—No puedes estar hablando en serio.
Su voz sonaba enérgica a través del
teléfono. Parecía no comprender mis motivos, aunque en el fondo
sabía que hubiese actuado del mismo modo. Esa niña me recordaba a
Claudia aunque tuviese el cabello negro similar al de él. Era una
pequeña muñeca deseando atención cuando me crucé con ella tomada
de la mano de su madre. Sin embargo, el tsunami arrasó con todo y
sólo quedó la esperanza de sus lloros mientras sus manos arrugaban
la solapa de mi caro Armani.
—Louis, no podía hacer otra
cosa—respondí algo cansado sentado al borde de la cama.
Ella estaba recostada sobre el colchón,
sin zapatos y con el cabello revuelto. Acabábamos de venir de la
vivienda de sus abuelos donde la habían repudiado como si fuese un
monstruo o un saco de basura arrojado a un contenedor. Estaba
aferrada a un oso de felpa que había adquirido en la tienda de
subvenir de la esquina junto con algo de comida no muy saludable,
pero tampoco podía hacer nada debido a la hora a la que habíamos
acabado en el hotel. Al menos el perrito caliente había callado un
poco su llanto.
Recordé las palabras de Marius sobre
los niños hambrientos y suspiré. Era cierto, un niño no puede
calmar su hambre solo y suele llorar, por eso me advirtió que no
convirtiera a un infante en un vampiro. ¿Y qué hice? Desobedecer.
Ahora quería hacer lo mismo, pero me impedía mi buen juicio. La
pequeña no iba a ser transformada en uno de los nuestros. ¡Jamás!
No cometería ese pecado otra vez.
—¿Y qué diablos piensas hacer con
esa niña? No podemos atender sus necesidades—decía recordándome
algo que ya sabía.
—Ya idearé algo—dije perdiendo un
poco la paciencia—. De momento intentaré calmarla aunque ahora
duerme cansada por llorar durante horas.
—Acaba de vivir un suceso terrible y
ha perdido a su madre... Precisamente no eres el idóneo para
sosegarla.
Creo que suspiré poniendo los ojos en
blanco y llevándome la mano al rostro y echando esta hacia arriba,
palpando mi frente y dejando que mis largos dedos juguetearan con mis
espesos mechones rizados. Estaba harto de ese sambenito.
—Oh, sabio Louis, que lo sabe todo y
lo ve todo, ¿acaso tú desde la distancia, así como Dios mira a sus
borregos convertidos en hormigas, puedes hacer un milagro de
calmarla?—dije con evidente sarcasmo.
—Sigue hablándome así y te colgaré
el teléfono—su tono se endureció así como sus palabras.
—Lo siento, sigo molesto con sus
abuelos y lo estoy pagando contigo—murmuré esperando que se
calmase y no colgase. ¡Necesitaba al menos escuchar su voz y saber
que estaba conmigo en esto!
—No puedo hacer nada desde Nueva
York, Lestat.
Escuché como caminaba por el mármol
con los lustrosos zapatos que posiblemente yo le había regalado. Era
hermoso y estaba lejos. Él tenía una forma de ser mucho más
agradable que atraía como moscas a cualquiera. Por el contrario yo
no tenía paciencia y era un imprudente. Necesitaba que él estuviese
conmigo en California y no allí, tan jodidamente lejos, porque
todavía estaba lleno de temores debido a todo el caos que había
contemplado. Estaba hecho a la muerte, pero no a algo como aquello.
Mis “felices vacaciones” se fueron al diablo.
—Estoy en California. No voy a volar
de nuevo con la pequeña en mis brazos. ¡Ya casi amanece!
Me exasperé. Acepto que me exasperé.
Sin embargo, me veía rebasado. No era fácil hacerme cargo de una
niña. No sabía si llevarla o no al abogado de inmediato para que
hiciese los papeles de adopción. Estaba tan confuso que temblaba.
Además, me indignaba la actitud de esos abuelos que rechazaron a la
pequeña porque desconocían quién era el padre. ¡Era sangre de su
sangre! ¡Por el amor de Dios!
—Busca una niñera—comentó.
—¿A estas horas?—pregunté sin dar
crédito que me dijese algo así.
—Estás en un hotel, ¿no? Intenta
hablar con la recepcionista y pregunta si puede quedarse con ella o
conoce alguien que pueda.
Sonaba sensato, pero no me fiaba. Había
oído y leído, así como también visto, muchos secuestros e
irregularidades con los más pequeños.
—Louis... no quiero dejarla con
cualquiera—decía intentando hacer memoria. Conocía a muchos
humanos, ¿y si levantaba el teléfono y les hablaba? A ellos los
conocía bien, sabía sus pensamientos y había visto sus almas
bailar en sus miradas más de una vez. Incluso había una pareja de
mujeres que eran amables, cariñosas, sensibles y que serían unas
madres perfectas para mi pequeña... ¿Podía considerarla mía ya?
Aún no habían firmado la renuncia sus abuelos.
—Ya te has encariñado con ella—dijo
tras una pequeña risotada.
—No hables así, no es un
perrito—contesté algo indignado.
—No lo es—aclaró—. Precisamente
porque no es un perro no quiero que la cuides tú. Te recuerdo que
Mojo terminó siendo cuidado por una mujer y tú sólo ibas a
revolcarte en el césped.
Debo aclarar que si dejé a Mojo con
aquella mujer era porque él se sentía cómodo a su lado y ella lo
necesitaba más que yo. Además pagaba su veterinario, su comida y
todo lo que él necesitaba. Yo me conformaba con abrazarlo, con
sentir su hocico frío en mi cara y su lengua humedeciendo mis
mejillas. Aún podía verlo corretear frente a mí moviendo su enorme
cola. Mi perro no, mi amigo. Tal vez debí decir que no era un perro,
sino mi compañero y aliado, pero decidí no pelear más.
—Louis, me ofendes.
—¿Cómo se llama?—preguntó.
—Rose—dije girándome para verla
bien—. Se llama Rose... y su apellido será Lioncourt en cuanto me
ponga en contacto con mi abogado. Eso tenlo por seguro.
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