Libertad y amor... ¡Arion sabe lo que es!
Lestat de Lioncourt
—¿Qué ves cuando me miras?—preguntó
de pie en mitad de aquella habitación cargada de inmundicia. El olor
era insoportable. La comida podrida se almacenaba muy cerca y era la
que solían dejarle para alimentarlo. Era como un animal salvaje al
que todos temen y a la vez codician.
Su cuerpo era menudo, de cintura
estrecha y huesos marcados. Sentía que era demasiado frágil en
apariencia, pero dentro había un alma que había sobrevivido al peor
de los tratos. Si se había mantenido con vida significaba que era
capaz de seguir respirando un poco más. En ella no había conciencia
de obedecer, ni el sacrificio de aguantar un golpe más y tampoco los
ojos tímidos de una virgen primitiva. Sí había una sobrenatural y
melancólica pátina de angustia que aguardaba algo de bondad tras
mis puntuales visitas. Desde hacía tres noches aparecía con pan,
queso y algo de carne, así como con una bota de vino que saciaba su
sed.
—Una criatura temerosa de ser
amada—repliqué sacando el pequeño saco de entre mis prendas. Esta
vez no había ni pan, ni queso y tampoco otras viandas. Sólo traía
monedas de oro para pagar por su libertad.
—¿Realmente ves eso simplemente
quieres creerlo?
Sus ojos formulaban más preguntas pues
sus dudas eran muchas, pero sólo se atrevió a hacer la más
sensata. Había llevado una vida de trabajo y renuncación para sí
misma. Un trabajo que consistía en matar a otros en la arena como un
auténtico gladiador y en ser la puta de caderas estrechas para
cualquiera que abriese sus piernas. El destino era mísero y
sarcástico para ella. Aunque no era intrínsecamente un ella. Era un
él y era un ella. Ante mí tenía una criatura dotada de ambos sexos
y géneros, con una belleza demasiado poderosa y que me hacía caer
en la cuenta de lo afortunado que había sido al hallarla. Era, y aún
es, fuerte y hermosa criatura de pasado triste y nauseabundo.
—Lo veo—dije lanzándole la bolsa—.
Démosle esto a quien te tiene aquí en tan pésimas condiciones. Te
enseñaré un oficio, pero sobre todo te enseñaré a ser libre.
Compré su encierro, no su libertad. Su
libertad jamás la compré ni le exigí nada a cambio. Sin embargo,
Petronia decidió amarme como yo lo hacía. Bien pudo no hacerlo y
quedarse sólo en agradecimiento y algo de admiración por mi talento
en los negocios. Pero no fue así. Ni siquiera le pedí que eligiera
un sexo y una expresión de género. Para mí es en la intimidad una
mujer, pero porque siente que me subyuga mucho más ante su belleza
idílica envuelta en telas delicadas. Aún así jamás le he
obligado. De hecho, he adquirido muchas veces trajes estrictamente
masculinos según los cánones sociales y he permitido que se exprese
como varón. Es libre de hacer, decir, pensar y vivir como quiera.
Del mismo modo que yo soy libre de amar cada cosa que haga, diga o
exprese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario