las tabernas, y del mismo modo que los
platos de carne asada que consumía asiduamente.
Había aprendido a luchar por
supervivencia, igual que a disparar flechas con el arco. Muchos
decían que era como el dios Apolo, pero yo no creía en dioses.
Guardaba ese sentimiento al fondo, muy al fondo de mi alma, porque no
quería alarmar a nadie. Éramos una sociedad crédula que se
aferraba demasiado a los dioses para dar explicaciones. Incluso los
filósofos creían en algunos, aunque sólo fueran por la imperiosa
necesidad de no saberse solos. Pero yo siempre estuve solo. Supe
lidiar con ese sentimiento.
Hace mucho tiempo que dejé de
contemplar el arte con los ojos de un niño, pero jamás con ese
ensimismamiento. Tal vez soy un vampiro y debería haber dejado hace
tiempo de creer en la magia, pero cuando veo a un verdadero artista
plasmar su alma en un lienzo, muro o cualquier pedazo de papel siento
que está conmoviendo al dios menor que todos somos. Somos dioses
propios, de nombres diversos y rostros extraños. Miramos el mundo
como si nos perteneciera, pero sabemos bien que somos ajenos a este y
podría sobrevivir sin nosotros. Nos encaminamos por las ciudades
como si fuéramos gigantes, aunque tan sólo somos hormigas frente a
los inmensos edificios que construimos para poder sentirnos aves.
Ayer caminaba con esas prendas bárbaras
que tanto aprecian hombres como mujeres, esos malditos pantalones
poco prácticos a mi parecer y una americana. Era ropa de lino, muy
fresca, de color blanco con una camisa borgoña desabrochada en sus
tres primeros botones. Mi cabello estaba suelto, algo salvaje debido
a la brisa agradable y cercana del mar, y mis ojos brillaban como dos
extraños luceros. Tenía el aspecto de un hombre de negocios en
plenas vacaciones veraniegas, pues mis pies estaban cubiertos de unas
sandalias elegantes, además de cómodas, que había adquirido hacía
unas horas. Me apoyé en la barandilla del mirador cercano a la playa
y contemplé sus aguas oscuras algo embravecidas. Recordé las
leyendas de los monstruos marinos de las pequeñas piedrecitas de
colores de la villa de mi padre, cerré los ojos y pude ver los
hermosos frescos de historias cotidianas de las distintas
habitaciones y sonreí sintiéndome en casa. El arte, se haya perdido
o no, sigue transportándome a recuerdos demasiado idílicos. Poco o
nada me importó que los hombres hoy no crean en dioses, que hayan
derrocado incluso a sus sueños para ser prácticos, pues yo sigo
alimentándome de poemas, canciones, pinturas y reflexiones.
Soy un vampiro extraño. Soy un
extranjero en cualquier lugar. Incluso en Italia lo soy. No importa
donde vaya. Ahora lo sé. Sin embargo, también soy parte del
paisaje, de la verdad, de este mundo y del otro.
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