Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 28 de julio de 2017

Ellas

Mi madre y la de muchos, pues aún ocurren cosas como estas.


Lestat de Lioncourt

Me encontraba sentada en aquella deleznable pieza. Observaba por la ventana los copos de nieve caer. Era como aquellos días, tan fría y tan lóbrega. No obstante, al menos tenía leña en la chimenea para encenderla y calentarme las manos. Si había ido hasta donde se encontraba mi hijo era únicamente por el único deseo de conversar unas pocas horas con él, pero no se hallaba en el castillo. El silencio era sobrecogedor, pero a la vez sentía que todos los recuerdos me hablaban.

Por un momento creí haber regresado al pasado cuando me quedé perdida en el ilustre pendón que colgaba de la pared. El símbolo de los Lioncourt, un pequeño león con las patas delanteras levantadas, se veía como antaño pero sin los rasguños del paso del tiempo. No entendía como mi hijo había reproducido todo, aunque había muebles mejores y luz eléctrica.

Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás mientras mi cuerpo se intentaba relajar en el sofá. Con mi mente prendí la leña y dejé que esta comenzara a caldear la habitación. Mis botas sucias habían dejado huellas por el hall, el pasillo y el enorme salón donde me hallaba; las mismas botas que tenía sobre el coqueto revistero mientras intentaba relajarme.

Habían pasado muchas cosas y aún así todo parecía igual. El mundo estaba regido por los hombres y las mujeres estaban empezando a convertirse en locas fanáticas como Akasha. Algunas empezaban a exigir recato a las demás porque mostrar su cuerpo era exponerse al patriarcado, a sus deseos y necesidades, y eso me recordaba a los mensaje que el asqueroso párroco lanzaba en la iglesia. Hablaba de pecado, depravación y necesidad de ocultar el cuerpo de forma recatada para que los hombres no pecaran. Nosotras teníamos la culpa, pues nosotras nos mostrábamos lozanas y fáciles de alcanzar. Era curioso que ahora algunas feministas empezaran a esgrimir esas mismas consignas entretanto otras se desnudaban, mostrando sus pechos al aire y sus piernas desnudas, para exigir libertad porque se sentían oprimidas. Sentía que era un duelo de doble moral, de doble forma de entender el mundo y muchas estaban en el centro intentando sobrevivir.

Recordé como él me golpeaba con el bastón furioso por haberse quedado ciego, pero eso intentaba que no lo viesen mis hijos. Una vieja historia que también se repite hoy día en algunas viviendas, las mismas que muchos conocen e ignoran porque “son asuntos de familia”. Debí haberme ido antes, huyendo con un hombre que realmente me desease, pero me quedé porque era mi deber. Además, él era un pobre imbécil y aguardaba su muerte para liberarme. Al final le llegó la hora creyendo que yo ya estaba muerta.

El crepitar del fuego hizo que abriese nuevamente los ojos y me quedase observando como las llamas danzaban. Amaba bailar cuando era una niña, ir a recitales de teatro y aferrarme al brazo de mi padre sintiendo que siempre me protegería. Fui una estúpida. Él creyó que podría darme un futuro digno este marqués y por eso él se fue a Italia, a llorar la muerte de mi madre, y una vez allí no duró demasiado. No pude ir siquiera a su funeral, pues tenía que hacer de digna esposa y parir a los siete vástagos que logré concebir.


La vida de una mujer de mi época no valía nada, pero ahora tampoco lo es. Siguen oprimidas y esto es gracias a la religión. Esa religión machista impuesta a golpes para someter a la mujer a su esposo y nada más. La hegemonía del varón frente a su esclava. Ojalá la liberación de esta secta católica, como de otras tantas, llegue pronto porque con ello llegará la liberación de la mujer.   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt