Mi madre me enseñó que puedo alcanzar
mis sueños siempre y cuando me esfuerce. Tal vez es algo idealista y
estúpido para muchos, pues hay quienes creen que eso no siempre
sucede. Sin embargo, prefiero creer que tarde o temprano, quien se
esfuerza y trabaja con ahínco para alcanzar sus metas, las logra.
Hay quienes se rinden al principio al ver lo empinada que es la
montaña que tienen que subir, pero no yo. Yo soy de los que cuando
ven un reto increíble se remangan las mangas de la camisa, sacuden
sus manos y sonríen empezando a subir hasta la cumbre. Cuando
empiezo algo lo termino y cuando lo termino busco otra cima.
La noche que ella se durmió por
primera vez en mis brazos, tan frágil y diminuta, me dije a mí
mismo que la cuidaría y le enseñaría a ser fuerte como una roca.
Haría de ella una mujer similar a mi madre. Quería que aprendiera a
valerse por sí misma y a alcanzar cualquier meta que ella imaginase.
Si puedes imaginarlo es porque puede alcanzarse, por muy lejano que
parezca todo.
Rose era una niña diminuta, de mirada
intensa y cabello salvaje. Su piel era algo tostada debido al sol y
muy cálida. Me recordó a Claudia, pues ambas estaban igual de
desamparadas cuando las tomé entre mis brazos y caminé con ellas
buscando una solución. Una se moría, la otra simplemente estaba
asustada debido a la terrible muerte de su madre y de cientos de
personas a su alrededor. Ambas tenían edades similares y me hicieron
desear ser padre.
Como padre no soy el mejor ejemplo,
pero he intentado serlo. De verdad que me he esforzado por ser el
ejemplo a seguir, el hombre en el que mirarse porque quiero que vea
en mí un ser humano como cualquier otro. Los vampiros poseemos una
simple mutación, pero eso no lo sabía por aquel entonces. Sólo
sentía que era tan humano como cualquier otro y que ella se merecía
un futuro distinto al para nada prometedor en una institución para
niños sin hogar. Sus abuelos no la querían, pues desaprobaban la
forma en la cual la madre la gestó y educó. Para ellos era
defectuosa, para mí era perfecta.
Su sonrisa iluminó mi mundo y sus ojos
hicieron que toda mi alma se removiera. Me juré cuidarla y eso he
hecho durante mucho tiempo.
Ahora la veo feliz hablando
animadamente con mi hijo. Mi verdadero hijo. Un hijo que desconocía
de su existencia hasta hace unos años. Es muy parecido a mí, pero a
la vez es profundamente distinto. Su sonrisa es la mía, pero tiene
un toque de ingenuidad que ni siquiera yo poseía. Uno y otro rozan
los veinte, tienen una vida eterna por delante gracias a aceptar el
“Don Oscuro”, y yo siento que he ganado un pedazo de paz al
verlos unidos. Ella y él son mis hijos. Ella lo es ahora como hija
de sangre, pues es mi creación más preciada de los últimos
tiempos. Y él posee mis genes, los genes poderosos de un Lioncourt
que batallará siempre ante cualquier injusticia. Al menos, eso
quiero creer.
Hoy escribo esto en una pequeña hoja
de papel algo sucia, arrugada y de forma improvisada. Si lo hago es
porque siento la intensa necesidad. Fuera hace calor, pero pese al
cielo despejado no se ven las estrellas. La contaminación lumínica
hace imposible ese hermoso fenómeno que siempre existió. Pero aún
así ellos son estrellas en mi firmamento, en mitad de la calle más
poblada de la ciudad de París, sonriéndose uno al otro y tomándose
de la mano.
Definitivamente me siento orgulloso.
Ambos están logrando grandes cosas juntos, conociendo el mundo
viajando y luchando contra lo impredecible. ¿Por qué no sentirme
orgulloso?
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario