Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 5 de junio de 2017

Sacando la basura

Petronia... ¡Un día conoceré a ese vampiro!

Lestat de Lioncourt



Últimas horas de la noche. Una noche más en una ciudad llena de diversidad cultural, la cual aún sufre la discriminación y el egocentrismo de los más blancos. Una ciudad que respiraba jazz y el sabor amargo de sueños rotos, de muertes tempranas y fantasmas demasiado reales. Decidí caminar por una de las avenidas más céntricas y tumultuosas, muy cerca del Barrio Francés, intentando hallarme a mí mismo en cada mirada, gesto, palabra y acción. 

Entré en uno de esos antros “gay friendly” como se llama ahora. Un sitio gregario donde los halla. Si bien, estos lugares son más “libres” para poder comportarse como uno realmente es sin miedo a miradas extrañas o palabras malsonantes. Supongo que el miedo anquilosa demasiado sus almas todavía tras cuarenta años de la primera gran revuelta, aquella donde transexuales y drags salieron a la calle armadas con ladrillos y reivindicaciones. Siempre me sentiré un tanto conmovido por las historias que se propagaron aquella noche. Fueron como un diente de león soplado al viento. Cada pequeña semilla se colocó en nuevos corazones y estos siguen rugiendo, siguen latiendo, siguen germinando con fuerza y eso les da alas a muchos para sentirse libres allí donde van. No obstante, la sociedad aún no ha cambiado lo suficiente y nos vemos señalados. 

Me senté en una mesa. Unas de esas cercanas a los baños. Los chicos bailaban y se divertían. Algunos brindaban. Incluso había quienes sonreían coquetos sin vergüenza alguno a los camareros. Una chica besaba a otra como si la devorara a unas mesas. Había un chico, muy atractivo, que intentaba tocar una vieja y popular canción que se convirtió en todo un símbolo:  Somewhere over the rainbow.

Sentía cierto confort. Cuando era tan sólo un muchacho enclenque, o una mujer llena de marcas, había una poderosa atracción hacia criaturas como yo. Los intersexuales o hermafroditas teníamos nuestros propios dioses y mitología. Igual que los hombres decían que el amor más puro era sólo entre ellos, relegando a la mujer a objetos miserables o vasijas para tener hijos. Si bien, con el paso de los siglos el cristianismo, así como otras religiones mayoritarias, nos convirtieron en objeto de odio y en demonios sobre la faz de la tierra. Las mentes se iban abriendo como flores nocturnas. No obstante, pasó algo deleznable. 

Entró una de esas chicas imponentes con un brillo de dolor en su mirada. Una de esas que tienen la falda muy corta y la lengua muy afilada. Su sonrisa me impresionó pese a la amargura que descubrí en su alma. Tenía una mente brillante, tanto como las lentejuelas de su escotado vestido. Su piel era la de una diosa de ébano y de inmediato me recordó a Marsha P. Johnson, la cual por desgracia llevaba ya más de dos décadas muerta. Me quedé mirándola asombrado por su belleza, porque era extremadamente hermosa. La envidié. Sentí que debí colocarme ese vestido de noche que me había ofrecido Arion noches atrás, el que tenía descubierta la espalda, porque me sentí insignificante ante ese desparpajo y esas pequeñas risotadas mientras se enganchaba al brazo de una amiga. Ella también era hermosa, alta, de mirada altiva y rubia como una Barbie. Si bien, ninguna era estúpida. Ambas habían luchado para conseguir estar donde se hallaban. Llevaban tacones de aguja, trajes deslumbrantes. El de la chica blanca era azul pavo real y se ajustaba muchísimo a su pequeña cintura. 

Justo cuando lo hicieron muchos hombres gays comenzaron a murmurar entre ellos. Algunos se rieron. Otros mantuvieron un perfil bajo, intentando no meterse por miedo a los que otros “machos” pudiesen pensar. Sólo un par las miraron con la misma devoción que yo lo hacía. En cuanto se sentaron las burlas se alzaron y los desprecios se multiplicaron. Fruncí el ceño y giré mi rostro hacia un grupo de individuos que comenzaron a llamarlas “desertores”. 

—No he desertado—respondió—. Me he liberado para ser la gloriosa mujer afroamericana que siempre he sido.

—Sólo eres un puto travesti—esgrimió uno de ellos antes de jactarse con la típica risa de un imbécil. 

—Soy una mujer. Nací mujer transexual del mismo modo que tu madre nació mujer. Pero pobre mujer... ¡Tuvo que parir a semejante imbécil!—gritó incorporándose.

—Sophie...—murmuró su compañera, algo más tímida y que no quería peleas. 

Pero Sophie arremetió contra ellos y la pelea subió de tono, incluso terminó en puñetazos de una y otra parte. Ambos grupos fueron expulsados y yo me retiré con indignación. Por supuesto que iba a buscar a esos tipos. La cosa no se iba a quedar así. Iba a beber hasta la última gota de esos cobardes, pero entonces llegó un golpe fatal. Al ir a la parte trasera del local, donde acabaron todos discutiendo, vi como uno de ellos sacaba una navaja y la enterraba en el vientre de aquella diosa terriblemente empoderada. 

Me convertí en un demonio. Me arrojé contra el pequeño grupo de fascistas de género y sexo. Eran tres, no muy fornidos, que se creían con el poder de hacer todo lo que les viniese en gana. Si bien, el poder lo tenía yo. Mientras su amiga llamaba a una ambulancia, y ella agonizaba, por mi parte maté a dos de ellos destrozando sus cuellos. Fue un golpe seco tras otro. Si bien, al de la navaja lo retuve y lo agarré para alzarlo por los aires. Gritaba igual que un pequeño mocoso asustado en su dormitorio debido a terrores nocturnos. Yo era su pesadilla. Yo iba a ser lo último que viese. 

Fui al Santuario. Había jurado que no volvería a pisar esas tierras pantanosas. Allí lo llevé para tirarlo, aún con vida, a los caimanes. Disfruté terriblemente al verlo convertido en alimento para mis “pequeños”. Hacía tiempo que no sentía tanta rabia y tanto odio. Sé que es perjudicial, pero a veces hay que sacar la basura. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt