Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 27 de julio de 2017

El juego de la ardiente pasión +18

—No debiste—dije entrando en la biblioteca, su zona favorita de aquella vieja vivienda, y él rápidamente bajó el libro y lo cerró echándolo a un lado del diván donde se había sentado.

Louis había regresado a mi lado hacía tan sólo unos días, pues ijo que me extrañaba y necesitaba estar a mi lado. Es cierto que ambos lo necesitamos, pero en ocasiones la convivencia es catastrófica y discutimos por necedades. Tal vez es por nuestra forma de ver y sentir el mundo que nos rodea. Aunque seamos sinceros, ahora el mundo ha cambiado y nuestras visiones coinciden algo más. Esa ya no es una barrera para la comunicación. Sin embargo, seguimos haciéndolo como si deseáramos recuperar la pasión después de un acto tan lamentable.

—¿Qué no debí?

Tenía un aspecto bastante atractivo. Quizá era la luz, tal vez la ropa clásica que había decidido usar esa noche o el hecho de haberse alimentado hacía tan sólo unas horas. Louis siempre me ha parecido muy hermoso y me ha tenido a sus pies. Sus ojos cargados de un verde lacónico me recuerda lo bueno, lo malo y lo terrible del ser humano. Cada una de las lágrimas que vierte, así como la indiferencia con la que a veces me observa o su paciencia exacerbada escuchando mis impertinencias logran cautivarme. Somos dos polos opuestos que deciden atraerse, igual que el fuego y la paja o la sed y el agua. Si bien, después de tantos días alejados entre enormes horas de silencio, las cuales parecían mares profundos que nos ahogaban y aislaban el uno del otro, me parecía más atractivo porque su belleza indómita parecía marcar sus pómulos, juguetear con sus carnosos labios y anclarse en sus pobladas y largas pestañas.

Sus largos dedos blanquecinos comenzaron a jugar con uno de los largos mechones ondulados de su cabeza oscura. Parecía algo inquieto como si esperara que explotara para hacerlo él también causando más estragos que sus viejos incendios. Sin embargo, lo dejó por la paz y se irguió aguardando mi respuesta.

—Decirle a Rose que habíamos discutido. ¿Acaso tenías que preocupar a todo el mundo?

Ante mi respuesta sólo frunció el ceño y torció el gesto, para luego luego suspirar. Estaba oprimiéndolo quizá y no me estaba percatando. Muchas veces opinaba y decía las cosas sin pensarlas demasiado bien. Él podía hablar de los temas que quisiera, por peliagudos que fueran, pero a veces sentía la necesidad de callarlo.

—Lestat, por favor—murmuró en un tono algo meloso—. ¿Acaso tienes que buscar una excusa para venir a conversar conmigo, mon coeur?—preguntó acercándose a mí para echar sus brazos sobre mis hombros y recargarse contra mi cuerpo.

Tenía una cintura llamativa, pues poseía algo de cadera; era posible que no fuese tan acentuada como la de Armand, pero ahí estaba. Sus glúteos firmes remataban la jugada junto con unas piernas bien formadas. Pero su cuerpo vestía siempre ropa poco entallada que no mostraba demasiado su figura.

—Quiero hacer las paces contigo y tú conmigo, ¿pero por qué tenemos que hacerlo siempre en medio de una discusión? Sobre todo ahora que podemos usar otros medios—alzó su rostro y besó mi mandíbula, para luego ocultarlo bajo esta mordisqueando mi cuello sin perforarlo.

“Los otros medios” eran provenientes de la ciencia. La perfecta e ingeniosa creación de Seth, el médico hindú Fareed, había logrado una proeza hacía unos años con unos inyectables de testosterona y otras de mezclas de estrógenos, progesterona y testosterona para las mujeres. Ahora se tomaban en dosis medidas a lo largo de los días para lograr avivar el deseo hacia el sexo, el cual se veía vinculado sólo a los besos de sangre y poco más. La función eréctil continuaba en nosotros, pues incluso nuestros miembros se hallaban ligeramente duros y dispuestos a todo.

—He decidido cumplir una de tus fantasías—dijo respirando en mi cuello hasta marcharse hacia una de mis orejas, en concreto la derecha, para mordisquear mi lóbulo y lamer parte de esta. Rió bajo algo perverso cuando sus manos acariciaron mi nuca y bajaron lentamente hacia mis hombros, después hacia mi torso y por último a mis caderas—. Quiero pedirte disculpas por haber empezado una discusión tan banal la otra noche y deseo hacerlo de tal modo que no puedas mirar a otro, u a otra, sin pensar en mí y en lo mucho que me necesitas. Deseo ser tu único pensamiento y te sientas enfermo.

—Louis...—balbuceé entre excitado, embelesado por ese tono de voz que usaba conmigo, y preocupado porque él normalmente no era así.

—Ve a la habitación y espérame allí—añadió mientras colaba su diestra entre mis piernas, para rozar con sus dedos mi bragueta—. Ve—insistió.

Por un momento me lo pensé. Podía ser posible que fuese su venganza y no apareciese, dejándome algo urgido, pero eran más las ganas de averiguar su premio que de saber si era un castigo. Así que me aparté y me marché raudo hasta la habitación que compartíamos al otro extremo del castillo.

Una vez allí me deshice las prendas que llevaba, desde la camisa que me había regalado Marius hasta los zapatos y calcetines. Daba por hecho que el premio era sexual, pues para mí no había dudas. Así que me eché en la cama acomodándome entre los múltiples almohadones esperando que él apareciese.

Tardó algo más de diez minutos, pero al llegar lo hizo con su habitual bata de seda verde botella y con el cabello suelto echado hacia atrás. Cerró la puerta tras de sí y me miró con las mejillas algo sonrojadas. Después me hizo un gesto para detenerme, pues me incorporé casi de inmediato, pero al parecer había algo más.

—Louis, ¿qué pretendes?—pregunté.

Él sólo me miró y se giró para tomar una caja que había en el suelo cerca de la cómoda, en la cual no había reparado, y sacó unos hermosos tacones de aguja. Suspiró largamente y se deshizo de sus cómodas zapatillas. Entonces me fijé en sus pies abriendo enormemente los ojos por la sorpresa, pues llevaba medias. Una vez se colocó los zapatos desanudó nervioso el cinturón de la bata y la dejó caer.

—No sé porqué hago caso a Armand...—balbuceó con la cabeza gacha debido a la vergüenza que sentía y coloreaba sus mejillas.

Por alguna extraña razón había decidido realizar una de mis estúpidas fantasías, la cual le conté hacía tiempo y creí que había olvidado. Había sido síntoma de discusión pues para él era rebajarse, pero ahora entendía que era algo divertido y le podía sentar demasiado bien.

Llevaba medias y un liguero negro con un bonito encaje de rosas que iba a juego con unas minúsculas braguitas que poseían “truco” para ocultar su miembro y un hermoso corsé masculino, el cual había sido modificado para añadirle algunos moños de color verde oliva similares a los lazos que unían las medias del liguero así como el tono de los zapatos.

Caminó dificultoso hacia mí, pero logró erguirse y hacerlo con cierta naturalidad. No me reí ante su torpeza, sino que me incorporé saliendo de la cama para tomarlo por la cintura y besarlo lentamente. Él puso sus manos sobre mis hombros clavándome un poco sus afiladas uñas. Sus ojos estaban cerrados como los de una quinceañera en su primer beso verdaderamente romántico. Era demasiado hermoso, demasiado perfecto y demasiado encantador porque estaba haciendo algo muy importante para mí. Realmente era un premio y no un castigo.

Con cuidado me llevó hacia uno de los costados de la cama y me sentó allí. No sé si lo hizo porque le resultaba complicado hacerlo con los zapatos o porque quería postergar el momento. Después se acercó a la mesilla de noche y se pintó los labios con un carmín intenso gracias a un gloss, el cual realzó aún más sus labios carnosos demasiado eróticos. Luego me miró como un cordero a punto de ser llevado al matadero.

—Debes permitirme seducirte hasta que te pida que seas brusco. Deja que te de placer y te provoque hasta que surja la fiera que hay en ti—decía acariciando mi rostro, delineando mis rasgos, para luego ofrecerme un corto beso en los labios que me manchó con su labial.

Me quedé mirándolo mientras abría las piernas y le dejaba ver mi miembro erguido, aunque no por completo, palpitando y deseando que fuese él quien lograse la erección completa. Él suspiró tras una respiración agitada y acabó de rodillas con un movimiento bastante sensual, el cual nunca le había visto e imaginaba que había aprendido tal vez mirando pornografía. En ese momento, y también ahora, preferí no saber como lo había hecho.

Con la diestra tomó el miembro por la base y con la zurda, tras arañar un poco mi vientre y mis muslos, agarró los testículos para acariciarlos lentamente. Por supuesto, aún no estaban llenos de la carga seminal, sino que todavía tenían que hincharse de forma más notoria para poder ofrecerle mi simiente. Luego besó el glande aún encapuchado, lo lamió por el meato y decidió comenzar a jugar con la piel que lo recubría tirando suavemente de esta con los dientes. Al final introdujo la lengua entre el prepucio y el inicio de mi hombría, para luego deslizarla hasta y comenzar con succiones suaves. Todo eso lo hizo sin dejar de mirarme. Por mi parte jadeé aferrado a las sábanas entretanto me preguntaba como era posible que se mostrase tan decidido.

—Louis...—dije antes de soltar un gemido porque tuvo la habilidad de llevarse por completo el miembro a su boca, atravesando su garganta y dejando que sus labios marcaran la base y parte de los testículos. La mano que sujetaba el miembro pasó a acariciar mis muslos arañándome y a bajar hasta las ingles y pasarse tras los testículos para juguetear, con ligeros roces, en mi entrada.

Entonces apretó la bolsa escrotal y me miró con los ojos llenos de lágrimas por lo que estaba haciendo, pues sentía arcadas, pero no se detuvo. Permaneció algunos segundos con mi masculinidad para luego retirarla lentamente hasta sacarla por completo. El pequeño hilillo de saliva que se formó entre este y su boca se rompió, aunque él decidió pasarse la lengua por sus labios, de comisura a comisura, para después escupir y comenzar a masturbar enérgico, hasta que detuvo el ritmo y apretó el glande; la mano de los testículos bajó hacia donde estuvo la otra y hundió un dedo que acertó de pleno con mi próstata. Yo por mi parte gemía, jadeaba y gruñía como un perro salvaje.

Cuando decidió que era suficiente se levantó y comenzó a moverse en un baile erótico; al principio era torpe, pero fue ganando confianza y logró que me quedara encandilado aún más con el movimiento de su trasero al girarse. Sobre todo cuando se dio un par de azotes con la mano bien abierta y los apretó con fuerza. La braguita que llevaba era un tanga que por detrás apenas dejaba algo a la imaginación.

—Lestat... ¿hago el ridículo?—preguntó deteniéndose.

Mi respuesta fue más que obvia porque estiré mi brazo derecho, lo arrojé a la cama y lo coloqué de espaldas a mí. Mi boca fue directa a su nuca, mordiéndolo como lo hacen algunos animales durante la cópula, e inmediatamente después lamí la cruz de esta y besé sus omóplatos. Estaba muy caliente y él tendría que pagar las consecuencias de sus lascivos actos.

Los mordiscos no quedaron en su cuello, sino que fui hasta sus glúteos y enterré mis dientes hasta perforarlos. Unas marcas que no cerré con unas gotitas de mi sangre, sino que dejé abiertas para que se fueran cerrando con el paso de los minutos. Después retiré el hilo del tanga y observé su entrada. Mi miembro dolía porque pedía estar encerrado entre sus carnes, pero yo quería escuchar más que gemidos y jadeos bajos. Decidido a ello, me puse manos a la obra e introduje mi lengua en su entrada, así como succioné esta, mientras él se revolvía aferrándose a las sábanas hasta deshacer por completo la cama.

Penetraba con mi lengua y masajeaba su trasero, pero al final mi derecha se coló entre el colchón y su figura para enterrarme dentro de su ropa interior. Saqué su miembro del pequeño compartimento que tenía la prenda para ocultar su sexo y comencé a masturbarlo; estaba húmedo y duro, una muestra más que aquellas perversiones también le encantaban.

Al apartar mi boca decidí poner mis manos sobre sus caderas y tirar de él hacia el borde de la cama, dejé su torso puesto contra el colchón, eché hacia el lado derecho su cabello retirándolo de la cara, pegué ese lado a las sábanas y levanté sus caderas. Por último, con la ayuda de la mano derecha, metí mi hombría de una sola vez y fue una estocada certera; era como si una espada hubiese entrado en el corazón de su víctima, o como la lanza que mató a Cristo. Él chilló y yo gruñí como una bestia. Después lo agarré de las muñecas y tiré de sus brazos hacia atrás para empezar a penetrarlo fuerte, tan fuerte y rápido como pude, así como profundo. Mis testículos sonaban una y otra vez, mientras los dos nos desgañitábamos repitiendo nuestros nombres junto a palabras lascivas.

Cuando eyaculé él se contrajo por completo, pues había estado dando en su próstata una y otra vez y el chorro caliente de mi esperma logró desatar todo. Por mi parte había sentido un latigazo de placer desde los testículos subiendo por todo mi cuerpo con un placentero hormigueo, el cual llegó hasta mi nuca y miembros superiores. Los dedos de mis manos se engarrotaron más contra sus muñecas, las cuales estaban maltrechas por el agarre y las violentas arremetidas, y los de mis pies se abrieron mientras mis piernas se tensaban junto con mi vientre. Por la suya pude ver como los dedos de sus manos y pies se cerraron, su entrada apretó con delirio mi miembro deseando que no saliese y poder exprimir hasta la última gota, entretanto su espalda se arqueaba y sus piernas temblaban.


De esto hace unos días y aún se avergüenza cuando le susurro cosas sucias. Me ha prometido que no le diga a Armand que finalmente siguió alguno de sus consejos. Hoy le he pedido que vuelva a hacerlo, pero sólo ha huido encerrándose en la capilla. Tal vez tenga que ir allí y hacer que rece por sus pecados de una forma poco convencional.  

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Lestat de Lioncourt