¿Qué podemos hacer con Michael? No quiero decirle lo que sé...
Lestat de Lioncourt
Habían pasado muchos años.
Demasiados. Tal vez más d ellos que siquiera pudiese imaginar. No
obstante, volvió a mí el sentimiento lacerante como el de aquella
primera noche en la que supimos que ella, junto con Quinn, se habían
marchado de Nueva Orleans con unas escasas pertenencias y algo de
dinero en los bolsillos. Por supuesto, pocos sabían que ellos eran
vampiros o neófitos como suelen llamarlos. Jóvenes para los
humanos, pero también para su nueva raza.
Estaba paseando por el centro histórico
intentando revisar algunos inmuebles para un nuevo proyecto. Querían
que hiciese la reconstrucción de algunos barrios, los cuales aún no
se habían hecho tras el desastre de hacía más de diez años. El
sudor corría por mi frente, pero me encontraba con fuerzas. Había
adquirido un frappé de café en una de las viejas cafeterías de la
zona, la cual se había modernizado para no morir con el paso del
tiempo y el cambio en gustos de la clientela, para poder soportar el
calor tórrido que aún asolaba la ciudad. Y es que Nueva Orleans es
así, no se puede evitar.
El olor de las macetas en las ventanas
era embriagador. Sobre todo aquellos que habían decidido tener un
pequeño huerto de especias con tal de imitar a las nuevas tendencias
en televisión. Aunque siempre había existido un amor extraño entre
los balcones de esa zona y las flores. El murmullo de la vida se
acorralaba en algunas estancias, aunque no en todas, de los edificios
que estaban habitables y las calles eran recorridas por decenas de
grupos de turistas que miraban con asombro las huellas de aquellas
inundaciones mientras se le explicaba el pasado, presente y futuro de
los barrios.
Decidí subir por una estrecha y
empinada calle que daba a una de las avenidas más dinámicas, que
daba a Bourbon Street. Allí, a mitad de esta, había una librería
que lleva más de dos siglos instalada. Durante la inundación perdió
una fuerte suma económica, pero al ser un referente los vecinos les
ayudaron a mantenerla en pie y recuperar la belleza de antaño. Por
alguna extraña razón, fuera de la lógica y mi habitual amor por
los libros, me detuve. Me acerqué con curiosidad y vi un libro que
me llamó la atención y causó estupefacción: Príncipe Lestat.
La portada era negra, las letras eran
rojas muy llamativas, y los cantos de este ejemplar también eran
rojos como la sangre. Rápidamente di un trago a mi bebida y entré
dentro decidido a conseguir un ejemplar. Por supuesto, al salir me
sentí entusiasta pensando que sabría algo de Mona y Quinn. Lestat
debía saber de ellos, debía citarlos en algún momento y yo, como
no, estaba exultante de júbilo. Arrojé en la primera papelera el
vaso vacío y acaricié con ensimismamiento la portada. Decidí
regresar de inmediato. Eché a correr hacia una parada de taxis
cercana al final de la calle, aunque no estoy ya para esos trotes, y
pedí con impaciencia que me llevasen a la mansión.
Al llegar Rowan aún no había llegado
del Hospital así que tenía la casa para mí solo, a salvedad del
fantasma de Julien que apareció por breves segundos caminando por el
Hall. Sí, él también estaba deseoso de saber si ella estaba bien.
Aunque sé que tal vez él sabía algo más y no quería decírmelo.
¿Cómo se eso? Intuición.
Subí las escaleras con grandes
zancadas y me senté en mi despacho. No tardé mucho tiempo en llegar
al momento donde una tal Jesse Reeves hablaba sobre la muerte de
varios jóvenes en casa de una tal Maharet. Ya había escuchado ese
nombre antes y fue en las anteriores memorias, allí donde él
aseguraba que Mona y Quinn se habían marchado con esta milenaria
mujer en busca de conocimiento. Perdí el aliento. Me temblaron las
piernas y comencé a llorar, pero no lo di todo por perdido. Leí
hasta el final y mi corazón parecía romperse en mil pedazos. Por
supuesto, no le dije nada a Rowan hasta pasados unos días.
Ahora ha salido otro. Otro libro donde
se aclaran muchas más cosas, muchos más problemas, muchos más
asuntos... ¿debería leerlo? ¿Estará en esas hojas Mona y Quinn?
Mi corazón no soportaría saber que se confirma su muerte. No lo
soportaría. Todavía mantengo la esperanza.
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