Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 23 de septiembre de 2017

Así la conocí

—No puedes estar hablando en serio.

Su voz sonaba enérgica a través del teléfono. Parecía no comprender mis motivos, aunque en el fondo sabía que hubiese actuado del mismo modo. Esa niña me recordaba a Claudia aunque tuviese el cabello negro similar al de él. Era una pequeña muñeca deseando atención cuando me crucé con ella tomada de la mano de su madre. Sin embargo, el tsunami arrasó con todo y sólo quedó la esperanza de sus lloros mientras sus manos arrugaban la solapa de mi caro Armani.

—Louis, no podía hacer otra cosa—respondí algo cansado sentado al borde de la cama.

Ella estaba recostada sobre el colchón, sin zapatos y con el cabello revuelto. Acabábamos de venir de la vivienda de sus abuelos donde la habían repudiado como si fuese un monstruo o un saco de basura arrojado a un contenedor. Estaba aferrada a un oso de felpa que había adquirido en la tienda de subvenir de la esquina junto con algo de comida no muy saludable, pero tampoco podía hacer nada debido a la hora a la que habíamos acabado en el hotel. Al menos el perrito caliente había callado un poco su llanto.

Recordé las palabras de Marius sobre los niños hambrientos y suspiré. Era cierto, un niño no puede calmar su hambre solo y suele llorar, por eso me advirtió que no convirtiera a un infante en un vampiro. ¿Y qué hice? Desobedecer. Ahora quería hacer lo mismo, pero me impedía mi buen juicio. La pequeña no iba a ser transformada en uno de los nuestros. ¡Jamás! No cometería ese pecado otra vez.

—¿Y qué diablos piensas hacer con esa niña? No podemos atender sus necesidades—decía recordándome algo que ya sabía.

—Ya idearé algo—dije perdiendo un poco la paciencia—. De momento intentaré calmarla aunque ahora duerme cansada por llorar durante horas.

—Acaba de vivir un suceso terrible y ha perdido a su madre... Precisamente no eres el idóneo para sosegarla.

Creo que suspiré poniendo los ojos en blanco y llevándome la mano al rostro y echando esta hacia arriba, palpando mi frente y dejando que mis largos dedos juguetearan con mis espesos mechones rizados. Estaba harto de ese sambenito.

—Oh, sabio Louis, que lo sabe todo y lo ve todo, ¿acaso tú desde la distancia, así como Dios mira a sus borregos convertidos en hormigas, puedes hacer un milagro de calmarla?—dije con evidente sarcasmo.

—Sigue hablándome así y te colgaré el teléfono—su tono se endureció así como sus palabras.

—Lo siento, sigo molesto con sus abuelos y lo estoy pagando contigo—murmuré esperando que se calmase y no colgase. ¡Necesitaba al menos escuchar su voz y saber que estaba conmigo en esto!

—No puedo hacer nada desde Nueva York, Lestat.

Escuché como caminaba por el mármol con los lustrosos zapatos que posiblemente yo le había regalado. Era hermoso y estaba lejos. Él tenía una forma de ser mucho más agradable que atraía como moscas a cualquiera. Por el contrario yo no tenía paciencia y era un imprudente. Necesitaba que él estuviese conmigo en California y no allí, tan jodidamente lejos, porque todavía estaba lleno de temores debido a todo el caos que había contemplado. Estaba hecho a la muerte, pero no a algo como aquello. Mis “felices vacaciones” se fueron al diablo.

—Estoy en California. No voy a volar de nuevo con la pequeña en mis brazos. ¡Ya casi amanece!

Me exasperé. Acepto que me exasperé. Sin embargo, me veía rebasado. No era fácil hacerme cargo de una niña. No sabía si llevarla o no al abogado de inmediato para que hiciese los papeles de adopción. Estaba tan confuso que temblaba. Además, me indignaba la actitud de esos abuelos que rechazaron a la pequeña porque desconocían quién era el padre. ¡Era sangre de su sangre! ¡Por el amor de Dios!

—Busca una niñera—comentó.

—¿A estas horas?—pregunté sin dar crédito que me dijese algo así.

—Estás en un hotel, ¿no? Intenta hablar con la recepcionista y pregunta si puede quedarse con ella o conoce alguien que pueda.

Sonaba sensato, pero no me fiaba. Había oído y leído, así como también visto, muchos secuestros e irregularidades con los más pequeños.

—Louis... no quiero dejarla con cualquiera—decía intentando hacer memoria. Conocía a muchos humanos, ¿y si levantaba el teléfono y les hablaba? A ellos los conocía bien, sabía sus pensamientos y había visto sus almas bailar en sus miradas más de una vez. Incluso había una pareja de mujeres que eran amables, cariñosas, sensibles y que serían unas madres perfectas para mi pequeña... ¿Podía considerarla mía ya? Aún no habían firmado la renuncia sus abuelos.

—Ya te has encariñado con ella—dijo tras una pequeña risotada.

—No hables así, no es un perrito—contesté algo indignado.

—No lo es—aclaró—. Precisamente porque no es un perro no quiero que la cuides tú. Te recuerdo que Mojo terminó siendo cuidado por una mujer y tú sólo ibas a revolcarte en el césped.

Debo aclarar que si dejé a Mojo con aquella mujer era porque él se sentía cómodo a su lado y ella lo necesitaba más que yo. Además pagaba su veterinario, su comida y todo lo que él necesitaba. Yo me conformaba con abrazarlo, con sentir su hocico frío en mi cara y su lengua humedeciendo mis mejillas. Aún podía verlo corretear frente a mí moviendo su enorme cola. Mi perro no, mi amigo. Tal vez debí decir que no era un perro, sino mi compañero y aliado, pero decidí no pelear más.

—Louis, me ofendes.

—¿Cómo se llama?—preguntó.

—Rose—dije girándome para verla bien—. Se llama Rose... y su apellido será Lioncourt en cuanto me ponga en contacto con mi abogado. Eso tenlo por seguro.



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Lestat de Lioncourt