Marius a veces puedes expresarse demasiado bien, ¿no creen?
Lestat de Lioncourt
Observaba aquella sala abarrotada de
viejos recuerdos convertidos en un lienzo inmenso. Las paredes, hasta
hacía un buen rato pulcras, se habían convertido en el lugar idóneo
para desbordar mi creatividad y todos los sentimientos amargos que
transportaban mi alma.
He emitido demasiados juicios, me he
comportado como un auténtico criminal de sueños y un impúdico.
Ahogué mi desesperación en actos de violencia y rabia cada vez más
temerarios y tercos. Cometí demasiados errores y hundí en la
miseria a demasiadas personas. Provoqué lágrimas de forma
injustificada y nunca asumí mis errores públicamente por orgullo,
ceguera, rabia o indignación. Volqué mi dolor en otros y los hice
sentir arrastrados a una depresión constante. Quería ver quebrarse
el mundo a mi alrededor porque yo lo estaba. Así que observaba
aquella muestra de pasión, libertinaje, deshonra y satisfecha
curiosidad como un cúmulo de bondades y malicias.
Había pintado los momentos más claves
de mi vida y lo había hecho como si fuese la capilla de una iglesia
italiana. Una de tantas basílicas, tal vez. De ese modo recuperé mi
libertad, aunque todavía quedaba el trago más amargo que era el de
arrodillarme y pedir perdón. Si bien, no podía.
Soy incapaz de disculpar a quienes se
equivocan conmigo, del mismo modo que soy imposible de pedir
disculpas a quienes ofendo. Quizá soy demasiado duro y terco, pero
es lo que ha hecho el mundo de mí. Me he sentido tan fuera de época,
de los corazones que una vez amé y de las almas que admiré, que
ahora me alejo de todos cuando siento que estos comienzan a poder
algo de distancia aunque sea por unos minutos.
Sentado en el centro de aquella sala,
observando cada uno de los rostros, pude ver en sus ojos la bondad
que en su momento desconocía. Incluso el desasosiego del amor y la
terneza de sus palabras tatuadas en sus labios. Sobre todo en él. Mi
hermoso Amadeo estaba representado como el ángel que me consolaba,
pero también como el demonio que me condenó cuando comprendió que
yo no era un Mesías, ni un maestro, sino un hombre que aprendía
constantemente de sus errores aunque no lo dijese a viva voz.
Mis viajes de historiador y mis
encuentros con artistas de todo tipo me han brindado la oportunidad
de ser cómplice y testigo de acontecimientos espectaculares, y sobre
todo de condenarme por actos pueriles como extraordinarios. Poco a
poco he ido descubriendo una capa nueva de mi alma hasta llegar al
núcleo central y he encontrado a un hombre que aún se recuesta en
el suelo esperando que alguien, sea quien sea, se tumbe a su lado y
comprenda sus emociones sin necesidad de verbalizarlas. Al principio
de la vida uno desea alcanzar logros para triunfar ante los demás,
pero cuando llegas a mis años y con tantos milenios tras mi espalda,
sólo deseas un hueco donde yacer sintiendo las miradas de quienes
amas o amaste. Lástima que mi estupidez alejase a todos y mi
terquedad construyese un muro demasiado alto.
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