Sí, Julien, era un egoísta... Pero yo le entiendo.
Lestat de Lioncourt
—¿Qué se supone que debo hacer?
¡Dime!
Había sacado toda la ropa de su
armario y la arrojaba contra la cama, algunas prendas caían al suelo
a sus pies y otras cerca de mis mocasines. Yo me mantenía
aparentemente impasible con la pipa colgada de mis labios y los ojos
fijos en ella. Estaba furiosa y lo entendía, pero no la detendría
ni calmaría. Merecía ese trato y lo aceptaba.
—¿Desde cuándo?
Sus ojos estaban llenos de lágrimas
cargadas de decepciones. Estaba cargada de furia y la lanzaba contra
los muebles, la ropa, los caros perfumes que le había regalado para
compensar mis deslices y las flores que estaban en el jarrón que
coronaba la cómoda que presidía la habitación... Todo estaba por
el suelo como su alma, como sus ilusiones, como su verdad y como
nuestro matrimonio. Regado, roto, ultrajado y lleno de manchas.
—¡Julien!—gritó—. ¿Acaso no
vas a decir nada?
Me encogí de hombros y di una calada a
la pipa, para luego dejar que el humo se extendiera por la habitación
lejos de mi nariz. Agaché la mirada unos segundos e intenté reunir
fuerzas, pero rápidamente un sonoro bofetón cruzó mi cara. Me
había pegado con la diestra marcando mi mejilla contraria, para
luego caer de rodillas y llorar aún más.
—No merece la pena llorar por
mí—susurré para luego agacharme e intentar incorporarla—. No
merece la pena, mujer.
—Creí que me amabas... ¡Lo creí!
—Lo sé, lo sé... —dije
levantándonos a ambos para quedar de pie, aunque ella parecía
temblar demasiado—. Te he decepcionado, pero también me he
decepcionado yo. Te amé de forma egoísta. Nunca te amé como
esposa, pero sí como madre. Fuiste y eres una madre ejemplar para
nuestros hijos, pero yo nunca te amé del modo romántico y entregado
que tú me querías.
—¡Por qué estás con esa
fulana!—exclamó.
—Porque es un hombre.
Mis palabras grietaron más si cabían
su corazón y de inmediato salió de la habitación sin mirar atrás.
Se subió al coche y pidió al chófer que la llevase lo más lejos
posible. Antes apenas había vehículos a motor, pero nosotros
teníamos uno. Amaba ese coche y ella se fue montada en él. Después
de varios días pidió que se llevasen sus cosas y rogó a nuestros
hijos, ya adolescentes, que se fueran con ella. Ninguno quiso. Todos
decidieron quedarse conmigo.
¿Y qué iba a hacer? ¿Ir tras ella?
Después de ese jovencito vinieron otros y hasta que no llegó
Richard, hasta que él no me embriagó del todo, no me detuve. Ahí
fue cuando yo perdí parte de mi alma. Me enamoré de él y no hubo
marcha atrás.
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