La contradicción.
Mis pensamientos jamás han sido
demasiado prácticos. Siempre estoy pensando en algo más allá de lo
habitual para el resto, de aquello que llaman “útil” o
“necesario”, pero no puedo evitarlo. A veces es inconsciente,
como si fuese innato en mí, pero en ocasiones simplemente busco la
más mínima oportunidad para guardar silencio, hacerme espacio en un
pequeño sofá y meditar alejado del mundanal ruido, de esa
contaminación social que me agobia y a veces me asquea, porque así
soy. Soy un animal social, pero también soy el hombre que camina
despacio por las aceras contemplando como el mundo se destruye
lentamente a cada paso que da el hombre. El sonido del tráfico a
veces me es indiferente, como muchas voces críticas.
Estoy acostumbrado a vivir solo porque
vinimos a estarlo, aunque en ocasiones logremos conectar con alguien.
Tal vez esa conexión dura años, meses o tan sólo segundos. Es como
encender una cerilla en mitad de la oscuridad o una potente descarga
eléctrica que te destruye y alimenta a la vez. Pero cuando se apaga
te quedas más vacío que nunca y entonces comprendes que siempre lo
has estado, que debes ir más allá de esas relaciones. Buscar más
allá. No importa si esos momentos han sido mera descarga sexual,
erótica, mental o simplemente a nivel de una amistad que se disipó
como si fuera un perfume en mitad de una avenida muy congestionada de
polución.
Quizá por eso evocamos recuerdos.
Añoramos los momentos vividos con otros porque no es lo mismo
caminar por una avenida con una persona, solo o con alguien nuevo. No
se vive igual. Nos cuesta asumir los riesgos cada vez más, como si
envejecer nos convirtiera en sauces que quieren echar sus raíces y
esperar que el viento mueva sus hojas. Y no. Yo no soy así. No soy
del todo así. Me niego.
Me gusta lo diferente. Amo caminar
observando las pisadas, deliberadas o meditabundas, de unos y otros.
Siento excitación ante una fuerte risotada que ha sido soltada sin
miedo, pues me parece algo profundamente erótico ya que es pura
libertad, adrenalina y poder. Es el poder de ser, sin miedo a nada, y
eso es lo más excitante que puede escuchar mis oídos. Admiro
poderosamente los rasgos que no pertenecen a ningún género o a
ambos. Me dejo llevar por el coqueteo de una taza de café entre mis
manos y la seducción de un poema recitado en un viejo audio. Soy el
que lee noticias viejas para no olvidar los fracasos, las victorias,
las penas, los entierros y también las alegrías que hemos vivido o
me transmitieron. Me gusta leer, pero sobre todo me gusta compartir
lo que he leído. Así como me gusta escribir porque necesito
expresarme con algo más que el sonido de mi voz. Y aún así estoy
acostumbrado a vivir solo, a buscar el silencio y hallar la paz en un
pequeño sofá.
Intento ser yo mismo a cada paso, pero
a veces es distinto. Todo influye. Creemos que pensamos por nosotros
mismos, pero no es cierto. Las circunstancias, la sociedad, los
pequeños gustos personales hacen que nuestro cerebro se adapte.
Sobre todo los recuerdos, los mismos que queremos revivir o enterrar
para siempre. No somos del todo libres. Yo soy preso de ese
sentimiento. Aún así estoy aquí, en silencio, aguardando el
momento del contacto y de poder atraerte hasta mí porque te
necesito. No, no es una “necesidad” porque no sepa estar solo,
sino es una “necesidad” de conocimiento, reconocimiento mutuo,
exaltación de los valores del contacto humano y el amor. Porque en
cualquier relación debe haber amor. Incluso en la enemistad, mal que
nos pese, hay amor.
---
Texto personal
No hay comentarios:
Publicar un comentario