Víctima de la soledad
Lestat de Lioncourt
Había desistido. Decidí abandonar
todo. Arrojé al infierno cada sentimiento. Arruiné mis esperanzas
regándolas con un buen trago de alcohol, libros de Dickens, viejas
películas en blanco y negro y un poco de música clásica. Vivía
con mis viejos gustos en una era moderna, acelerada, insufrible en
ocasiones y que carecía de magia. Los sueños que había alcanzado
no me llenaban. Tal vez eran metas muy pequeñas, o muy simples,
porque era como si no hubiese logrado nada.
Estaba acostumbrado a la soledad. Me
había hecho a ella. Sin embargo, tras conocer a mi primera pareja
seria, una mujer que pasó conmigo varios años, pensaba que
desconocería de nuevo lo que era sentirme abandonado. Todo se
empeoró cuando el momento de la separación se produjo después de
un aborto. Ella decidió deshacerse del hijo que esperábamos sin
contar con mi opinión. Admito que es demasiado duro para una mujer
hacer algo así, que es meditado y en ocasiones no surge de un
capricho. Sin embargo, pudo haberme escuchado. Sólo pedía que
entendiese mi punto de vista.
Por eso había desistido. Quería una
familia. Era un hombre sensible lleno de esperanzas en un futuro que
no llegaría. Imaginaba a mi hijo en un futuro siendo fuerte, sano,
robusto ante los problemas cotidianos, e inteligente. Sobre todo
inteligente. Un chico lleno de felicidad que deslumbraba a todos con
su encanto y sus modales. El típico atleta con buen corazón.
Incluso podía imaginarlo convertido en bombero, como su abuelo, o
estudiando arquitectura, como hice yo. También podía verlo frente a
un ordenador, pues en esta época muchos jóvenes terminan uniendo o
vinculando sus vidas a la tecnología.
No se puede decir que no decidiera
suicidarme. Creo que ni lo pensé. Me monté en mi coche, conduje
algunas horas y me arrojé al mar. Comencé a nadar con la ropa
puesta hasta que esta me pesaba demasiado, mis brazos ya no podían
moverse y mi cuerpo quedó a la deriva. Poco a poco dejé que el
sueño me envolviese y la sensación de la dulce muerte fuese mi
canto de sirena. Permití que mi vida se volviese oscura y dramática,
como el luto de mi tía Vivian de haber muerto.
De ese modo encontré otra esperanza.
Conocí a mi mujer. La mujer que ahora me mira desde el otro lado de
la cocina mientras bebe agua. Han pasado algunos años desde aquello.
Creo que hace más de veinte años, pero no quiero contarlos ahora.
Sólo deseo contemplarla. Sigue pareciéndome tan guapa y fuerte como
en aquellos días. Sus ojos grises parecen querer destrozarme y
amarme a la vez. Me gustaría saber qué está pensando en este mismo
instante, pero prefiero imaginarlo.
No me siento vacío. No estoy solo. No
estamos hechos para estar solos. Es cierto que me tengo a mí mismo,
pero también me gusta pensar que la tengo a ella allí donde vaya.
Tal vez no hemos podido ser padres como quisiéramos, pero nosotros
dos también somos una familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario