Marius y Pandora en una conversación civilizada... ¡Se acaba el mundo!
Lestat de Lioncourt
«Alguna vez te perdí.
Te perdí.
Pero yo creí que te tenía.
Te sostenía.
Pero sólo era tu sombra,
el murmullo de la hojarasca
de un recuerdo vacuo.
Mírate en esa pintura...
búscate en la poesía.
Te perdí.
Te lloré.
Te sufrí.»
Estaba sentada frente a mí como si
fuese un fantasma, una sombra, un fugaz recuerdo o simplemente mi
loca imaginación. Sentada con aquel vestido de gasa color guinda y
su cabello recogido de tal forma que apenas se apreciaba lo revuelto
que podía ser. Sus ojos castaños, de pobladas pestañas y perfectas
cenas dibujadas por la naturaleza de su ser, me escrutaban en
silencio. Poseía algo de carmín en sus labios, sólo un toque, y
rubor en las mejillas para aparentar ser humana.
—¿Qué te trae por aquí?—pregunté
sorprendido porque hubiese venido hasta aquí, en la residencia de
Lestat y su corte, cuando no había sido llamada para una reunión
importante.
Habitualmente Pandora se dejaba ver por
Gran Bretaña, en concreto Londres, acompañada de Arjun. También
viajaban a otras ciudades europeas y asiáticas. Incluso habían
estado en Japón recientemente para vislumbrar la cuna de la
tecnología por mera diversión. Ellos viajaban juntos como yo lo
había hecho en otros momentos, y ahora diferencia mía estaba
siempre pendiente de las diversas necesidades y requisitos de la
corte. Una corte que cada vez era más numerosa y bulliciosa. Los
jóvenes podían llegar a ser muy escandalosos.
—Pensé que te encontraría con tu
levita y no con un traje de Ermenegildo Zegna—dijo siendo tan
suspicaz como siempre—. ¿Tiene algo que ver que Bianca esté por
aquí?
—No—dije—. Sólo acabo de llegar.
He ido a París a buscar algunos materiales. Estoy pintando nuevas
salas y mejorando la calidad de algunas de mis obras. Inclusive he...
—No me cuentes tus batallas, por
favor. Sólo he venido a ver como seguías—comentó incorporándose
para acercarse a la chimenea, la cual estaba encendida ofreciéndonos
su agradable y confortable calor—. Me dijeron que te habían visto
decaído en alguna ocasión, pero te veo fuerte y con esa mirada
retadora. De hecho, estoy segura que has querido atravesarme con
alguna daga envenenada por haberte callado.
—Siempre tan sincera—respondí con
una cortés sonrisa—. ¿Por qué nos distanciamos?
—Por tus caprichos, tu necedad, tu
torpeza... Te esperé semanas, meses... Aguardé que me buscaras años
y después desapareciste como todas tus promesas. Ahora es imposible
volver atrás. Yo amo a Arjun, además me necesita y me adora. No
puedo dejarlo y tú no puedes dejar lo que has vuelto a ser—se giró
para verme y la vi tan hermosa como la primera vez que la vislumbré
en su casa, entre las sombras y junto a sus esclavos. Faltaba Flavius
a su lado, mirándola como quien mira a la esfinge de una nueva
diosa, y sus temblorosas muchachas que murieron demasiado jóvenes—.
Te amaré siempre, me preocuparé siempre...
—El amor apasionado se disipó como
se disipan las nubes tras la tormenta, pero el amor... ¡Ah! ¡El
amor siempre queda! Es mejor seguir amando que odiar, porque el odio
consume y envenena las almas—me incorporé y la abracé para luego
besar su frente.
Ella decidió responder con un beso
dulce en mi mejilla derecha, un par de caricias con sus manos sobre
estas y se marchó a la sala de baile. Allí la esperaba él para
hacerla girar y girar entre risas, miradas de asombro y aplausos de
respeto.
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