Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 6 de agosto de 2017

Consejos

Marius narra como tengo que sacarle "un poco" las castañas del fuego con Armand. Doctor "Amor" me llaman. 

Lestat de Lioncourt 


Terminaba el mural de la cripta que Armand me había encargado. Deseaba que realzara la belleza que ambos habíamos contemplado en Venecia. Aquellos fueron días extremadamente dichosos para ambos y parecían todavía bizcar en la distancia, igual que las luciérnagas en una noche cálida de un verano ensoñado, los mismos días que no permitíamos que se escaparan de nuestra memoria. Por mi parte había regresado a los frescos, pintando aquí y allá, desesperado por recuperar los sentimientos que siempre puse en mis obras.

Recuerdo que acababa de terminar la Sala del Consejo de la torre norte del Château de Lioncourt. Según Lestat esa zona no existía en su época. La sala era amplia y coronaba la torre tras una espiral de peldaños de hierro que continuaba hasta las almenas, las cuales se hallaban magníficamente adornadas y restauradas. Allí había pintado la batalla de Troya y el fatídico viaje de Faetón. Fue entrar en la inmensa habitación y ver mi obra con todo lujo de detalles. Trabajé allí por varias noches a pesar de mi rapidez y exactitud sobrehumana. Supongo que puedo decir que me siento orgulloso de mi trabajo, aunque respeto a quien difiera de lo contrario.

El mural era de Venecia, con sus enormes calanes y sus hermosas góndolas, en un eterno carnaval. Las aguas nocturnas del canal se podían prácticamente palpar. Me sentía dichoso de algo tan impresionante. Aunque supongo que más dichoso estaban Seth y Fareed por su cripta conjunta en la residencia bajo el castillo de Lestat, la cual tenía hermosas dunas de dorada arena y espectaculares palmeras. Sin lugar a dudas era como regresar al desierto en épocas remotas. El mismo desierto del cual surgió Seth desde el vientre de su madre Akasha.

Armand decidió visitarme. Sus ojos pardos observaron cada detalle provocando en su alma una perturbación importante. Pude ver como su mandíbula temblaba y sus manos se encogían hasta convertirse en puños. Estaba a punto de llorar. No sabía en ese momento si era rabia, tristeza, dolor o felicidad. No puedo leer su mente porque soy su creador, su padre inmortal, su esposo de sangre y el endemoniado imbécil que siempre ha optado por no comprenderlo, como si fuese demasiado difícil, ya que hacerlo era condenarme a mí al infierno.

—Querubín—chisté sin pensarlo. Tal vez era el decorado o posiblemente la sensación de verlo bajo esa luz tenue. Sentí que regresábamos a Venecia, que ambos éramos libres de siglos de dolor y tragedia, y ansié abrazarlo. Sin embargo, me contuve al ver sus prendas y recordar que nos habíamos distanciado por mi culpa. Esa culpa que sigue pesando en mi alma y que no soy capaz siquiera de exhortarme a perdonarme, pues sé que él no puede hacerlo conmigo ni consigo.

—No me llames así, por favor—dijo aguantando las lágrimas.

Rápidamente dejé la paleta en un pequeño banco que usaba para descansar. Tomé un trapo y limpié mis manos, aunque estas aún seguían algo manchadas de pintura. Mi túnica también lo estaba, sobre todo en las mangas, y no me sentía presentable ante él. Era la primera vez que lo contemplaba en ese estado después de tantos años. Algo en él se estaba quebrando, aunque no era el único.

Me acerqué a él, eché mis manos a su rostro y lo besé. No pude contenerme. Mi boca buscó la suya de inmediato y él acabó apartándome, huyendo de mi lado. La rabia y la indignación crecía en mi interior, pero lo comprendía. Por eso llamé a Lestat. Creí que tenía que sosegarlo. Algo en mí decía que él debía poner fin a ese dolor que veía reflejado en su alma.

—Lestat...—dije tras marcar su número telefónico—. Tienes que ayudarme.

—Odio que te comuniques conmigo por teléfono. Sabes que no me acostumbro a esta tecnología, pues la veo demasiado...

—Distante—apostillé.

—Sí, distante. ¿Qué ocurre? ¿Qué problemas?—parecía inquieto. Cada vez que lo llamábamos para que se hiciese cargo de algún asunto importante lo parecía. Él nunca había querido ser un líder, pero todos le seguíamos como si fuera nuestro mesías.

—He hecho algo mal con Armand—confesé.

—Enhorabuena, siempre lo haces—dijo tras una honda carcajada—. ¿Qué fue esta vez?

—Olvidé en qué siglo estábamos y lo sucedido entre ambos. Tomé la gallardía de besarlo y él ha huido. He notado que su corazón está quebrado, completamente quebrado—decía moviéndome por la sala contemplando mi obra, sintiéndome indefenso de nuevo ante las emociones extrañas que mi discípulo solía tener. Nunca era suficiente para Armand. Si cruzaba el infierno por él tampoco sería suficiente ni justificación alguna sobre el amor que le tenía.

—Estoy en Nueva Orleans con Louis, puedo dirigirme rápidamente a Nueva York—contestó.

—Hazlo, apremia—dije.

Quedé en la cripta sentado observando el techo cargado de constelaciones que ya no se pueden contemplar debido a la contaminación lumínica de las distintas ciudades, sobre todo esta donde nos encontrábamos, y acabé recostado permitiendo que mi cuerpo cubriera gran parte de la zona donde iría el ataúd.

Por lo que sé Lestat llegó apurándose todo lo posible y caminó por la ciudad hasta hallarlo. Armand se encontraba en uno de los barrios más bohemios de la ciudad, había adquirido un libro de poemas y escuchaba a Benjamín por la radio. Nuestro querido hombrecito le hacía sentirse orgulloso siempre, y aún hoy lo hace. Sé lo importante que es para Armand esa criatura, tanto como para mí que fui su hacedor.

Lestat se detuvo frente a él colocando sus manos sobre su rostro, tal y como lo había hecho yo, acariciando sus mejillas y comprobando que había llorado debido a las pequeñas, casi imperceptibles, gotitas de sangre de su pulcra camisa blanca. Se inclinó y besó su frente, para luego caminar con él por los distintos bulevares. Hablaban de temas serios que nos atañen a todos, pero finalmente sacó la pregunta del millón.

Armand suspiró pesadamente, le miró de soslayo y sonrió con amargura. Durante un rato caminaron en silencio esperando que él hablase, dándole la oportunidad para explicar su reacción y emociones. Caminando llegaron hasta el edificio donde se encuentra nuestra sede, aquel del cual había huido.

—Dice que me ama y en ocasiones lo creo, pero luego es intransigente y frío. Siento que mi pecho se oprime cuando me besa, cuando me toca, cuando me habla y cuando me mira. Pero él no ha logrado calmar mi dolor, ni se ha disculpado correctamente. Lamentablemente no sé si deseo ya que lo haga, pues su tiempo se ha agotado—dijo deteniendo sus pasos—. Sé que te ha pedido que hables conmigo, ¿pero no debió ser él quien lo hiciera?

—Tienes razón—respondió—. Pero si he venido es porque te amo, te amo como a un hermano. Él también te ama, te ama más de lo que siquiera puede asegurar.


Después de aquello ambos se abrazaron, Lestat decidió regresar con Louis y él se quedó en la biblioteca francesa. Durante varios días me evitó a pesar que esta vez era yo quien quería hablar con él, sin intermediarios. Realmente merezco que piense que soy un tanto cobarde.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt