Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 22 de agosto de 2017

Primer amor

Habíamos hurtado albaricoques y nectarinas de uno de los huertos cercanos a su vivienda. Nos habíamos convertido en furtivos maleantes trepando a las ramas de los árboles para llenar un zurrón con varias piezas. Igual que niños traviesos. Nuestras bocas se llenaban del delicioso jugo de la primavera tardía mientras reíamos tumbados en el pajar que poseía su vecina, donde a veces nos refugiábamos de la lluvia o simplemente nos tumbábamos para conversar de todo y nada.

Los labios de Nicolas siempre me parecieron sensuales. Su boca era más pequeña y carnosa que la mía, de una tibieza especial y cuando sonreía se iluminaba por completo. No solía hacerlo, pues a veces parecía alicaído o enfurecido por la crueldad de su padre. Aún así, cuando hacíamos travesuras típicas de muchachos más jóvenes, arriesgados y estúpidos él acababa estallando en carcajadas.

Tenía el cabello castaño, largo y ondulado lleno de paja, igual que el mío que se encontraba desatado y revuelto. Su cuerpo, más fino que el mío, se retorcía como una culebra mientras se carcajeaba por lo fácil que había sido saltar la pequeña valla y persuadir al perro del agricultor. Aunque, en nuestra huida, yo acabé con los pantalones algo rotos y él cayendo a un charco quedando con la camisa llena de lodo.

Me quedé callado observándolo, con una sonrisa traviesa en mis labios, mientras él se relamía por el jugo del melocotón. Creo que ese fue el primer beso sin alcohol de por medio, sin necesidad de ocultar mis sentimientos por medio de la bebida. Él lo siguió y de su mano se desprendió el trozo de fruta, pues rápidamente colocó esta en mi mejilla. Su cuerpo aceptó con buen agrado que lo cubriese con el mío, aplastando este sin importarme demasiado, mientras su lengua disfrutaba del sabor que mi boca tenía a nectarina.

—Je t'aime, monsieur—murmuró.

Era la primera vez que lo decía. Una sensación cálida se agarró en mi pecho. Hasta el momento no sabía cómo identificar lo que sentía. Sólo creía que era pura diversión, deseo, depravación y necesidad. Me equivocaba. Él me había plantado la semilla del amor, no sólo de la lujuria. Sus ojos castaños centellearon al decir esas palabras y sus mejillas tomaron el color de las cerezas.

Ambos comenzamos a quitarnos la ropa, aunque más bien nos la arrancábamos, mientras nos besábamos con furia. Mi boca atrapaba la suya e intentaba dominar cada movimiento de su lengua. Sus brazos se echaron a mi cuello, rodeándome y pegándose a mí, mientras sus piernas se abrían invitándome de forma lasciva.

Jamás podré olvidar esa noche donde las estrellas brillaban con fuerza, con la fuerza de mil soles, mientras los insectos se escuchaban a lo lejos y la yegua de nuestra vecina relinchaba golpeando con sus cascos el suelo de tierra.

La paja picaba, pero no importaba. Sólo importaba quitarnos la ropa y poder bebernos la piel a grandes sorbos, convertidos en besos y caricias. Mis dedos sentían la piel de Nicolas como si fuese seda, pues mis manos estaban algo encallecidas por usar armas y algunos útiles para conseguir algo de comida a mi familia. Él tenía las manos suaves, delicadas, de dedos largos y hábiles que no se conformaron con acariciar mis hombros y espalda, sino que comenzaron a masturbarme agarrando con firmeza mi hombría.

Aparté mi boca de la suya para jadear y gemir debido al movimiento de su muñeca, el ritmo que esta poseía, para luego hundirme en su cuello y morderlo igual que ahora hago con mis víctimas. Él arqueó la espalda, elevó las caderas y abrió mejor sus piernas. Después me obligó a tumbarme en la paja revuelta y me miró sofocado. Sus labios estaban rojos y su mirada decidida.

Nicolas era muy hábil con su lengua y esta terminó envolviendo mi miembro tras inclinarse raudo. Mis manos se pusieron sobre su cabeza de mechones arremolinados, mis toscos dedos se engancharon a estos y dejé que hiciese lo que buenamente quisiera. Pronto el chupeteo de su boca, junto con mis gemidos, fueron lo único que podía escuchar con claridad ya que lo demás no importaba.

—Nicolas...—dije con la voz entrecortada—. Mon amour...

Al llamarlo de ese modo alzó su rostro y me miró sin dejar de intentar engullir cada centímetro. Cuando lo logró sus ojos se pusieron en blanco y aprecié que sintió náuseas, pero no lo detuvo. Su lengua golpeó la piel, envolvió cada vena y se deslizó mientras los labios iban apretando cada milímetro que iba dejando atrás. Luego se irguió, tragó saliva y se colocó encima mío. No lo había preparado y sabía que iba a doler, pero él no podía detenerse. O más bien no quería hacerlo pues estaba demasiado urgido.

Se empaló. No lo hizo de una vez, pero lo logró. Su estrecha entrada se convirtió en la funda perfecta para mi rifle y comenzó a moverse. Sus manos se dirigieron a mis pectorales mientras y lo sostenía por las axilas, y luego por las caderas o glúteos. Incluso le azoté varias veces. Él cabalgaba como un guerrero furioso en su última batalla, gemía y decía mi nombre como si rezase a Dios. Podía sentir su hinchada próstata siendo golpeado por la punta de mi glande, la cual en cierto momento, sin poder controlarme, golpeé con mi semilla. Fue abundante, como la suya que salió disparada a chorro sin que siquiera tocase sus genitales.

—Dites-moi seulement que vous m'aimez qu'à moi—balbuceó tembloroso, sudoroso y aún con mi miembro enterrado en él igual que la espada del rey Arturo en la piedra—. Dites-moi que je suis juste ta petite serveuse.

—Je t'aime, Nicolas. Je t'adore... —dije rompiendo a llorar e incorporarme para abarcarlo con mis brazos y cubrir su rostro con mis besos.


Lo amaba. Lo amaba profundamente. Él fue mi primer amor.

Lestat de Lioncourt 

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Lestat de Lioncourt