Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 15 de junio de 2017

Rememorando y respirando arte.

Marius Romanus... en su pura esencia.

Lestat de Lioncourt 

Recuerdo mi pasión temprana por el arte. Despertó en mí siendo un niño. Casi no tenía entendimiento, pero caminaba por las diversas salas de la enorme vivienda familiar. Contemplaba los frescos con ensimismamiento y también los hermosos mosaicos del suelo. Ocasionalmente me descalzaba para sentir la piedra suave pintada bajo mis pies.

Mi padre me observaba con detenimiento tras los numerosos entrenamientos con espadas. Mi hermano se ejercitaba con fiereza y determinación para ser igual que él. Por mi parte, yo era demasiado espigado y extraño. Incluso decían que tenía la mirada agreste de mi madre, la cual no llegué siquiera a conocer. No tuve esa fortuna. Los astros decidieron que nacería como un animal campestre que tiene que sobrevivir para poder alcanzar la mayoría de edad.

Recuerdo que no tuve demasiado cariño, pero sí apoyo incondicional. Aceptaron que no fuese un guerrero y me aferrara a la cultura. Aprendí a leer y escribir rápidamente y devoraba poesía, la cual consolaba un poco mi alma torturada. La pintura y la poesía, así como la música de las liras, me calmaban. Mi alma parecía curarse de todas las heridas, las cuales volvían nada más cantaba el gallo.

Cuando hube cumplido la edad adulta, al menos la que se determinaba por aquellos tiempos como adulta, conocí diversas mujeres y también múltiples hombres. Disfruté del placer del sexo y me dejé llevar en cada encuentro. Pero estaba vacío. Tan vacío como los vasos cuando los dejaba sobre la mesa, igual que las jarras de vino que pedía en las tabernas, y del mismo modo que los platos de carne asada que consumía asiduamente.

Había aprendido a luchar por supervivencia, igual que a disparar flechas con el arco. Muchos decían que era como el dios Apolo, pero yo no creía en dioses. Guardaba ese sentimiento al fondo, muy al fondo de mi alma, porque no quería alarmar a nadie. Éramos una sociedad crédula que se aferraba demasiado a los dioses para dar explicaciones. Incluso los filósofos creían en algunos, aunque sólo fueran por la imperiosa necesidad de no saberse solos. Pero yo siempre estuve solo. Supe lidiar con ese sentimiento.

Hace mucho tiempo que dejé de contemplar el arte con los ojos de un niño, pero jamás con ese ensimismamiento. Tal vez soy un vampiro y debería haber dejado hace tiempo de creer en la magia, pero cuando veo a un verdadero artista plasmar su alma en un lienzo, muro o cualquier pedazo de papel siento que está conmoviendo al dios menor que todos somos. Somos dioses propios, de nombres diversos y rostros extraños. Miramos el mundo como si nos perteneciera, pero sabemos bien que somos ajenos a este y podría sobrevivir sin nosotros. Nos encaminamos por las ciudades como si fuéramos gigantes, aunque tan sólo somos hormigas frente a los inmensos edificios que construimos para poder sentirnos aves.

Ayer caminaba con esas prendas bárbaras que tanto aprecian hombres como mujeres, esos malditos pantalones poco prácticos a mi parecer y una americana. Era ropa de lino, muy fresca, de color blanco con una camisa borgoña desabrochada en sus tres primeros botones. Mi cabello estaba suelto, algo salvaje debido a la brisa agradable y cercana del mar, y mis ojos brillaban como dos extraños luceros. Tenía el aspecto de un hombre de negocios en plenas vacaciones veraniegas, pues mis pies estaban cubiertos de unas sandalias elegantes, además de cómodas, que había adquirido hacía unas horas. Me apoyé en la barandilla del mirador cercano a la playa y contemplé sus aguas oscuras algo embravecidas. Recordé las leyendas de los monstruos marinos de las pequeñas piedrecitas de colores de la villa de mi padre, cerré los ojos y pude ver los hermosos frescos de historias cotidianas de las distintas habitaciones y sonreí sintiéndome en casa. El arte, se haya perdido o no, sigue transportándome a recuerdos demasiado idílicos. Poco o nada me importó que los hombres hoy no crean en dioses, que hayan derrocado incluso a sus sueños para ser prácticos, pues yo sigo alimentándome de poemas, canciones, pinturas y reflexiones.


Soy un vampiro extraño. Soy un extranjero en cualquier lugar. Incluso en Italia lo soy. No importa donde vaya. Ahora lo sé. Sin embargo, también soy parte del paisaje, de la verdad, de este mundo y del otro.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt