Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de agosto de 2017

Descubrimientos

Daniel es un lechado de virtudes... ¡Qué paciencia! 

Lestat de Lioncourt 

Recuerdo una noche despertar por el ruido de los muebles y electrodomésticos de la cocina. Escuchaba como las puertas se abrían y cerraban, los cajones deslizaban, se escuchaba el movimiento de los cubiertos, el golpe rápido de los cuchillos, el ruido típico de la batidora y licuadora, el timbre del microondas y, por supuesto, el tarareo de aquel mocoso inmortal que parecía gozar de uno de sus terribles experimentos.

No quería imaginar qué clase de horrores estaba creando en mi cocina, el santo lugar donde calentaba las pizzas congeladas del supermercado o creaba emparedados poco sanos a media noche. Ese lugar donde mi nevera antes estaba cargada de cerveza, agua y huevos a lo sumo y ahora parecía el frigorífico de un laboratorio de drogas o del mismísimo Doctor Jekyll.

Miré mi despertador anunciaba que eran las dos y cinco de la madrugada. De repente una risa incontrolable surgió de la nada, lo cual me provocó un escalofrío y un mal presentimiento. Desconcertado busqué las gafas por la mesilla de noche adjunta a mi cama, salí de esta y busqué mis zapatillas. Al no encontrarlas, pues estaba aún demasiado somnoliento, decidí aventurarme por la casa sintiendo que era una pésima idea ir a ver qué diantres estaba pasando en el ala opuesta a esta.

Tragué saliva, me sequé el sudor frío que empezaba a deslizarse por mi frente y me acomodé mejor las gafas. Me temblaban las piernas porque la risa seguía y seguía, pero una vez llegado a la cocina mi espanto se convirtió en sorpresa mayúscula e incredulidad.

En mitad de la cocina estaba Armand sentado en la mesa, después de haber puesto todo patas arriba, con la camiseta manchada de lo que pude intuir moras, un bol de gusanos triturados, o tal vez sesos, y diversos utensilios con restos de plastas verdes, marrones e incluso azuladas. No quería siquiera pensar qué diantres era cada cosa o si provenían de algo animal, vegetal o mixto. De verdad, no quería. Pero lo que me dejó en shock fue lo que él estaba haciendo.

Se hallaba, como he dicho, sentado en el borde de la mesa donde solía desayunar. Cabe decir que era una mesa robusta, aunque no muy grande, de picos redondeados y con unas patas de hierro forjado bastante pesadas. Se encontraba de espaldas y estaba dándose masajes en la nuca, así como en el cuello y en los omóplatos, con un vibrador estilo bala. Sí, de esos metálicos de cilindro con borde redondeado. ¡Los más simples y comunes! ¡Eso mismo! Y era de color chicle.

—¡Qué demonios estás haciendo!—dije sin saber qué carajos hacía con esa cosa y por qué la había traído a mi apartamento.

—Me doy un masaje con un masajeador que encontré en la casa de una de mis víctimas. ¿Por qué nunca me hablaste de esto?—dijo deteniéndose para girarse con su encantador ceño fruncido. Sus enormes ojos almendrados se clavaron como dagas y su boca se torció—. ¿Qué otros inventos me escondes?

—¡Eso no es una máquina de masajes, imbécil!

No podía creer que fuese tan inocente y a la vez un auténtico criminal. Él miró el aparato, el cual apagó, y luego me observó con suspicacia alzando su ceja derecha. No me creía. Estaba seguro que no me creía.

—¿Y qué es? Dime. Yo sé que me vas a mentir.

—Un vibrador—respondí al instante—. ¡Se da placer con eso las mujeres y algunos hombres!

—Los masajes son placenteros, así que no me engañes. He descubierto solo para que sirve—dijo el muy imbécil todo orgulloso por su proeza.

—¡Eso se mete en la vagina o en el ano! ¡Es para darse placer sexual!

Odiaba gritar, odiaba gritarle, odiaba todo... ¡Pero no tenía otra!

Su cara se descompuso, miró el aparato con cierto asco y lo soltó arrojándolo en el suelo. Se bajó caminando torpe hacia mí porque llevaba mis zapatillas de estar por casa, las cuales no encontraba antes en el dormitorio, y se aferró a mí.

—Eres cruel... ¿por qué no me has dicho que había cosas así? He estado masejeándome y dándome cosquillas con ese aparato—sus brazos estaban alrededor de mis caderas y el lado derecho de su rostro pegado a mi torso.

Era bajito. No demasiado bajito, pero sí bajito. No alcanza el metro setenta de estatura, ni siquiera lo roza. Su cabello alborotado de color castaño rojizo siempre me ha resultado similar al pelo de un caniche, pero con mayor suavidad y con un olor característico similar al mío pues usaba el mismo champú que yo usaba. Creo que aún lo usa, pero no estoy seguro. Repentinamente se echó a llorar.

—Oh, basta...—dije a regañadientes—. ¿Qué tripa se te ha roto ahora?

—Debo parecerte estúpido—susurró.

—Un poco, pero digamos que todos podemos llegar a serlo de algún modo u otro—comenté acariciando sus cabellos, enredando mis dedos por sus mechones, mientras pensaba en cómo educar a un vampiro de más de cinco siglos en el mundo moderno.

—Es cierto... Tú también lo eres cuando prefieres dormir a estar conmigo.

—No empecemos—dije tras un largo suspiro—. Tengo que llevarte a un Sex Shop y a tiendas de electrodomésticos para que sepas toda la tecnología, pero si tienes alguna duda... ¿qué debes hacer?

—Preguntar al dependiente y no molestarte a ti—dijo echando sus brazos a mi cuello mientras se colocaba de puntillas e intentaba calzarme un beso. Al final, lo consiguió pese a que yo era reacio.


Su boca se pegó a la mía y su lengua se transformó en la de una serpiente. Pronto tuve mi dosis de sangre, la droga más deliciosa que jamás he probado, y al separarse me miró como lo haría un niño entusiasmado. Jamás he podido averiguar cómo puede tener esa doble perspectiva. Por un lado es el asesino cruel e implacable, el adulto serio e intransigente que no le tiembla la mano a la hora de castigar a sus enemigos, y por otro es como un adolescente que quiere experimentar, ser amado y disfrutar de lo emocionante de esta vida.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt